FAN › UNA PINTORA ELIGE SU PINTURA FAVORITA
› Por Leila Tschopp
Creo que lo que más me gusta de esta pintura es, de alguna manera, la imposibilidad de entenderla del todo. Me encanta el clima, el enigma, su misterio; me fascina no saber de dónde vienen esos personajes, quiénes son, qué son; por qué están todos juntos reunidos en esa superficie.
Balthus era un pintor que en su obra dialogaba todo el tiempo con la tradición figurativa de la pintura. En esta pintura particularmente va desde el primer Renacimiento, desde Piero della Francesca, un poco por la concepción del espacio –chato, sin aire– hasta Magritte, con su idea de una realidad absurda, llena de paradojas. Esto que a primera vista parece un espacio realista, en realidad es un espacio súper plano, sintético, duro; los edificios y las figuras humanas son como unos bodoques, unos muñecos, figuras hieráticas, estáticas, y esa dureza me gusta. No sólo la narración que uno puede hacer frente a esto, sino que esa narración y esos temas que él toca se desprenden de su manera de pintar, del oficio de la pintura. Al hacer esa imagen plana, tosca, está desandando un camino de la historia del arte; no se aparta del realismo, no hace una pintura abstracta –en una época, los años ’30, en que podría haberlo hecho– sino que se mantiene al margen de lo que pasa a su alrededor y echa mano del realismo y la tradición figurativa, y después, además, hace lo que se le canta con eso. Para mí, de esa manera entra en diálogo, tejiendo redes de pintor a pintor, con la historia del arte.
Cuando digo que me encanta no entenderla no me refiero a un no entender indiferente, sino a las ganas de pensar en el cuadro que me despierta, a cómo me complica la cabeza. Hay cosas que no son explícitas, por ejemplo, que tienen que ver con ese clima sexual que aparece en toda la obra y que en ésta en particular es más raro todavía que en otras, en las que es más explícitamente erótico. Acá hay una sexualidad velada y quizá por eso mismo más violenta: está esa pareja que es la mejor del mundo; yo me acerqué un poco a este cuadro intrigada y fascinada por esa pareja. Entre ellos se establece una relación de mucha proximidad pero también con cierta idea de violencia, de acoso y casi de violación; por parte de ella hay un doble juego entre la aceptación displicente y la huida, está como a mitad de camino. Ese “a mitad de camino” hace de todo el cuadro algo muy intuitivo, sensorial. Es una imagen tosca y al mismo tiempo muy delicada; tiene una cualidad muy escultórica, y tiene otra cosa que me gusta mucho, que es que deja las huellas de lo pintado, se nota cómo está pintado y es la pintura hablando por sí sola.
Es una escena un poco onírica: tiene algo que ver con la realidad –no es surrealista– y a su vez es “otra” realidad. Lo que me gusta de esa irrealidad de la escena, de la manera en que están construidos los personajes y el espacio, es que me hace pensar en la experiencia de lo real, en esa distorsión o extrañeza que todos sentimos que se produce cuando intentamos atrapar una realidad –sea la vida, la comunicación, las relaciones, el lenguaje– que está todo el tiempo replegándose, desmembrándose, corriendo, cada vez, el límite un poquito más lejos de nosotros. Habla, yo escucho eso, de la ficción, pero no solamente en términos artísticos sino en términos –perdón la expresión– existenciales.
Es algo por el estilo. Suena un poco posmoderno y por suerte la posmodernidad tiene cada vez menos prestigio, pero pienso en eso, qué le voy a hacer.
La Rue (1933).
Oleo sobre lienzo, 195 x 240 cm.
Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Se considera al estilo pictórico de Balthazar Klossowski de Rola (nacido en París en 1908, en el seno de una familia perteneciente a la elite cultural de su época, muerto en el 2001), el artista que firmaba como Balthus, como una expresión consciente, militante, de “anti-modernidad”, un regreso a lo clásico en pleno siglo XX. Sus técnicas y composiciones estaban inspiradas en las de los pintores pre-renacentistas, y hacía figuras en una época en la que el arte figurativo estaba eclipsado por el surrealismo, el cubismo y otros movimientos de la primera mitad del siglo; aunque entre sus amigos se contaron muchos de los artistas y escritores más importantes de esos años, como Man Ray, Henri Michaux, Artaud, Camus, Miró, Giacometti, y contó con la admiración de Picasso y Breton. Muchos de sus cuadros exhibían su fascinación por los gatos (incluyendo el autorretrato El rey de los gatos, 1935), pero otros, quizá los más conocidos, mostraban principalmente a mujeres muy jóvenes en actitudes eróticas, dando cuenta –según decía él mismo– de la incomodidad que produce la sexualidad adolescente. Una de las obras que más escándalo suscitó, en este sentido, fue Estudio para lección de guitarra (1934), cuando la exhibió en la galería Pierre de París, debido a la carga sexual innegable de su retrato de un chica sentada sugestivamente sobre el regazo de su profesor. Fue en esa misma muestra que presentó La Rue, uno de esos cuadros del Balthus de los ’30 que, según escribió Camus, “nos permiten contemplar a través de un espejo algunos personajes petrificados por algún tipo de encantamiento, no para siempre, sólo por una fracción de segundo, después del cual reanudarán el movimiento”. La Rue se inspiró en una escena callejera cercana a su taller. Su fama a nivel internacional se consolidó en los años ’50, situación a partir de la cual él cultivó la imagen enigmática que lo acompañaría el resto de su vida.
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