Dom 30.09.2007
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La vida después del fin

› Por Mariano Molina

Hay muchas obras que me gustan pero con las que me pasa que las admiro desde la distancia, quizá porque soy incapaz de entender su mundo. Obras que me gustan, que me parecen muy buenas, pero con las que no encuentro ningún vínculo o conexión personal. Cuando tuve que ponerme a pensar en una obra que me gustara especialmente, me acordé de esta pintura que encontré por casualidad, y que me atrajo inmediatamente.

Conocí The End, de Ruscha, cuando estaba en Nueva York, paseando, un día que fui al Museo de Arte Moderno. No estaba buscando nada en particular, el museo era parte de uno de los recorridos. Esta pintura era la única de Ruscha en una muestra colectiva. Me impactó ya de lejos: fui directo hacia ella ignorando el resto. De lo que me gustó inicialmente hay cosas que tienen que ver, supongo, con la técnica, cosas con las que me identifiqué y que yo uso en mis propios trabajos. Aparte de que es una obra grande y de mucho contraste, casi como un cartel luminoso, ésa es la sensación que tuve en su momento al menos. Me remitía al cine, algo obvio, pero después de un rato había mucho más. Antes de irme le saqué una foto cerca de un guardia, sabiendo que no se podía. Después tuve que escuchar sus quejas, pero no quería irme sin la imagen.

Me gustaba esa idea de Ruscha, que trabaja a partir de palabras sueltas, y en este caso la fragmenta como si fuera un fotograma de cine detenido a medio camino. Luego vi otras obras de Ruscha, similares aunque con la palabra entera, centrada. Pero acá me gustó que la hubiera fragmentado en dos: el fotograma cinematográfico está muy bien representado, con rayitas, salpicones; las imperfecciones del material de una película vieja. Es como si el fotograma estuviera pasando en el mismo momento en que uno lo ve, como si estuviera en movimiento. Reproduce la dinámica del cine. Pero además está todo eso a lo que remite la expresión "The End". Más allá de que la frase diga "El fin", está esa sensación de movimiento.

Mi conexión técnica con la obra tiene que ver un poco con el uso de fotogramas. En mi caso empezó de manera casual. Pero creo que lo que más me interesa de todas maneras es la fragmentación, porque produce un efecto sugestivo, hay algo que no está literalmente dado. Eso es lo que me gusta de la fragmentación: la posibilidad de sugerir algunas cosas sin necesidad de contarlas, o de que caigan en una obviedad; que invite a pensar; que deje la obra abierta. ¿Qué pasa si yo aíslo el fragmento de una imagen y la saco de contexto? Hay que imaginar el resto; inventárselo, completarla. Yo me engancho con esas obras que sugieren y te vas por el lado que más te guste, que más sientas, o que te remita a alguna vivencia particular. Y esa idea fragmentaria y en movimiento de "el fin" de la obra de Ruscha, en lo personal, me remite quizás al quiebre que hay entre una serie y otra de mi propia obra. Suelo trabajar en series y cuando tengo la posibilidad de mostrar una, hay una especie de fin, pero estoy atento a lo que voy a hacer después, buscando un cambio. Para mí en la idea de "fin" no hay nostalgia, ni melancolía ni sensación de pérdida, sino expectativa por lo que viene. "The End": un final que, como en la obra de Ruscha, pasa y vuelve a empezar, que no me remite a algo terminado, sino que puede ser el comienzo de algo más.

La muestra Mariano Molina: con sequences se llevará a cabo del 13 de octubre al 9 de noviembre en Praxis International Art, Miami.

Pintor, fotógrafo y cineasta, Ed Ruscha (Omaha, Nebraska, 1937) estudió en el California Institute of the Arts en los '50 y para principios de la década siguiente ya se había hecho un nombre con sus collages, sus pinturas y sus fotografías, así como por su asociación con el grupo de la Galería Ferus, que conformaban otros artistas conocidos, como Robert Irwin, Edward Moses, Ken Price and Edward Kienholz. Su obra integró en 1962 la histórica muestra del Pasadena Art Museum New Painting of Common Objects, que incluyó piezas de, entre otros, Roy Lichtenstein, Andy Warhol y Robert Dowd y está considerada una de las exhibiciones fundacionales del Pop Art en Norteamérica. Una de sus pinturas más conocidas, Large Trademark with Eight Spotlights (1961), ejemplifica su interés en los elementos de la cultura popular y en la descripción de palabras, sobre los que construyó un universo personal que dio forma a buena parte de las obras que hizo a lo largo de su carrera. En una ocasión, cuando se le preguntó de dónde elegía las palabras para sus pinturas, Ruscha dijo que "simplemente se me ocurren; a veces la gente las dice, las anoto y las pinto. A veces uso un diccionario". Entre 1966 y 1969, Ruscha pintó una serie de "palabras líquidas". Trabajos como The End, además de aplicar esta experimentación con las palabras, reflejan otra obsesión suya: las películas. "No puedo identificar dónde es que se cruzan las películas y las pinturas, o las películas y el arte. De alguna manera, funciona todo junto", dijo el artista. En alguna interpretación que puede leerse sobre The End, se ha señalado que el uso de una tipografía gótica no sólo le confiere connotaciones románticas que aluden al cine clásico, sino que también parece hacer referencia a las viejas Biblias, en una suerte de comentario apocalíptico. Aunque Ruscha también ha dicho que "el arte debe ser algo que te haga rascarte la cabeza".

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