Jue 16.02.2012
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EL DILEMA DE TOCAR UNA CANCIóN DE SPINETTA EN EL FOGóN

¡Es imposhible!

› Por Javier Aguirre

Salvo en los casos no chequeados de los campamentos de virtuosos — pongamos, las rondas del Camping de Héroes de la Guitarra—, las canciones de Luis Alberto Spinetta parecieran haber quedado históricamente fuera de los repertorios favoritos del fogón. Tal vez porque sus armonías pueden ser impredecibles, o porque sus melodías resultan fértiles en volantazos exquisitos; el impresionante reservorio de temas de Spinetta, no obstante su popularidad, a menudo ha amedrentado a los guitarristas novatos de tesón frágil y dedos duros (“¡Es imposhible!”, gritaría, frustrado por La bengala perdida, Juan Carlos Pelotudo, el personaje aspirante a violero de Peter Capusotto y sus videos).

Es cierto: estadísticamente, a lo largo de los 45 años de carrera del Flaco, en toda la Argentina deben haberse armado tal cantidad de fogones que sí o sí habrá habido lugar para rarezas y excepciones. Por tanto, no escasearán las pruebas (“¡Yo estuve ahí!”) de que en el último medio siglo algunas piezas spinetteanas puntuales —Me gusta ese tajo, Muchacha (ojos de papel) y Tema de Pototo, seguro; Seguir viviendo sin tu amor, tal vez— habrán logrado romper el cerco de perezas e impericias de guitarras hipponas, para así formar parte de noches de guitarreo casual, en torno de una fogata, entre mates, bizcochitos, vinos, cigarritos, playas, campitos. Sin embargo, haciendo a un lado los asteriscos de la excepción, la obra de Spinetta, a pesar de su magnitud y su repercusión, no parece haber entrado al nicho del fogón con la misma vehemencia con la que se metió en los libros de la buena memoria del rock argentino.

¿Significa eso que la canción spinetteana no resulta apta para las condiciones propias de las sesiones fogoneras promedio, como lo son la zapada en la oscuridad, el coro irregular y ululante, el fluir relajado por el diapasón o el hilvanado melódico errante? Mmmhhh... Acaso sea injusto adjudicar el fenómeno a complejidades armónicas o a acordes desafiantes, y sea el momento de, además de recordar al compositor, tributar al intérprete: todavía más lindo y emocionante que cantar y tocar una canción de Spinetta, es escucharla cantada y tocada por él.

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