Dom 14.01.2007
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FAN › UN FOTóGRAFO ELIGE SU IMAGEN FAVORITA: ESTEBAN PASTORINO Y LAS IMáGENES NUCLEARES DE HAROLD EDGERTON

Demasiado rápido desaparece

› Por Esteban Pastorino

Siempre me pregunté qué elementos en la imagen –o ligados a ella– logran que ésta resulte fascinante. La posibilidad de colocarnos en un punto de vista en el que jamás hemos estado o estaremos, el valor estético, la singularidad del momento fotografiado, el valor como registro de época, la invención y trabajo previo a la toma, son algunos de los aspectos que cautivan mi atención al observar fotografías. En general, cuanto mayor es la cantidad de conexiones que puedo detectar entre ellos, mayor es mi interés.

Dentro de este análisis podrían caber decenas de fotografías, y de hecho lo hacen, por lo que la elección de una sola no resultaba fácil.

Al igual que mi amiga Paula Grandio unos meses atrás en esta misma sección, me vi tentado de incluir la imagen de Buzz Aldrin tomada por Neil Armstrong en la superficie de la Luna. Fascinante e irrepetible, sin duda.

El incendio del dirigible Hindenburg tomado por Sam Shere fue otra gran candidata. Ambas respondían perfectamente a los puntos de singularidad de momento fotografiado y registro de época. La última presenta algo más interesante: es extraña esa atracción que suele darse de la destrucción de lo monumental y en las destrucciones monumentales. Creo que la fotografía en este caso no solo tiene valor de registro sino que queda como único remanente de lo majestuoso; son, como diría Manolito de Mafalda, “las pequeñas ganancias de las grandes pérdidas”.

La secuencia del caballo galopando tomada por Eadweard Muybridge, la bala cortando el naipe y la gota de leche de Harold Edgerton también estaban entre mis favoritas. Si bien el registro de época en estas imágenes es poco importante, la invención, el trabajo y la dedicación necesarias para lograrlas merecen mi admiración.

La elección no era fácil, y a pesar del valor de cada una, seguía sin estar ciento por ciento convencido. La gran divulgación que han tenido estas imágenes las ha transformado en íconos de la fotografía. Hay algo en lo icónico que me molesta, y más allá de eso, ¿qué más desatinado que hacer un comentario que va a ser menos interesante que lo que ya conocemos?

Fue entonces que decidí iniciar la búsqueda de una imagen que, al día de hoy, pudiera resultarme de lo más fascinante, dejando favoritismos de lado.

Fue revisitando la obra de Edgerton hasta que di con ella.

Edgerton era profesor de Ingeniería eléctrica en el M.I.T., donde empezó su trabajo con luces estroboscópicas que luego aplicaría a la fotografía. Edgerton fotografió instantes inusitadamente cortos donde se mostraba la transformación de distintos objetos. Para ello disparó balas de fusil sobre jabones, frutas y cartas, legándonos imágenes muy cautivadoras. Pero su trabajo, a mi parecer, más interesante y menos conocido es el que surge del encargo de la Atomic Energy Commission para documentar las pruebas de las armas nucleares.

Esta, una de las tantas imágenes tomadas durante la era atómica, nos muestra la bola de fuego producida por una explosión perteneciente a la operación Tumbler-Snapper desarrollada en 1952 en el desierto de Nevada.

Tomada 1 milisegundo luego de la detonación, la bola de fuego alcanza un diámetro de unos 30 metros y una temperatura tres veces mayor que en la superficie del sol. El instante registrado en la imagen es de tan solo una 100 millonésima fracción de segundo. Las puntas brillantes que se extienden hacia abajo son energía disipada por los cables de sujeción de la torre donde se encontraba la bomba.

Hasta entonces era imposible fotografiar una luz tan intensa en un período de tiempo tan breve.

La cámara rapatrónica creada por Edgerton incorporaba una invención tan ingeniosa como eficaz: un obturador electrónico que era activado por la misma luz de la explosión.

Edgerton logró en los años sucesivos imágenes fascinantes que nos muestran un mundo invisible; estas imágenes, que sin dudas resultaron invalorables para los investigadores, reflejan dos de las mayores ambiciones de la humanidad: la conquista del átomo y del tiempo.

El valor que encuentro en las fotografías de Edgerton no recae sólo en lo estético, en la genialidad de sus invenciones o en el instante fotografiado; son también registros de época que permiten extender nuestra visión del universo, aun cuando se consideren pequeñas ganancias de grandes pérdidas.

Harold Eugene “Doc” Edgerton (1903-1990) fue un profesor de Ingeniería electrónica en el Massachusetts Institute of Technology. Se le acredita haber transformado el estroboscopio, al principio un instrumento de laboratorio, en un artefacto común a la fotografía.

Edgerton nació en Aurora, Nebraska, y estudió en la Universidad de Nebraska-Lincoln. El mismo adjudica a Charles Stark Draper el haberlo inspirado para usar estroboscopios apuntándolos a objetos de la vida cotidiana: el primero fue un chorro de agua saliendo de una canilla. Pionero de la fotografía estroboscópica, usó la técnica para capturar imágenes de globos estallando y de una bala en el momento mismo en que impacta en una manzana, por ejemplo. La Royal Photographic Society lo condecoró en 1934. Cuarenta años más tarde le sería otorgada también la Medalla Nacional de Ciencia.

En 1937 empezó a colaborar con el fotógrafo Gjon Mili, quien usaba equipos estroboscópicos, en especial una luz “multiflash”. Diez años después cofundó la compañía EG&G, junto a Kenneth Germeshausen y Herbert Grier, que estuvo bajo contrato con la Comisión de Energía Atómica, y a través de la cual fue que realizó numerosos registros y fotografías de tests nucleares para los EE.UU. durante los años ‘50 y ‘60. Su trabajo también fue esencial para el desarrollo de tecnología sonar submarina (trabajó junto a Jacques Cousteau), pero más allá de sus logros en el ámbito científico, se lo reconoce por un enorme logro artístico: la creación de imágenes de gran belleza que iluminan fenómenos naturales que ocurren demasiado rápido para ser captados por el ojo desnudo.

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