Jue 31.12.2015
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#ELLEGADO

› Por Eduardo Fabregat

QLa cuestión abunda en aristas, pero la coincidencia es ineludible: la era kirchnerista es también el post Cromañón. Y eso se entrecruza y ayuda a explicar lo sucedido en todos estos años, el panorama que tienen ante sí los músicos que laburaron en la previa y los que asomaron en un momento de necesaria reconstrucción, de barajar y dar de nuevo. En eso hubo un notable contrapunto: mientras en la ciudad de Buenos Aires se le bajaba la persiana a todo –primero– y se ponía en marcha un plan sistemático de ahogo a los espacios autogestionados, centros culturales, milongas y lugares de música en vivo –después–, las decisiones políticas de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner habilitaron un espacio inédito.

No solo la apertura de lugares de acceso libre a la cultura como la ex ESMA o el Centro Cultural Kirchner, una de las obras más impactantes en la materia que deja esta etapa política. Entre muchas otras virtudes, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual buscó defender la presencia de música argentina e independiente en los medios; la Ley de la Música, en tanto, significó la creación del Instituto Nacional de la Música (InaMu). La labor del ente conducido por Diego Boris y Celsa Mel Gowland no es menor: sabedores de que la creación de música excede largamente la General Paz, se lanzaron a una tarea de fomento y desarrollo en todo el país, implementando subsidios para la creación y producción y, sobre todo, profesionalizando.

Durante demasiados años, los músicos argentinos pagaron un alto precio por su desconocimiento, fueron presa fácil de personajes oscuros que abundaron y abundan en la industria y que los despojaron de derechos inalienables. Los tres Manuales de Formación editados por el Instituto son herramienta imprescindible para todo músico principiante, poniendo blanco sobre negro cuestiones que todo músico debe saber, desde lo estrictamente creativo hasta lo puramente burocrático. A Spinetta, a Charly, a Litto y a tantos otros los cagaron, los sojuzgaron bajo contratos leoninos, les quitaron el control de su obra; los músicos de hoy pueden abrir los ojos y evitar que la historia se repita.

Quizá sea ese el legado más valioso que deja el kirchnerismo a las nuevas generaciones de artistas: una conciencia de los propios derechos, un acceso a la información de todo lo que rodea al mero hecho de tocar un instrumento, que necesariamente influye en la tarea diaria y en las músicas por venir. Hoy que esas decisiones políticas aparecen en riesgo, solo cabe la esperanza de que los músicos no se sientan muy dispuestos a volver a entregar lo que tanto costó conseguir. Ya hubo suficientes desafinaciones.

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