Aquel prototipo de paladines de la Justicia treintañeros –de cuerpo macizo, personalidad plana y decidida, y vocación de servicio austera, estoica, casi propia de un monje– ya no tiene nada que ver con la actual generación de superhéroes. La TV reabre estos días su temporada alta de series de íconos del comic con tanques de la alianza DC-Warner Channel como Arrow (quinta desde el 20/10), The Flash (tercera desde el 20/10), Supergirl (con feat de su primo Superman) y la crossoverera Legends of Tomorrow (ambas con segunda desde el 26/10), además de la recién comenzada tercera de la “precuelosa” Gotham, con sus púberes Gatúbela, Hiedra Venenosa y Bruce Wayne.

Sí, es una gran familia de chicos y chicas poderosos, que llevan ajustada ropa de lycra y sienten pasión por los salvatajes urbanos. Pero todos, en comunidad, certifican que los días de superhéroes seguros de sí, tonos paternalistas y vidas personales sencillas parecen ser (por el momento) historia. Acaso estas personalidades deliberadamente torturadas se justifiquen en una búsqueda del verosímil o en “simples” razones de mercado –¿estará DC dando sutiles pasitos que acerquen sus perfiles de personajes a los de su archirrival Marvel, cuyos Luke Cage o Jessica Jones gozan por estos días del maridaje con Netflix? Tal vez haya que rastrear el viraje a la oscuridad psicológica en el Batman de Tim Burton (1989).

O acaso el ajuste etario que volvió adolescentes tardíos a los superhéroe responda a la empatía con la idea –tan de superhéroe, tan de adolescente– de sentirse distinto, incomprendido o con problemas para encajar. Tal vez haya que rastrear ese viraje generacional en Smallville (2001-2014), con su Superman teen, sus múltiples cameos crossovereros y su retórica “de preparatoria”. Lo cierto es que, entre los héroes de esta nueva era de oro de las series, son más frecuentes los coqueteos y las charlas embarazosas de chicos que se ajustan la cinta mochila que las frases admonitorias y las carcajadas duras proferidas por colosos con los puños en la cintura.