AUTOSTOP #3: EL SAN MARTíN
San Nicolás tiene tres leyendas: la Virgen, el Yaguarón y una bebida misteriosa y pegadora.
› Por Juan Ignacio Provéndola
San Nicolás, la ciudad más al norte de la provincia de Buenos Aires, tiene tres grandes misterios que ninguno de sus 150 mil habitantes puede terminar de explicar. El más conocido es el de la virgen que apareció por la zona un par de veces en 1983, según contó una señora llamada Gladys Motta ante las distintas autoridades eclesiásticas que se interesaron por su versión y la tomaron como cierta. Por convicción religiosa, sentido de la oportunidad o ambas, la iglesia publicó un libro con las revelaciones que María le hizo a Gladys y levantó un santuario que desde entonces visitan miles de fieles del mundo.
Otro misterio difundido tiene que ver con el Yaguarón, monstruo con cabeza de perro y cuerpo de serpiente que habita las profundidades de uno de los tres arroyos de San Nicolás, y que emerge por las noches, desmoronando las orillas para que caigan al agua las víctimas humanas a las que luego les come los pulmones, su alimento principal. El relato fue heredado de los guaraníes que habitaron la zona siglos atrás y que buscaban comprender por medio de mitos tanto los movimientos del agua como la pérdida de sus seres queridos.
El tercer misterio nicoleño es menos sobrenatural pero igual de indescifrable. Un secreto que está en el paladar de todos pero que nadie puede penetrar. Sólo lo supo Angel Mássimi, fundador en 1933 del Bar del Teatro, y quienes continuaron la tradición de preparar el San Martín, atrapante y enigmático aperitivo que sólo se sirve en esa confitería del centro de San Nicolás.
Algunos afirman que lleva una mitad de gin, otra de vermouth rojo y media rodaja de limón. Otros, que al gin en realidad se lo acompaña con Martini y blue curacao. Y están quienes sostienen que la clave está en un chorrito de chartreuse, uno de los licores con más graduación alcohólica. Eso sí: todos coinciden en que se toma despacio, pues es tan rico como golpeador. La fórmula del San Martín es tan insondable como la de la de la Coca-Cola, por lo que tomarse uno al atardecer sobre la trajinada esquina de Maipú y La Nación termina siendo una búsqueda científica. Será cuestión de beber para creer.
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