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› Por Lorena Muñoz
El Sur (Víctor Erice, 1983) Con El espíritu de la colmena, El Sur y El sol de membrillo, apenas tres largometrajes en un poco más de treinta años, Erice se convirtió en uno de los referentes más importantes del cine español contemporáneo. Sus dos primeras películas están protagonizadas por personajes femeninos muy sólidos que forjan sus identidades en ambientes rurales fundamentalmente masculinos. Filmada en los últimos años del franquismo, la primera transcurre en Castilla hacia 1940, apenas después del final de la Guerra Civil. Su segundo film es en parte fruto de su relación sentimental con la escritora Adelaida García Morales, autora del relato original. El Sur transcurre en una ciudad amurallada del Norte, a orillas del río, como narra una voz en off que es presumiblemente la de su Estrella. Sus protagonistas son el Dr. Agustín Arenas (el actor italiano Omero Antonutti), un enigmático y silencioso zahorí, su mujer Julia (Lola Cardona), la hija de ambos (Estrella está interpretada por dos actrices: Sonsoles Aranguren, a los 8 años, e Icíar Bollaín a los 15); y la casa familiar, que también tiene nombre: La Gaviota. Con El sol de membrillo, su documental sobre el pintor hiperrealista Antonio López García, Erice se despidió del largometraje, ya que sus siguientes proyectos quedaron truncos por sus desavenencias con los productores. Entre otros proyectos, se vieron frustrados una posible continuación de El Sur, además de El embrujo de Shanghai, que finalmente filmó Fernando Trueba con otro guión. Sus últimas obras fueron un cortometraje (Alumbramiento) que integra el film colectivo Ten Minutes Older, y el mediometraje La morte rouge, para la exposición barcelonesa Erice - Kiarostami. Correspondencias, que tuvo lugar a principios de 2006.
No sé cuántas veces vi El Sur, de Víctor Erice. Conozco cada plano, cada corte. Es una película que me sorprendió desde la primera vez. Yo suelo emocionarme con facilidad, soy muy llorona, pero El Sur me atrapó desde la primera escena. Empieza de una forma genial, con un travelling muy lento sobre algo que al principio no sabés bien qué es, mientras amanece y va entrando la luz muy tenue, y se va descubriendo la forma de la cama en la que despierta Estrella, la niña protagonista. La fotografía en esta escena es impactante, como si se tratara de un cuadro de Rembrandt. Ese comienzo es uno de los mejores que he visto en mi vida, no sólo por la belleza estética sino también por su forma narrativa.
Pero hay otras dos escenas dentro de la película que siempre me conmovieron mucho. Una de ellas es la despedida del padre y la hija; la escena del pasodoble. Me produce una identificación muy grande con esta nena, porque tengo la sensación de haber vivido siempre un poco este estilo de relación con mi papá. De poco diálogo, de un entendimiento muy particular. Me veo reflejada en esa manera de construir una comunicación a partir de la falta de diálogo, en ese vínculo en el que la comunicación está dada por pequeños gestos, muchos silencios y por las construcciones de imágenes o explicaciones que generaba mi imaginación en un intento de ponerle palabras a aquello que intuía. Es el intento inconsciente de reconstruir, desde el punto de vista de una niña, qué es lo que le está pasando a este adulto que no le está prestando la suficiente atención.
La otra escena que me emociona muchísimo es ésa en la que Estrella se esconde debajo de la cama para hacer reaccionar al padre, la madre la busca y sale de la casa mientras grita su nombre. Nosotros nos quedamos con ella debajo de la cama y toda la acción se desarrolla mediante un tratamiento brillante del fuera de campo. Esto produce un efecto súper angustiante, el fuera de campo cobra un enorme poder descriptivo: la madre a los gritos, desesperada mientras el padre, ausente a todo lo que ocurre fuera del desván en el que se encuentra encerrado, continúa golpeando su bastón rítmicamente contra el suelo. Estrella planea esta travesura para que el padre reaccione y es justamente a partir de ese momento cuando él no sale a buscarla, que ella comprende que el dolor del padre es muchísimo más grande de lo que ella creía. Y que seguramente va a ser imposible saber cuál es ese dolor hasta que no crezca y logre formar parte del universo de los adultos.
Los chicos son bastante más intuitivos y perceptivos de lo que uno cree. Tienen mucha imaginación; a la falta de palabras le ponen imágenes; construyen un universo fantástico a partir de pequeñas sutilezas. Mi sensación es que algo había en mi papá de esa angustia con la que algunos parecen haber nacido, había algo en él, en su mirada, que le producía cierta nostalgia innata, como si estuviese condenado a vivir con eso y no hubiese forma de resolverlo. Yo viví y crecí con esa sensación de que él quería no ser quien era, quería ser otro. Creo que para cada uno la relación de los padres es la primera relación de pareja, y yo en aquel entonces sentí que quizás era así como se construía una pareja, con esta incomunicación que yo veía como natural. Uno después descubre que no es necesariamente así, pero El Sur tiene eso: esa escena del pasodoble en la que ella intenta acercarse por todos los medios; intenta recuperar la mirada del padre, ella cree que su dolor es mayor que el de él; y esa otra escena, el posterior descubrimiento de que no es así, de que el dolor del padre es un dolor absolutamente inmanejable, y que ella no va a poder cambiarlo. Que no va a poder hacer nada por la angustia de ese hombre que parece haberse equivocado, por ser infeliz y no saber afrontarlo. La impotencia de esa nena es absoluta. Es como el paso entre la niñez y la preadolescencia; la angustia que la hace crecer, el camino hacia el conocimiento y la entrada al mundo de la adultez. El Sur cuenta muy sutilmente, sin golpes bajos. Es una excelente adaptación del libro de Adelaida García Morales que también he leído unas cuantas veces. Erice es un director que me apasiona, sus tres películas me emocionan y me conmueven profundamente.
Lorena Muñoz dirigió Yo no sé qué me han hecho tus ojos (con Sergio Wolf, 2003) y Los próximos pasados, el documental sobre el mural de Siqueiro que sigue en cartel. Durante las próximas dos semanas, en el hall del cine Tita Merello, estará en exposición una maqueta del mural.
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