Dom 23.04.2006
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FAN › UN ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA

La revolución en la basura

Gastón Pérsico y Chicken Dance (2005), de Mike Kelley

› Por Gaston Persico

Había puesto “play” y una guitarra distorsionada chirriaba: “I can never forget the way you rock the girls”, comenzaba a cantar Thurston Moore, un muñeco de crochet naranja, con antenas medio roídas (¿marciano?, ¿gusanito?) que me miraba desde la tapa de Dirty. Abriendo el desplegable surgían más retratos de animales de peluche destartalados y la cara maltratada por el acné de un adolescente que miraba fijo, casi desafiando con su aburrimiento. Esa fue la primera vez que vi algo de Mike Kelley. No tenía idea de quién era o qué hacía. En ese momento era sólo la tapa del nuevo disco de Sonic Youth.

Un tiempo después reconocí los muñecos en las fotos de una instalación, Craft Morphology Flow Chart, 114 muñecos de trapo ordenados en filas, clasificados por color, material y técnica de realización, sobre 32 mesas de fórmica también ordenadas en filas. Esa extrañeza, esa crueldad, me hicieron preguntar, ¿quién es?, ¿qué está pasando con este muchacho?

Y pasaban muchas cosas. El chico-cara de acné hurgaba en los desechos de la cultura americana: el comic underground, la psicodelia oscura, la ciencia-ficción, el folk art, el cine B, los años de college, los ovnis, la pornografía, la memoria reprimida y los traumas psicológicos. Leí en una entrevista: “Mis motivos iniciales para ser artista fueron políticos. El arte parecía ser un lugar donde modificar la realidad, mucho más que el mundo de las políticas radicales, ya que la política está demasiado atrapada en lo real como para ser tan radical”.

Su trabajo es muy amplio y me gusta todo: las frazadas tendidas en el piso con muñecos sometidos a diversas situaciones; la sala de reuniones de agencia de publicidad con el cartel que dice: “Si los boludos volaran este lugar sería un aeropuerto”; el laberinto de tiendas de campaña de Sod & Sodie Sock Comp O.S.O. –con Paul McCarthy–, con ese aire mezcla de MASH y Porky’s, plagado de militares, aliens y transexuales; esas masas amorfas forradas con botones y plásticos de colores; el baño químico con altoparlantes en el techo que amplifican los sonidos que puedan producirse en el interior; ese aire a broma de mal gusto, moviéndose entre registros de vanguardia y formas populares degradadas, esa idea de llevar lo conceptual hacia los lugares más revulsivos sin descuidar lo espectacular; lo divertido que debe ser poder estar en una instalación donde Clarita está en la cama con Pedro y el abuelo de Heidi, en una cabaña inspirada en un cuarto diseñado por Adolf Loos, con cabras cagando por la ventana y miembros de plástico asomando de cacerolas; o ver a Superman recitando poemas de Sylvia Plath en un televisor.

De Day is Done, su última muestra, me quedo con Chicken Dance, que forma parte de Extracurricular Activity Projective Reconstruction, una serie donde muestra varios pares de fotografías: una blanco y negro, tomada de anuarios escolares o fiestas de Halloween, junto con una similar en color, recreada con actores a partir de la primera. Cada vez que la veo no puedo parar de reír: me imagino asociaciones de varios tipos donde lo grotesco y lo pagano se empastan con lo irracional y la vida diaria.

En la tapa del catálogo, podemos ver a Mike Kelley de traje, cincuentón, con la cabeza girada mirando a cámara, mientras el sol se pone en el mar. Si bien el gesto es otro, la mirada sigue siendo la misma que nos miraba fijo desde Dirty. Dicen que siempre tendremos 20 años, la Juventud Sónica, en algún lugar del corazón.

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