EL SINDROME DEL SEGUNDO DISCO PARA B.R.M.C. Y THE CORAL
Reincidentes
Dos jóvenes bandas de uno y otro lado del Atlántico, toman el reto de confirmar aquello que se dijo (y compró) de sus debuts. Unos (Black Rebel Motorcycle Club) se volvieron más rabiosos todavía. Los otros (The Coral) asumieron un perfil bastante “pastoral”.
Por Roque Casciero
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“El arte es invitar a la gente a tu propio mundo, ¿cierto?” La afirmación disfrazada de pregunta suena en la voz de Peter Hayes, guitarrista y cantante de Black Rebel Motorcycle Club. Bienvenidos, pues, al mundo del trío norteamericano enamorado del rock inglés de fines de los ‘80, con Jesus & Mary Chain a la cabeza. Un universo generado por Hayes, el bajista y cantante Robert Turner, y el baterista Nick Jago, donde el rocanrol es la religión, donde el cuero negro es una segunda piel y donde sobrevuela la sensación de sentirse fuera de lugar... en cualquier parte. ¿Están todos invitados? Hayes lo piensa de nuevo: “Mejor dicho, nadie está invitado. Nadie. Caé, si querés. Enterate por las tuyas. No estoy invitando a nadie. Es tu puta decisión...”
En Inglaterra, los pibes decidieron que sí querían visitar ese mundo y la prensa los proclamó salvadores del rock (¿les suena?) antes de que publicaran su primera álbum, el magnífico B.R.M.C. Poco más de un año después, el trío vuelve a la carga con Take them on, on your own (que, al contrario de su antecesor, sí tendrá edición argentina a fines de octubre), un compendio de doce canciones rabiosas e inteligentes. Y si no, que lo digan los publicistas que volvieron con la cola entre las patas cuando los Black Rebel rechazaron 175 mil libras por el uso de una canción en un comercial de Land Rover.
“La importancia de la música se perdió hace mucho”, asegura Hayes. “A nosotros nos molestaba eso, pero no podíamos hacer demasiado salvo grabar un álbum y ver qué pasaba. Ahora hay algunas personas, unos 50 mil o los que sean que hayan comprado el disco (más de 500 mil, en realidad), que dicen: ‘Sí, tenés razón, nosotros también nos sentimos de ese modo’. Eso nos da un poco más de confianza. Ahora es tipo: ‘Sí, estamos enojados y vamos a hacer lo posible para que la música signifique un poco más para la gente’. Ponerle más sentido, propósitos, alma y espíritu. Es agradable saber que hay un par de tipos detrás de ese sentimiento”.
Los BRMC son veinteañeros preocupados por el sentido del arte, enojados con el mundo que los rodea (títulos como “Generation” o “U.S. Government” lo certifican) y con la capacidad de condensar esos sentimientos en cuatro minutos de rocanrol oscuro y desbocado, cruza de los Mary Chain con My Bloody Valentine, Spacemen 3 y Joy Division. “Puede escucharse mucha bronca en nuestras canciones y a mucha gente no le gusta eso”, explica Turner. “Al mismo tiempo, el hecho mismo de que se escuche música es positivo, así que es un contraste. Es un soplo de vida dentro de algo”. Y Hayes apoya: “Cuando la gente se enoja se mete en el ejército y mata, así que es una puta rabia liviana. Se trata, simplemente, de que nos sentimos más fuertes acerca de lo que pensamos e incluso de cómo queremos tocar. No es rabia pura y simple. Es... convicción. Un poco más de convicción”. ¿Y de qué están convencidos? “La fuerza de los tres juntos es mucho mayor que la de cada uno”, dicen.
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James Skelly está convencido de que la magia y la medicina balancean el mundo. “Es como la realidad y la ficción, la ciencia y la fe: ésa es la batalla, ¿no? Yo creo en la magia y también en la medicina. No podés tener una sin la otra”, asegura el cantante y guitarrista de The Coral, un sexteto que a partir de 2001 se convirtió en la gran promesa rock de Inglaterra. Motivos no faltaban: su debut epónimo mezclaba polka y ska, por ejemplo, con un sonido trasplantado de la psicodelia sesentista, a menudo dentro de una misma canción. Magic and medicine (¿o la búsqueda del balance?), su segundo y flamante trabajo, confirma lo bueno que se imaginaba de ellos: menos estridente y cambiante, el álbum te lleva de viaje por la campiña, con la sal del mar en el aire. El año bien podría ser 1967, pero las cosas no cambian tanto cuando vivís en un pueblo chico. Si hasta puede que te interesen más los libros y Bob Dylan que la Playstation y 50 Cent...
Con 23 años, James Skelly es el más grande de la banda. Todos parecen mayores, sin embargo, y también haber mamado un amplio rango de géneros musicales. De hecho, en las entrevistas nombran a tantos músicos –desde Dylan y Captain Beefheart hasta Nat King Cole– que la lista no entraría en esta nota. Las nuevas canciones de The Coral tienen esa cualidad que es positiva y negativa a la vez: la primera vez que uno las escucha ya le suenan familiares. Esto puede deberse a las influencias que no se preocupan por disimular, pero también a la habilidad de Skelly y compañía para entregar retro folk-rock en dosis perfectas. Lo que distingue a Magic and medicine es que el cantante ha refinado sus instintos de compositor de canciones, con Scott Walker como modelo favorito. ¿Un ejemplo? El comienzo de “Don’t think you’re the first”, el corte de difusión: “No creas que sos la primera/ en todo el universo/ en seguir a tu corazón/ o contemplar a las estrellas/ en mirar fijo a la noche/ a través de la claridad del día/ No creas que sos la primera/ en todo el universo/ en sentir pena o vergüenza/ mientras caminás en la lluvia.// ¿Te amo?/ Sí, te amo/ o no te lo diría”.
Hoylake, un caserío cerca de Liverpool, proveyó a los Coral de personajes para sus historias (“Simon Diamond” del primer disco, “Bill McCai” y “Liezah” del segundo) y también de un orgullo localista que suena casi desmesurado. “Tiene los mejores paisajes, que igualan al desierto, a las cataratas del Niágara o a lo que sea, pero sin turistas”, dice Skelly de su lugar en el mundo. “En un buen día podés ver el cielo, el mar y Gales, y hay un parque cerca de mi casa que está en perfecta alineación con las estrellas. Es mejor que cualquier otra parte”. Según la banda, el centro del universo es un lugar de la costa de Hoylake. “Es el refugio. Vamos ahí todos los días, sólo a sentarnos y a fumarnos un porro”, asegura Nick Power, el organista. Y James se entusiasma: “Tiene la mejor vista del mundo. Es tan buena cuando llueve como cuando está soleado. Lo mismo pasa con una buena canción: deberías poder escucharla cuando estás feliz o cuando estás triste”.