Jue 19.12.2002
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LA CACERIA EN CORRIENTES

Ramón tomaba tereré

Después de tres días cavando zanjas y desmalezando a machetazos, a Ramón Alberto Arapí empezaban a salirle ampollas en las manos. Se lo comentó entre risas a sus padres y a sus siete hermanos en la modorra del 19 de diciembre, poco antes de acostarse a dormir la siesta en su casa de Barrio Nuevo, un grupo habitacional enclavado en un extremo del complejo de viviendas Laguna Seca. Con 20 mil habitantes, Laguna Seca es casi una ciudad satélite de Corrientes, otro gigantesco apéndice de miseria en una provincia con un nivel de pobreza del 60 por ciento. Los padres de Ramón –un empleado de Vialidad Provincial y un ama de casa ciega– se las arreglaron para criar a nueve hijos sin pasar hambre. Ramón terminó la escuela primaria y abandonó la secundaria para cooperar en la economía doméstica. Salía en bicicleta y traía las bolsas del mercado que su madre no podía cargar.
Antes de la Navidad del 2001, los Arapí todavía elaboraban el duelo por la muerte de Gustavo, un hermano que cayó en una pelea de vecinos en abril de ese año. Ramón tenía 23 y, junto a su hermano Marcelo, había conseguido un Plan Trabajar: salían de casa poco después de las 5 de la mañana y regresaban a las 11. El verano de Ramón, entonces, se reduciría a tereré, trabajo duro, fútbol en el potrero del barrio y el intento por conquistar el amor de María Jiménez, una vecina a la que todavía no sabía cómo declarársele. Fue por ella, más que por convicción religiosa, que Ramón se hizo testigo de Jehová. “Tenía dos únicos vicios, señor: mate dulce y cigarrillos”, dice su hermana Norma, quien no puede olvidar la risa de Ramón en aquella asfixiante tarde del 19. Cuando al fin cayó la noche y De la Rúa dio su último discurso como presidente –y el país empezó a estallar como una ristra de petardos–, una parte del pueblo correntino salió a saquear comercios y supermercados en diversas zonas de la ciudad. El gobierno provincial dispuso un operativo de emergencia a cargo del entonces ministro de Gobierno y Justicia, Pedro Cassani, el subsecretario de Seguridad, Manuel Aguirre, y el jefe de policía correntino, el comisario general Mario Rubén Fleitas. Al final de la noche se reportarían cinco heridos de balas policiales, dos agentes con lesiones inciso-punzantes y un hombre muerto.
Las casillas de Barrio Nuevo titilaban con las imágenes de los noticieros. Asustados por la declaración de Estado de sitio, los vecinos miraban la televisión y se reunían en la vereda a comentar los alcances dramáticos de ese final previsible. El supermercado más cercano (Parada Canga, en el barrio San Marcelo) quedaba a quince cuadras de la casa de los Arapí. Ramón y su hermano Marcelo, que tenían que presentarse en el trabajo a las cinco y media de la mañana, pasaban la madrugada en la vereda, junto a un par de amigos, tomando tereré para matar el calor y escuchando bajito las noticias por radio. A las tres y diez de la mañana, una camioneta bordó perteneciente a la comisaría 13ª del barrio Pirayuí, abocada al operativo de represión, irrumpió en la barriada a través del baldío que hace las veces de canchita de fútbol. A bordo iban cinco policías: cuatro uniformados y uno de civil. Entraron a los tiros. La gente se refugió en sus casas; los muchachos dejaron el tereré y corrieron a guarecerse. Tres policías saltaron de la camioneta. Ramón manoteó los bolsillos y, al no encontrar la llave de su casa, corrió a la vivienda de una amiga, doblando la esquina. Su hermano Marcelo trepó una medianera y se ocultó en un techo. En la calzada opuesta, Ramón se metió en una casa con patiecito al frente. Los policías lo alcanzaron y él se arrodilló con las manos en alto, debajo de una parra. Uno de los agentes, reconocido por seis testigos como Juan Ramón Vallejos, agarró a Arapí de los pelos y lo fusiló por la espalda. Vallejos y sus compañeros arrastraron al herido a la vereda, lo patearon, lo golpearon y lo abandonaron mientras se desangraba. Un carnicero del barrio lo subió a su coche y condujo hasta elhospital escuela, a donde llegaron a las tres y cuarto de la mañana. Ramón estaba muerto.
La causa está en el Juzgado de Instrucción Nº 1, a cargo del juez subrogante Juan Manuel Segovia. Vallejos está detenido, pero sin proceso. Los otros tripulantes de la camioneta –el subcomisario René Raúl Píriz, el cabo primero Esteban Blanco, el cabo primero Alberto Alfonzo y el sargento Ramón Leiva– no fueron imputados. Desde entonces, el padre de Ramón se dio a la bebida e intentó matarse tres veces. El gobierno de una provincia que fue preámbulo y epílogo de la gestión represora de De la Rúa (que comenzó en diciembre de 1999, con los asesinatos de los trabajadores Francisco Escobar y Mauro Ojeda) nunca se hizo cargo de su responsabilidad en el asesinato. Se limitó a pagar el sepelio. n

La reconstrucción del fusilamiento de Ramón Arapí fue posible gracias al relato de Hilda Presman, integrante de la Comisión Provincial de Derechos Humanos de Corrientes, y Norma Arapí, asistidas por el testimonio de los seis testigos presenciales del hecho. A todos ellos, gracias por la memoria y el coraje.

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