Jue 25.10.2007
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LA BANDA QUE NUNCA VAS A ESCUCHAR

Hoy: Dramones, punk-rock depresivo *

› Por Javier Aguirre

El punk-rock argentino se caracterizó siempre por un ritmo eufórico y veloz. Tan frenético como para que en un show de 26 minutos se toquen 98 canciones. O tan vertiginoso como para que, en un festipunk, cuanto más vomitadas haya en el piso, más cantidad de vasitos de cerveza tirada se venderán en la barra. Sin embargo, el rock busca nuevas formas mediante la técnica del ensayo-error. Y precisamente así (más cerca del error que del ensayo) es que nace Dramones, dramática banda de punk-rock de Quilmes. Sus canciones están lejos de cualquier búsqueda de exaltación emocional, ni siquiera tienen el entusiasmo gris del nihilismo. Se trata de una insólita forma de punk-rock lento, desgarrador y triste, basado en desoladoras historias de vida como Cementerio de animales (con deformaciones congénitas), Sheena era una punk-rocker (hasta que entró a trabajar en una curtiembre), Yo creo en milagros (pero no me van a dar la tenencia de mis hijos) o Quiero estar sedado (para soportar esta enfermedad terminal).

Los Dramones editaron su álbum debut –Dramonesmanía, 2007– tras cinco años de hacer llorar al under con su deprimente obra. Según consigna el modesto fanzine punk Alfiler de Gancho en el Upite, durante una presentación reciente en un pub de Turdera “los Dramones debieron suspender el show a causa de un acceso de llanto generalizado entre el público tan terrible que los lloriqueos impedían escuchar al amplificador de guitarra, y eso que estaba con distorsión”.

El “boca a boca” y el “lágrima a lágrima” hicieron el resto y los Dramones empezaron a ser invitados a participar en diversos compilados punk, como el gestionado por la Subsecretaría de la Juventud del PAMI (Achaque 77, tributo geriátrico a Attaque 77) o como el polémico Invasión 07, dedicado a los marines estadounidenses y a la escena punk-rock iraní.

Gracias a Dramones, los festipunks de Zona Sur incorporaron novedades al tradicional menú de choripanes y birra, y posibilitaron la apertura de un nuevo mercado: el de la venta de pañuelos descartables para enjuagar lágrimas y de antidepresivos vencidos, sin receta.

* Cualquier similitud con la realidad; lejos de cualquier teoría conspirativa, es pura coincidencia.

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