Slacker y perdedor. La primera vez que el mundo tomó contacto con él, era un muchachito con pinta de desganado que mezclaba hip hop y folk. “Oh, soy un perdedor”, cantaba en español en “Loser”, el hit que lo hizo despegar del under californiano. Atuendo: camisa leñadora.

Niño alternativo mimado. Al mismo tiempo que grababa su debut major, Beck registraba dos álbumes independientes con facetas diferentes de su arte: One Foot in the Grave dejaba traslucir su amor por el folk y Stereopathetic Soul Manure era ruidoso y experimental. Atuendo: jeans gastados y camperita liviana.

Cowboy espacial. El disco Odelay lo convirtió en un icono del rock de los ‘90. En lugar de hacer “Loser II: El regreso”, metió en la licuadora retazos de buena parte de la cultura pop y salió con una mezcla única en la que habitaban los westerns, los robots y los peinados infernales. Atuendo: sombrero Stetson y botas texanas.

Eu sou un garoto. “El sol de California no es tan distinto del de Río de Janeiro”, debe haber pensado cuando se mandó con “Tropicalía” en medio del revival de la bossa nova. Le salió bastante bien, aun en un disco introspectivo de folk galáctico (Mutations).

Macho funk. El más inesperado de los cambios de rumbo de Beck: el rubiecito quiso ser negro por un rato y para eso recurrió a todo disco, poster y video de Prince que se le puso enfrente. Pero un halo de sarcasmo y la inevitable realidad (es blanco) hicieron que la movida dejara un sabor extraño. Atuendo: camisa y pantalones con flecos brillantes.