Tres días al palo
El atado de tela roja comenzó a dar vueltas por el backstage del Anfiteatro Atahualpa Yupanqui desde la tarde del sábado. Era un rollo como los que se suele ver en los negocios mayoristas de Once, que la gente de la organización llevaba de aquí para allá. Hacia el final de la jornada del sábado, el rollo había terminado en la sala de prensa, y de allí se lo llevó alguien de la producción del evento, con la orden de que “eso” debía ir en el baúl de la limusina. Porque “eso” era la alfombra roja que, por contrato, debía recibir el domingo a Charly García, la estrella que debía cerrar Cosquín Rock a toda orquesta.
En rigor de verdad, la llegada de García y su limusina fue a eso de las tres de la mañana de la mañana del lunes, cuando aún tocaban Las Pelotas. Hasta entonces, desde la apertura del festival el viernes por la tarde con los neuquinos Los Nietos de Báez, ya se habían cumplido casi treinta horas de rock sin incidentes, al menos dentro de la Plaza Próspero Molina. Fue todo banderas, cantitos y, a lo sumo, indiferencia; pero siempre con respeto y entusiasmo. Y aguante para atravesar estoicamente jornadas de casi doce horas de shows hasta llegar con ganas al grupo que cerraba la noche. Pero el que cerraba el festival era ni más ni menos que Charly, una suerte de irresuelta ecuación de incertidumbre permanente con cada recital. Tal vez por eso, cuando Charly finalmente se hizo presente en Cosquín, y pisó la tan mentada alfombra roja que lo llevaría al escenario, recién entonces alguien le dijo a José Palazzo, el responsable del evento: “Ya está, llegó Charly, todo salió bien”. A lo que José respondió, siempre atento: “No, todavía falta que se vaya”.
Todo salió bien, finalmente, en esta segunda edición del rebautizado Brahma Cosquín Rock. Tan bien salió todo, que el éxito comercial y artístico –no tanto social, tomando en cuenta los incidentes de todas las noches, fuera del predio del festival– parece asegurarle al rock local una plaza donde hacer un festival anual. Todo parece indicar que Cosquín Rock perdurará en el tiempo. A pesar de todo y contra todo. Porque el pasado fin de semana no era el más indicado para realizar ningún emprendimiento comercial. Es más: si alguien hubiese planeado un evento de estas características, jamás se le hubiese ocurrido que el fin de semana ideal para hacerlo era justo el anterior a que el Gobierno liberase el dólar. Con el país sumido en estado de incertidumbre, así se realizó. ¿Habrá sido precisamente por eso que el público se mostró todo el tiempo tan seguro de lo que había ido a ver? Había ido a ver rock, y no disturbios. Después de todo, cacerolazo y represión mediante, la violencia ya está en cada esquina de esta Argentina de todos los días, esa que dijo presente en Cosquín fuera de los límites del festival.
“Violencia es mentir”, cantó alguna vez el Indio, y un Festival de Rock bien organizado nunca miente. Ahí está la lista, ahí están los horarios, y ahí estuvo el público que llenó cada jornada de Cosquín: tranquilo, satisfecho, expectante y respetuoso. Y, claro, capaz de estallar con lo que había ido a estallar. Con Los Piojos, por ejemplo, seguramente el grupo más convocante por sí solo de todos los artistas de esta edición. Su noche fue la más numerosa –15 mil entradas vendidas, contra las 14 mil del sábado y las 12 mil del domingo, según datos oficiales– y su show, uno de los más convincentes dentro de un festival lleno de confirmaciones y con muy pocas sorpresas. Aunque las tuvo, claro. Sorprendió Erica García, por ejemplo, al menos por elegir la actitud antes que las canciones a la hora de defender su show. Sorprendió el muy buen recibimiento del público piojoso a La Mancha de Rolando, suerte de falsos La Renga del festival. Sorprendió Botafogo, al iniciar su set del sábado con una muy buena versión blusera y acústica de “El marginal”, de la Mona Jiménez. Y sorprendió también el rock progresivo de Pez, que rompió una cierta monotonía estilística y despertó la atención del público cordobés. Más allá de los números centrales de cada noche –Los Piojos el viernes, Divididos el sábado y Las Pelotas el domingo, tomando al show de Charly García como el de cierre de todo el festival–, una de las grandes confirmaciones del Cosquín Rock es que aquel nuevo rock de los ‘90 ya alcanzó la mayoría de edad. El Otro Yo deslumbró el viernes, después de los respetados Cabezones –justamente eso le agradecieron al público, el respeto– y antes de la contundencia punk de Attaque 77. Con Ciro Pertusi, Maikel (guitarrista de Kapanga, uno de los grupos más festejados por el público) e incluso un atento Omar Mollo disfrutándolos desde el backstage, al contundente set musical post-Jessico de Babasónicos se le agregó el provocador vestuario de su cantante (calzas de ballet, pecho al viento y plumas casi de vedette como un chalequito sobre los hombros) que atravesó indemne su protagonismo en la programación del domingo, arrancando muchos más aplausos que los pocos silbidos que se escucharon sólo en los temas lentos. Y el sábado, a pesar de haber quedado como jamón del sandwich entre el ego artístico de Pappo –que hizo eterno su show con Riff– y la contundencia de la convocatoria de Divididos, Catupecu Machu entregó el set más enérgico de los tres días, con una demagogia verbal que es mitad clase de aerobic y mitad Spinal Tap, pero que viene acompañada con una contundencia musical y una conmovedora entrega que consiguió su respuesta: el pogo de “Lo que pido es que pises sin el suelo” fue realmente unánime.
A la hora de hacer memoria y poner en perspectiva un evento como el Cosquín Rock, más acá del Festival de La Falda o del no menos histórico BA Rock, lo primero que se recuerda son los eventos gratuitos organizados primero por la Municipalidad porteña y luego por el Gobierno de la Nación. Ante semejante mención, Palazzo inmediatamente recuerda que la fecha cordobesa de Argentina en Vivo del año pasado coincidió con la primera del primer Cosquín Rock, y el festival convocó más gente que aquel recital gratuito de Los Fabulosos Cadillacs en Villa Carlos Paz. Sin embargo, el verdadero antecedente de estos Cosquín Rock bien podrían ser aquellos festivales del Nuevo Rock de primera mitad de los ‘90. No sólo por el hecho de ser itinerantes por todo el país sino también por esa posibilidad de mezclar estilos pacíficamente. El éxito de Cosquín Rock, de esta manera, tal vez termine de cincelar el gran logro del rock de los ‘90, que es el respeto por la diversidad. El crecimiento de los chicos y el respeto de los grandes por los nuevos tiempos han terminado de abrir cabezas entre público y músicos, y así es como el viernes pudieron convivir pacíficamente el público de Los Piojos y el de El Otro Yo, el sábado el de Riff y Catupecu; o el domingo el de Babasónicos y Las Pelotas, e incluso permitirse disfrutar del show ajeno. Algo que en la escena del nuevo rock de los ‘90 hace tiempo que es posible, y su generalización tal vez deje en el olvido aquellos choclazos de La Falda, y el no-tan-pacífico hippismo del BA Rock.
Violencia: hay que recordar también que el exitoso y pacífico Cosquín Rock también puede ser entendido como una suerte de corralito rockero. Los privilegiados que lograron entrar, pueden disfrutar de la calma. Afuera, sin embargo, todo es distinto. Y así ardió también un poco Cosquín, cuando los que sabían que se iban a quedar afuera intentaron forzar la militarizada seguridad del perímetro. La respuesta de la contundente policía cordobesa fue sin miramientos y a balazo (de goma) limpio. El primer día, las corridas fueron cerca de la entrada principal, al punto que al caer la noche arreciaron los balazos (uno fue a parar a la espalda del fotógrafo del No) y la caza al rockero por parte de policías de casco, escudo y escopeta. Con chicos tirados violentamente contra el asfalto y familias mostrando en alto sus entradas para cruzar en paz el retén. Superada por lo que sucedió en las afueras aquel primer día –pocos de los presentes se enteraron del caos circundante, tal como sucedió en el país hasta último momento–, la producción reaccionó con rapidez, y gestionó la transmisión en directo del evento por un canal de cable local. Incluso se instaló una pantalla gigante en la plaza principal. Tantas gestiones, sin embargo, no impidieron que se repitieranlos enfrentamientos entre la policía y los que quedaban afuera. Así fue como la céntrica Av. San Martín –convertida en peatonal virtual en las inmediaciones de la Plaza Próspero Molina– terminó luciendo varios comercios con sus vidrieras rotas.
No fue de extrañar que las banderas argentinas hayan sido las grandes protagonistas del Cosquín Rock. Ilustradas por la iconografía de los grupos más diversos y ondeando ante cada grupo que provocó un cierto entusiasmo, las banderas de todos fueron el centro de casi todos los shows. Y por eso no es de extrañar que el gran cierre gran del evento se haya realizado bajo una lluvia torrencial, durante el show de Charly García. Porque el diluvio, lejos de llevarse todo, fue resistido a pie firme por los presentes. Por eso el cierre resultó el coro unánime de ese Himno Nacional que a esta altura también lleva la marca García. Aunque, hay que decirlo, el Himno de Charly llegó como bis después de un parate de unos minutos, una pausa que –bajo la lluvia– se tradujo en un cierto éxodo. “Ahí sí que me puse nervioso”, confesó Palazzo, que llevaba varios días planeando un gran final con el Himno y fuegos artificiales. “Tenía ganas de ir a los micrófonos y pedirle al público que no se fuera, que tenía 5 mil dólares en fuegos artificiales listos para estallar”, remata, entre risas satisfechas. Es que, finalmente, García volvió a la lluvia para cantar el Himno y los fuegos estallaron. Tal vez haya sido la señal definitiva para suponer que habrá Cosquín Rock para rato.
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