FAN › UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA: LAURA CRESPI Y “BARCELONE”, DE BORIS VIAN
› Por Laura Crespi
En el año ’98 me compré el disco Boris Vian chante Boris Vian. Había empezado a estudiar francés ese año, y estaba tan fascinada con estas canciones que al poco tiempo alguien me regaló un libro de bolsillo en francés con las canciones completas de Vian. Todavía conservo las dos cosas. Mi preferido entre tantos temas geniales como “Je suis snob”, “Le déserteur” o “Je bois” era “Barcelone”. La canción evocaba un romance apasionado en esa ciudad en verano (Un été plain d’images/le bourdon des guitares), donde hacia el final el narrador, melancólico y triste, paseando por esos mismos lugares que habían sido el escenario del amor, llega a un banco (le chemin m’a mené jusqu’au banc de jadis) por una calle del puerto, donde los amantes habrían compartido conversaciones y besos, y entre esas imágenes elevadas por un viento marino, él se entrega a vivir y revivir su sueño de amor. La estructura del tema es perfecta: empieza con las imágenes de la ciudad, y después de caer en el “et mon coeur”, sigue el recuerdo con varias escenas entre los dos “le vent chaud caressait nos visages/souvenir de nos nuits haletantes”, hasta la estrofa final que es el presente del amor perdido y la proyección del sueño de amor. Una belleza pura.
Justo ese mismo año un grupo de amigos había editado y presentaba un libro-almanaque titulado Flora de selva negra que contenía poemas, dibujos, textos y fragmentos de diverso tipo. La presentación iba a ser en la librería Clásica y Moderna. En su momento me habían invitado a participar en el libro. Como yo justo estaba cursando Filosofía de las Ciencias, y estaba leyendo La revolución copernicana de Kuhn, me habían sugerido que reprodujera unos gráficos e inventara algunos textos alusivos para incluir en el almanaque, que era un combinado de textos bastante experimental. Lo dejé pasar porque realmente no se me ocurría nada que decir ni qué escribir. Pero cuando el libro salió editado y empezaron a programar la presentación, volvieron a convocarme para que hiciera algo para el evento. Fue ahí cuando se me ocurrió cantar esta canción. La presentación fue increíble. Era un mediodía de calor y el lugar estaba lleno de gente, y muchos poetas, casi todos los de los ’90 (Mineta, Trompa de Falopo, Mientras se corta el césped, 18 Whiskies, etc.). Servían y circulaban sin parar unas jarras enormes de vino blanco con mucho hielo y todos hablaban, discutían y reían cada vez con más intensidad según pasaban las horas, las jarras y las lecturas. Me acuerdo perfecto de cómo iba yo vestida: minifalda de pana finita azul, plataformas no muy altas con tres tiras cruzadas también azules, una blusa blanca y unas medias red color rosa flúo. Recuerdo que mi amiga Anita Aldaburu leyó unos textos de otros, y después varios también leyeron e improvisaron cosas. Yo llegué con una mezcla de excitación y parálisis emocional que me generaban un vértigo tremendo, y un nudo y sequedad en la garganta que me hacían llenar y vaciar mi copa intermitentemente, hasta que finalmente me olvidé y me relajé en la diversión de todo lo que pasaba alrededor. Porque en realidad desde que entré a la librería supe que no iba a animarme a cantar. Y de hecho no lo hice, simplemente era imposible hacerlo. Pero fue un mediodía memorable, así que no me molestó no haberme animado. Ahora en la distancia me doy cuenta de que entre todos los poetas, si a mí me tocaba hacer algo, claramente eso era cantar. Y así esa canción sentó una antecedente que maduró más tarde en mí, formando la lírica de mis años venideros en ese tipo de texto y de canción de amor, melancólica y del ensueño.
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