2 MINUTOS Y LA MANCHA DE ROLANDO, LA VIDA EN KIOSCOS
SIN PROHIBICIONES, DEL OTRO LADO DE LA GENERAL PAZ
Bien argentino
Por C. V.
Los músicos de La Mancha de Rolando se conocieron en el kiosco que Carlitos, el bajista, tiene hace 14 años a 50 metros de la Plaza Mitre de Avellaneda. “Estábamos con Viruta, un amigo, escuchando a Pappo. Acá sonaba mucho heavy en esos tiempos –señala Carlos–. Un día pasaron Manuel y Franchi y preguntaron qué era. ¡No conocían a Pappo!”, ríe el bajista mientras mira a Manuel Quieto, que asiente sin drama. El encuentro provocó buena vibra entre los pibes y fue origen de la banda, que ya está por editar su décimo disco, Viaje. Desde aquel momento, el kiosco acompañó el desarrollo de la banda. “Era un kiosco muy heavy éste... Acá –Manuel señala la parte superior de la puerta de entrada– había arañas de goma y murciélagos colgando. La gente se asustaba.” Carlos cuenta que una vez le cerraron el local cinco días “por vender alcohol”, pero que todo se solucionó cuando lo transformaron en despensa. “Nadie te puede decir nada, por ahora”, se ataja. El kiosco es, para La Mancha, su oficina. Allí se juntan para ir a tocar, venden entradas anticipadas, CDs y hablar con los pibes. “Acá se discute todo. Los cuatro vivimos cerca y es como el lugar de reunión obligado, el que nos queda cómodo a todos. Antes de los shows, nos juntamos y sacamos todo lo necesario... Dos agüitas, sandwiches, lo que sea”, enumera Manuel. Hay personajes que entran y salen todo el tiempo, además: Lucho el cartero, Juan de Strauss, el Gordo Panadero, Chinchulín, Vineli. “Son personajes que imponen alegría. Cuando están todos juntos no se puede creer”, dice Manuel.
Como el local está rodeado de colegios con pibes que van y vienen por la calle 25 de Mayo, Carlos y Cía. tienen la ventaja de una instantánea y callejera investigación de mercado. “Nos vienen a contar ‘lo vimos acá’, ‘los pasaron en tal radio’. Para nosotros es como un termómetro que nos marca cómo van las cosas”, sostiene el cantante. Se reúnen a eso de las siete de la tarde y a veces se quedan hasta que cierra, a las diez. Un horario poco rocker. “Es mejor cerrar temprano para evitar problemas. En otras épocas nos hemos quedado más de dos días derecho, pero ya no. Además, vendemos cerveza solo a los conocidos. Tratamos de que todo esté bien”, dice Carlos. Sobre la prohibición en Buenos Aires, tiene qué decir. “Dos cosas: por un lado es cierto que te saca la ganancia, que en Capital debe ser mucha por los altos precios que se manejan. Pero por otro, alguien tiene que cuidar a los pibes”. Manuel, que al fin de la charla ya se había bajado dos mantecoles, un alfajor, dos chocolatines y una gaseosa, prefiere verlo desde otro punto de vista. “El kiosco es la libertad... Podés sentarte en la calle, tomar del pico... Argentina es el mate, el dulce de leche, los colectivos y el kiosco.”
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