Jue 12.12.2002
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CONVIVIR CON VIRUS

convivir con virus

› Por Marta Dillon

Hace días que anda cabizbaja, sin ganas de salir, ni siquiera de ir al pool donde se juntan los pibes. Y cuando eso sucede es porque está mal, tanto que hasta su madre se da cuenta en el poco tiempo que pasan juntas, entre reunión y reunión de mujeres, en las que la mamá vende productos cosméticos. De parar en la placita del centro de ese barrio de monoblocks en el que vive, ni hablar. Justamente ahí está el motivo de su desgano, de esa sensación rara parecida a la vergüenza que le hace agachar un poco la cabeza, caminar mirando por el rabillo del ojo, sentirse un poco minusválida. Es que ella, con sus quince años empinándole la remera de los Redondos que heredó de su hermano, no se sabe defender. Eso es lo que dice, que por no aprender a pelear, por aceptar lo que le enseñó su vieja ahora no sabe cómo enfrentar a las pibitas que la están buscando todo el día para darle pelea. Y es así, dice ella, si no te sabés defender te cagan a piñas. Si a una compañera le rompieron el tabique de una trompada, en el patio del colegio, antes que terminaran las clases. Yo no tengo coraje, dice ella. No sabe qué hacer. Lo mejor sería aprender a pelear, aunque sepa que está mal, que ésa no es la única manera de enseñar coraje, todo lo que le dijo su madre puede ser verdad, todo lo que quieras. Pero ahora las pibas se agarran a las piñas por cualquier cosa y ella no quiere volver a comerse los mocos porque presiente que será verdugueada desde ahora en adelante. Yo sé pelear porque a mí no me quedó otra, le dice su amiga Nadia y ella lo repite. Porque donde Nadia vive, ahí en la villa Jardín, o aprendes a pegar o no salís de tu casa. ¿Y por qué surgen las peleas? Por cualquier cosa, aunque todos los motivos son el mismo: hay que defender lo que es tuyo. Tu nombre, tu novio, tu madre, la puerta de tu casa y hasta la música que te gusta. No hay otra manera, cada vez menos, hay que saber pelear. Ella se lo dice a la mamá y la mamá no lo entiende, insiste con eso de que es más valiente decir que no vas a pelear que saber dónde pegar más fuerte. Que hay que tener mucha altura para dar vuelta la cara cuando te están provocando y que, lamentablemente, saber pelear o defenderse no te asegura salir ileso. No tengo coraje, insiste ella, María, quince años, perdida en medio de esta selva en la que sólo pretende sobrevivir.

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