Jue 24.03.2016
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FLOR CANOSA PELó LOLAS

Sin tetas no hay paraíso

› Por Javier Aguirre

“El árbol tapa al bosque y la lola a la mujer”, dice la escritora. Son un tesoro turgente, la última frontera, el target siliconado en la madre de todas las batallas: una pelea de pareja. Son el bamboleante botín de una guerra total. ¿Y quién no daría cualquier cosa por un buen par de tetas? En la novela Lolas (Editorial El Cuervo), de Flor Canosa, una chica está dispuesta a todo, incluso a conocerse de verdad a sí misma, con tal de defender ese presunto generador de felicidades propias y ajenas que lleva implantado en el busto. “Las tetas fueron una excusa para contar algo más, una especie de viaje iniciático del personaje principal”, explica la autora al NO acerca de su primer libro, en el que “las lolas se convierten en un rehén, en un objeto concreto que puede ser reclamado, como un libro o un CD, luego de una separación”. En la ficción, el ex de la protagonista fue quien pagó las siliconas y las exige de vuelta. Y no es spoiler sino disparador: Lolas se basa en la valiente, desesperada lucha de una vendedora de corpiños por conservar su voluptuoso y sintético par. Una lucha que podría ser dramática y patética, pero que resulta divertida, sexual e invita a pensar, de modo juguetón, sobre cánones estéticos, presiones sociales y epifanías vinculadas con el propio cuerpo y la propia identidad. “Mi idea no fue construir un manifiesto feminista sino una comedia cínica, en la que el personaje principal es una antiheroína llena de conflictos que van más allá de tener o no tener implantes, y que debe comprender que no puede esconderse detrás de sus tetas. A veces el árbol tapa el bosque, o la lola tapa a la mujer.” –El extraño desafío de defender sus conquistas pectorales lleva a Juli a indagar en su pasado, en su futuro y en el espejo. “La percepción del cuerpo se divide entre lo que somos, lo que creemos ser, lo que ve el otro, lo que creemos que ve el otro y así... Capa tras capa de una relación enferma con la carcasa que habitamos”, observa Canosa, que además es docente en la Ciencias Sociales de la UBA. Y al final, a las siliconas, ¿las condenás o las bancás? -El problema surge cuando la imagen que percibimos de las mujeres siliconadas, huecas, trofeo, es que lo único que tienen para dar es una vista redondeada y turgente. La culpa no es de la silicona en sí sino de la imagen que trasmite su portadora. Sí, soy mujer y tengo implantes, lo que me da más herramientas que ayudan a que la trama sea más creíble, pero no se trata de una historia autobiográfica sino de una ficción. Por momentos siento que me convertí en voz autorizada en materia de implantes mamarios, pero sólo escribí una novela que los usa como pretexto. Los uso, los quiero, los odio, me resultan incómodos, me encantan, me dolieron, me dieron placer, me provocaron vergüenza... ese mazacote de contradicciones que conforma el ser humano.

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