Jueves, 27 de agosto de 2009 | Hoy
LA CORRUPCIóN EN LA NOCHE ROCKERA
AUNQUE SE CUIDAN MAS, CINCO AÑOS DESPUES DE CROMAÑON LA POLICIA FEDERAL O INSPECTORES DE LA DIRECCION DE CONTROL Y FISCALIZACION DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES SIGUEN RECAUDANDO DINERO EXTRA: DESDE COIMAS HASTA CANONES POR “PROTECCION”.
Por Luis Paz
”Antes de Cromañón pasaban otras cosas, pero ahora los inspectores no te aceptan ni que les convides una gaseosa, y la cana se cuida mucho.” La sentencia corresponde a la voz de uno de los managers de bandas, dueños, gerenciadores y encargados de bares y boliches porteños que el NO consultó con la intención de traer a la luz las oscuras maniobras que la Policía Federal, en algunos casos, o los inspectores de la Dirección de Control y Fiscalización de la Ciudad de Buenos Aires, en otros, siguen poniendo en práctica para recaudar dinero extra (desde coimas hasta cánones por “protección” a ciertos espacios). Porque sí, el proceso judicial contra los responsables de la masacre del boliche Cromañón acabó (al menos en su primera instancia): algunos recibieron penas, otros fueron exculpados, la banda siguió tocando, pocas prácticas cambiaron y ya no se ve tanto bengaleo... pero, aun así, cambiar no cambió demasiado. Todo está como estaba. Y no es precisamente bien.
Incluso en aquellos lugares de apariencia segura –grandes boliches o históricos bares a los que se decide ir en búsqueda de sana diversión, un buen show en vivo, una compañía del sexo opuesto o una simple birra–, el peligro acecha del mismo modo que siempre: oculto, latente, expectante.
Coinciden las fuentes consultadas, todas mediante un riguroso pedido de ser reproducidos con reserva de nombre, en que luego de Cromañón la habitual coima de algún modo “se institucionalizó”. ¿De cuál modo? “Los inspectores ya no piden plata, pero realizan una persecución total a los bares, a los que controlan hasta dos o tres veces el mismo día. Y lo hacen tan seguido para que la única posibilidad de zafar, si tenés más gente adentro de la que te deja la legislación, sea conseguir un contacto en la Municipalidad.”
El contacto, explican, hace poco más que buchonearles cuándo y a qué hora les caerá una inspección. Los que van al lugar no se ensucian las manos: hacen su tarea, llenan planillas y piden papeles. Pero, detrás de esa pantomima, el informante embolsa de uno a tres mil pesos semanales por cada lugar al que le avisa que será revisado. Los que tienen el papelerío en regla obtienen el beneficio de poder vaciar el lugar antes del control. Los que no, comúnmente bajan las persianas y aducen “desinfección”. Así, un negocio de cuatro a doce mil pesos mensuales para unos pocos se convierte en el renacer de una pesadilla para muchos, en decenas de bares–ollas-a-presión al filo de completar la tríada con Kheyvis y Cromañón.
No se trata de ser alarmista en la presentación de la información, pero todo esto es fácilmente chequeable en los medios –que informaron que hace un par de semanas clausuraron una fiesta electrónica que ocurría en un salón del hipódromo cordobés porque en un lugar para 140 personas... ¡había 2200!–, pero también en la experiencia personal de cualquier joven. Este fin de semana, sin ir más lejos en el tiempo, en un caserón a medio derrumbar de Palermo se celebró otra fiesta con más de 250 personas en el espacio de un living. ¿Qué seguridad hay, entonces, si el cierre de espacios es discrecional y si los organizadores de la diversión no reparan en la posibilidad de que cualquier baile se convierta en el de la muerte?
Antes de Cromañón, los espacios que cada fin de semana cobijan a las más selectas bandas emergentes, visitas internacionales y fiestas habían recibido, como mucho, una única inspección desde 2001. Después de Cromañón “se pusieron las pilas y ahora te pueden caer tres controles en la misma noche: el municipal por la habilitación, el municipal por las condiciones de seguridad, y el de bomberos”, dicen algunos. Otros leen distinto: “Cuanto más seguido controlan, más posibilidades de encontrar algo fuera de regla tienen. Juegan con eso, con que aparezca la chance de perdonarte una clausura por 500 pesos”. Un bar chico que permanece abierto toda la semana en una zona con movimiento normal puede recaudar entre 25 y 30 mil pesos”, según sus dueños.
Y eso funcionando a niveles legales de convocatoria. Es que otro de los problemas derivados de la regulación, y originados en la mala praxis de quienes deben velar por la seguridad, se presenta principalmente en los bares más chicos. Ese tipo de espacios tiene permitido meter una persona por cada tres metros cubiertos de local, algo “totalmente insólito porque el lugar parece vacío”, se quejan los que los manejan. En el caso de los boliches, el permiso es de un cuerpo por metro cuadrado cubierto. “Es muy raro que un bar cumpla con eso. Cualquiera de los de Plaza Serrano no debería cargar más de 40 o 50 personas.” Y sin embargo sucede.
En 2004, levantar la clausura de un local salía mil pesos. Tras el incendio en Cromañón, los valores se multiplicaron por diez; y, pese a eso, hoy se zafa del cierre con la mitad de plata que entonces. ¿Cómo, cómo, cómo? Momento, lo dicen ellos: “Si te clausuran, lo mínimo que tenés que pagar son diez lucas, después quince, veinte y así. Es un negocio muy grande que le ganó el espacio a la coima tradicional. Ahora, en lugar de poner unos mangos cada semana para los inspectores, podés pagar 500 pesos si te quieren cerrar y zafarla. A ellos les conviene y a nosotros también”.
A todo esto, ¿la policía qué pito toca? “La cana ni viene a pedir plata, pero si viene se cuida mucho”, cuentan los que tienen que dilear con ellos cada fin de semana. En algunos casos bastó una charla que saque a relucir el contacto político para calmar a los azules en búsqueda de “platita para la brigada”. Pero algunos no tienen la posibilidad de pechear con nada, y acaban teniendo que pagar “entre 100 y 200 pesos para que el comisario” de la zona “se mande un buen asadito cada domingo”. Y esto ocurre comúnmente en el noroeste porteño. “Es más, siguen siendo las mismas caras que pasaban a cobrar antes de Cromañón.”
Aunque contenga desazón, el tono de las fuentes consultadas no es de hastío ni de bronca con respecto a esto último. Es que coinciden en que “es algo que está naturalizado” y en que “no es que se pague porque te enganchen en algo raro, ni por protección”, sino que “se paga porque es costumbre”, una costumbre mafiosa presentada con una frase mafiosa: “Vengo a buscar lo mío de esta semana”, dicen los que usan botas y bastones, siempre según las fuentes que charlaron con el NO. Por eso, muchos lo llaman “la cuota”.
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