Viene de Monterrey
Monterrey fue sede de la reciente Cumbre de las Américas (ahí donde Kirchner renegoció el pago de la deuda externa argentina, previa promesa de “nocaut” a Bush). Es la capital del estado de Nuevo León y uno de los mayores polos industriales de América latina, situación que cae bien a quienes desean establecer una comparación –a la distancia, claro– con la productividad musical de Detroit o Manchester. Porque buena parte de la generación que renovó el rock mexicano en la última década viene de Monterrey. Primero fue Control Machete, con su relectura localista del hip hop. Después aparecieron Plastilina Mosh (¿los Beck regiomontanos?) y más tarde El Gran Silencio (cumbia-ragga-rock), apuestas híbridas que modernizaron la estética de una de las fronteras más célebres del mundo. El proyecto de un rock continental con identidad y a la vez global y cool siguió con Kinky y algunos grupos menores (Jumbo, Zurdok, Genitallica). “En Monterrey conviven muchos estilos diferentes”, dice Omar. “Es muy raro escuchar grupos que se parezcan entre sí. Hay una gran diversidad de sabores y colores. Tenemos una relación muy fuerte con el círculo alternativo de la ciudad. Sí que somos una generación.”
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