No Sleep ‘Til Hammersmith (1981): el primer registro en vivo de una banda que hizo de esa instancia un culto. Aún más: el mejor disco en directo de Motörhead y uno de los mejores del rock pesado en general. La clave no está sólo en la mezcla final, que captura el espíritu rabioso, mugriento, estridente y sincero del grupo; también en el repertorio, que resume grandes momentos del tridente Overkill-Ace of Spades-Bomber. En su alineación más recordada, con “Philty Animal” Taylor en batería y “Fast Eddie” Clarke en guitarra, izaban bien alto la bandera de la nueva ola de metal británico y desnudaban la trastienda: el título aludía indirectamente al uso de anfetaminas. Obra fundamental, si las hay, y previa a una gran decisiva para el trío.
1916 (1991): el derrotero de la banda había seguido con más puntos altos que bajos. En el medio, cambios de formación la transformaron en un cuarteto y así, mientras el grunge tomaba la batuta, Lemmy se mudó a Los Angeles, cerca de su frecuentado Rainbow Grill & Bar, donde este sábado será su funeral. Apareció entonces este disco inspirado en las guerras mundiales que tanto apasionaban a su líder, y que estaba repleto de golpes directos, sobre todo en sus estribillos y en la afiladísima dupla de guitarras Würzel-Campbell. Cortes irresistibles como I’m So Bad, Going to Brazil –cada vez que venía, Lemmy aprovechaba para disculparse por no haberlo hecho con Argentina– o Make My Day se suman a un homenaje a sus amigos con R.A.M.O.N.E.S, y la psicotrópica Nightmare/The Dreamtime, en la que la voz toma formas inesperadas.
Inferno (2004): los años pasan para todos, y a nivel sonido, la producción de este disco se acopló a lo que estaba pasando, por lo que resultó mucho más pulida que cualquiera de las anteriores. Con Cameron Webb por primera vez sobre las perillas –situación que se replicaría hasta Bad Magic, el trabajo más reciente– se buscó revitalizar el audio sin dejar la potencia del nuevamente trío en el camino. Motörhead venía de bajos rendimientos en estudio, pero recuperó el cross de derecha para entrar a su propia década del 2000 con este disco: el inicio con la alarmante Terminal Show es sólo un anticipo de lo que viene.
Aftershock (2013): está claro que Motörhead tiene mayores logros que éste, pero vale la pena rescatar la intención, sobre todo cuando los achaques de salud empezaban a hacer mella en el cuerpo de Lemmy. Después de varios lanzamientos de desarrollo desparejo pero con un sonido casi calcado al de Inferno, el trío volvió a ir de la mano con Webb para retomar un audio sucio, casi latoso, más parecido al del vivo, ahora producto de una intención explícita y no de limitaciones técnicas. Piezas como Queen of the Damned o Lost Woman Blues merecen su lugar en la playlist, por qué no, a modo de recuerdo cercano.
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