Un cartón yace en la vereda. Un cartonero lo levanta y lo vende (a un precio cinco veces mayor que el del “mercado”) a la editorial Eloisa Cartonera. El cartón se convierte en la tapa de un libro artesanal de una editorial independiente, que edita poesía y narrativa de autores jóvenes. El ciclo ecológico y social de reciclar y convertir en producto cultural se realiza en un local, al menos, extraño: la editorial convive con una heterodoxa galería de arte y... una verdulería. “Que quede claro: no es un emprendimiento exótico ni como para decir ‘¡Uy, qué loco!’. Es un plan divertido y todos la pasamos bien, pero tiene como objetivo principal una función real, utilitaria, que sirva.” La aclaración corre por cuenta de Fernanda Laguna, responsable del proyecto junto a Javier Barilaro y Washington Cucurto (los tres, además, escriben). A Laguna le preocupa que una mirada equivocada borronee la doble función social-cultural de Eloisa Cartonera, y que termine sonando a excentricidad. La editorial, que funciona desde febrero, ya lleva editados nueve títulos de autores argentinos; entre ellos Mil gotas, de César Aira; Pendejo, de Gabriela Bejerman y Durazno reverdeciente, de Dalia Rosetti. Y trabaja en paralelo con sus editoriales-hermanas Belleza y Felicidad (poesía y narrativa joven, con catálogo de treinta títulos) y Eloisa Latinoamericana (antologías de autores chilenos, peruanos y uruguayos).
–¿Cómo es el vínculo de trabajo con los cartoneros?
–Primero que nada, generamos un lazo afectivo. Nos interesa la cuestión de dar valor a lo que uno hace, el esfuerzo. No hacemos caridad sino que les compramos el cartón. Ellos seleccionan cuáles cartones sirven y cuáles no, de acuerdo a las medidas y al estado en que están, y eso es también una valorización del trabajo. Hasta el momento, estamos trabajando con unos diez cartoneros, que a veces también participan en el cortado de cartones para hacer las tapas de los libros. Y las páginas internas las mandamos a fotocopiar, que es el paso más caro del ciclo. Por suerte, el plan va creciendo, y cuantos más libros vendemos, más mano de obra vamos contratando y editamos más títulos.
–¿Cuál es el criterio editorial de Eloisa Cartonera?
–Medio al tun-tun... No somos eruditos de la literatura, editamos lo que nos gusta, y estamos muy orgullosos de todos los títulos, que son de autores jóvenes. La gente puede mandarnos sus textos. Hacemos tiradas ilimitadas y vendemos los libros a 3 pesos. Así que estamos produciendo todos los días. Además, con cada libro que se vende regalamos una artesanía que compramos a un comedor de Villa Fiorito.
–¿Qué lugar ocupan, en la editorial, la verdulería y la galería de arte?
–No es una verdulería común sino que sólo tiene papas, ajos y cebollas, que son verduras económicas y que no se echan a perder rápido. A veces, algunos cartoneros prefieren canjear el cartón por verduras. En cuanto a las muestras de la galería de arte... son bastante especiales. El espacio es mínimo, así que el artista tiene que hacerse el lugar. Queremos sumar talleres, avanzar en el reciclado de cartón, y ser un espacio abierto a propuestas.
El local de Eloisa Cartonera –Guardia Vieja 4237, abierto de 11 a 19.30– es pequeño, tiene los libros de un lado y las verduras del otro, y una pared (la galería de arte) cubierta con dibujos y pinturas. En el fondo, chill out espontáneo, hay un colchón en el piso, con dos almohadones como respaldo. El redactor del No levanta uno de los libros -Oh, tú, dominicana del demonio, escrito por Cucurto, seudónimo de Santiago Vega– y Victoria, la señora que atiende el local, casi sin mirar qué título es, enuncia: “Todos llevan ése. Dicen que es mejor que Borges y que va a ganar el Premio Nobel”.