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Domingo, 22 de abril de 2007

FAN

La vida en silencio

Un actor elige su película favorita: Arturo Goetz y Muerte en Venecia, de Luchino Visconti

 Por Arturo Goetz

Junto con Lo que queda del día, elegiría como una de mis favoritas Muerte en Venecia, la película de Visconti basada en el libro de Thomas Mann, y protagonizada por Dirk Bogarde. Y las elegiría por varias razones, pero de la de Visconti tengo que decir que es una favorita porque ése es un personaje que me encantaría hacer. No necesariamente el de Von Aschenbach, que hace Bogarde, digo el papel de un amor imposible; un tipo que muere de amor por la belleza, o por una mujer, o por un hombre, no me importa; por un amor desesperado que no es correspondido. Bogarde habla muy poco en Muerte en Venecia, y lo que yo más admiro en el cine es cuando las palabras no son imprescindibles, cuando lo que a uno le pasa sale de adentro, y no necesita letra, no necesita estar diciendo las cosas con palabras. Bogart, Brando o Dirk Bogarde en esa película, o Anthony Hopkins en Lo que queda del día: son protagónicos y, sin embargo, no tienen tanta letra. Además son monstruos que pueden prescindir de la palabra; uno los ve y no necesita que digan lo que les está pasando, porque lo están diciendo sin palabras, con gestos casi imperceptibles que suben del alma. Eso es lo que a mí más me llega en el cine; cuando puedo apagar el sonido de la película y entiendo lo que les está pasando a los personajes.

Vi Muerte en Venecia en su momento, en cine. No estudiaba actuación; yo no estudié actuación hasta muy tarde, cuando decidí que iba dedicarme a esto profesionalmente, a los 50 años. Aunque ya era actor aficionado, de toda la vida; actuaba en obras de amigos, acá y en Europa. Para esa época no había estudiado pero, de todas maneras, eso de transmitir sin palabras es algo que no vi que se estudiara especialmente en las escuelas de actuación; al menos a mí no me pasó cuando finalmente fui a estudiar, en los ’90. Sí lo intenté un poco cuando, en el taller, me tocaba hacer improvisaciones, que es cuando todos se la pasan largando una catarata de palabras. A mí me parecía mejor tratar de esforzarme en no decir nada; idealmente, ni una palabra. Es lo que me gusta de Bogarde, como dije, en Muerte en Venecia, pero me pasa también con Humphrey Bogart en Casablanca: está bien que ya me la sé de memoria, pero apago el sonido y no necesito que me digan nada. Es admirable: pocas líneas, y lo demás es lo de adentro. Si uno se fija, en el personaje que hice en Derecho de familia, de Daniel Burman, no decía mucho y por eso me sentí muy cómodo. ¿Para qué decir ciertas cosas, si son cosas que se actúan, se sienten? Y con El asaltante, de Pablo Fendrik, como no había guión, yo estaba en mi salsa, porque mi ambición es ésa: poder hablar lo menos posible y que te crean y que el espectador pueda darse cuenta de lo que estás pensando, de lo que te pasa por adentro.

En Lo que queda del día está lo que les pasa a los dos, al personaje de Hopkins y al de Emma Thompson, esa cosa súper intensa y a la vez chiquita y contenida; eso para mí es maravilloso. Igualmente aclaro que no es que en esas grandes películas de grandes actores sólo me hayan gustado las actuaciones. Muerte en Venecia tiene muchas otras cosas; está la historia en sí, la fotografía, Venecia, la música de Mahler, que es impresionante. Pero siempre lo que más me emociona es eso propio del cine, que en el teatro es más difícil de lograr. Porque en el teatro estás más lejos del espectador, es la cosa chiquita, el gesto imperceptible que el tipo que está sentado en la fila 20 no puede ver; y hay que jugar más con la voz, así que es muy diferente. Sin embargo ahora, como a veces te toca trabajar en salas muy chicas, casi rozando al público, ahí el teatro se empieza a parecer al cine. Es posible el susurro, el gesto imperceptible pero lleno de vida. Por suerte muchas películas del Nuevo Cine Argentino han recuperado la actuación propiamente cinematográfica, más creíble, menos declamatoria. Aunque todavía hay otras, a veces, donde hay pocas palabras, pero tampoco pasa nada, no le pasa nada al actor ni a la historia, y eso se vuelve tremendamente aburrido. Por suerte hoy ya son las menos.

La semana pasada, Arturo Goetz obtuvo el premio al mejor actor de la Selección Oficial Internacional del Bafici, por su actuación en la película El asaltante, ópera prima de Pablo Fendrik.

Muerte en Venecia (Morte a Venecia, 1971). Basada en la novela de Thomas Mann, su adaptación era necesariamente todo un desafío. Pero, tal como escribió la crítica en su época, Luchino Visconti y Dirk Bogarde se habían entendido perfectamente bien, y Bogarde entregó “una actuación sutil y conmovedora que calzaba a la perfección en el atmosférico realismo de la Venecia previa a la Primera Guerra”. Bogarde interpreta al conde Gustav von Aschenbach, un compositor y director de orquesta alemán inspirado en Gustav Mahler, que llega a la ciudad italiana de vacaciones para descansar y encontrar una oportunidad de reflexionar sobre sus frustraciones, en un momento de su vida en el que se encuentra al borde del colapso nervioso. Desmotivado, sin ganas de relacionarse con nadie, de pronto conoce a un joven y a su familia; él (Björn Andrésen) le parece la cosa más bella que ha visto jamás (Silvana Mangano interpreta a su carismática madre). Mientras tanto, la ciudad sucumbe a una epidemia de cólera. Siempre se destacó la cualidad “novelística” de la película de Visconti y la actuación de Bogarde, que manifiesta con emoción y economía de palabras los monólogos interiores del personaje.

Bogarde nació en West Hampstead, Londres, hijo de una actriz y de un editor de la sección de arte del Times. Pasó en Escocia una infancia que él mismo describió como muy triste en su autobiografía; peleó en la Segunda Guerra (donde alcanzó el rango de capitán) y vio los campos de concentración alemanes. Después de la guerra fue contratado para hacer películas por la Rank Organisation, y a lo largo de los ’50 se convirtió en un ídolo de las matinés de los cines británicos. En los ’60 tuvo sus papeles más reconocidos: como el decadente valet Hugo Barrett en El sirviente (1963), de Joseph Losey; el periodista televisivo Robert Gold en Darling (1965); el aburrido profesor de Oxford en Accident (1967); el industrialista alemán Frederick Bruckman en La caída de los dioses, de Luchino Visconti (1969); el ex nazi en Portero de noche, de Liliana Cavani. Aunque al día de hoy su personaje más recordado sigue siendo el que compuso en Muerte en Venecia. Bogarde murió de un ataque al corazón a los 78 años, en Londres, el 8 de mayo de 1999.

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