OPINION
› Por Mariano Blejman
Eso de conectar a sociedades enteras desde la más tierna infancia –a veces no tan tierna, claro– implica una serie de responsabilidades políticas y culturales. Quien domine el software estará “determinando” cómo comprenderán los jóvenes el acceso al mundo digital. Decidirá, finalmente, entre sistemas que alienten a la independencia, o sistemas que sigan provocando dependencia de países centrales. Se le concede al gurú tecnológico Nicholas Negroponte ser el impulsor mundial de la idea, bajo lo que suele llamarse “determinismo tecnológico”. O sea, el solo hecho de poblar al mundo de computadoras acortaría la brecha digital. Como bien marcan los manuales instructivos –evidentemente bien informados en materia de referentes de la Sociedad de la Información–, es una postura opuesta al “determinismo social”, que dice que las tecnologías son el resultado del entramado social, por lo tanto no son neutrales.
En tanto, el ministerio apuesta a la “perspectiva sociotécnica” que entiende a la tecnología y la sociedad como dos esferas dependientes y por tanto influenciables. En ese marco teórico, el proyecto de Inclusión Digital tomó una decisión que podría ser cuestionable: propone como aspectos “complementarios” la instalación de software propietario (Windows) y software libre (GNU/Linux) como si fuera una cierta cuestión de elección, cuando –como suele decir Richard Stallman, el principal referente de software libre del mundo– ese tipo de opción es como preguntarle a un niño: “¿Usted qué quiere ser, libre o esclavo?”. Si bien el proyecto es pedagógicamente sólido, instalar sólo software libre sería una buena forma de detener la inercia social que ha logrado crear una empresa standard con 80 por ciento de ganancias (Microsoft), romper las cadenas de la dependencia tecnológica, dejar de pagar por licencias que deberían ser libres (aunque fuese sólo 1 dólar por computadora) y apostar a un sistema que entiende al software como un bien solidario.
Como dice el instructivo, “Internet ha sido usada con fines distintos, casi opuestos, a los que se proponían las primeras entidades que crearon y promovieron Internet. El EZLN, desde 1995, usa la red como espacio privilegiado para difundir la situación de la población indígena de Chiapas”. Pero, por cierto, ¿sabrá el alumno, por ejemplo, que el formato .doc tiene derechos reservados de Microsoft Corporation, y que esta empresa podría reclamar la propiedad intelectual de su contenido? ¿Sabrá el alumno que la ISO (International Standard Organization) propone como formato standard el OpenDocumentFile.odt, de software libre? Si de romper la brecha digital se trata, el standard propuesto por el Estado delimitará también su futuro. El standard facilita la colaboración, pero puede ser el backdoor a la dependencia.
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