› Por Juan Ignacio Provéndola
VUna reciente publicidad define al periodista como dinámico, creativo y audaz. Dinámico porque es capaz de cubrir en una misma tarde una marcha a Tribunales, una conferencia de un diputado y un incendio en otro barrio. Creativo pues no sólo manda info, sino también audios y hasta transmite en vivo con su celular. Y audaz ya que gracias a esas dos virtudes les quita trabajo a fotógrafos, camarógrafos y tiracables, encima sin cobrar por ello. “Porque la realidad no te espera”, concluía el colega en el anuncio que mostraba las bondades del 4G. Una frase que fascinó a los cerebros del marketing corporativo pero que frustra al gremio en su conjunto: la evolución del periodismo como medio parece estar atada a su involución como oficio.
El auspicio rotó casi en simultáneo con la aparición de Sipreba, flamante sindicato periodístico. El 2015 dejó estas dos imágenes que sintetizan la nueva generación de periodistas: la imposición del oficio multitasking y la emergencia de la militancia gremial como reparación de la precarización laboral. Una tensión mucho más real que la de la “grieta”, gilada inventada por un tipo que no es atravesado por ninguna de esas dos inquietudes y que pretende reducir las discusiones internas de la profesión a una guerrilla entre empleados que representan a corporaciones que no los representan.
La Ley de Medios fue un emblema de esta pelea impostada: obreros proclamándose a favor o en contra de una legislación que repite más “empresa” que “periodista”. Y que, en todo caso, tuvo una función más pedagógica que laboral: supimos algo más sobre los intereses de los medios pero ningún periodista logró beneficios sustantivos en su labor cotidiana.
Una construcción simbólica en redes sociales es la del “pasante de Clarín”, figuración de un novato definido por errores que van desde faltas de ortografía hasta alevosas tergiversaciones. La aparente metáfora, que combina al primer escalafón profesional con el medio que más lo utiliza, tiene un trasfondo cínicamente real: las urgencias comerciales diluyen las necesidades laborales de una profesión agazapada debajo de guerras que lo exceden. El fuego no da tiempo al fogueo y los periodistas de a pie terminan quemados mientras el star system batalla por millonarios patrocinios.
La militancia moral parece reducirse a un tweet; al micromensaje oculto en el metamensaje del bombardeo cotidiano que pugna por imponer la agenda. Las tecnologías avanzan pero el periodista sigue en el mismo lugar. Un corral que comparte con todos aquellos pares que construyen noticias con la misma condición: nunca, jamás, ser protagonistas de ellas.
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