Domingo, 31 de octubre de 2010 | Hoy
FAN › UNA ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA: NORA INIESTA Y EL “OSO BRILLANTINA”
Por Nora Iniesta
Las figuritas de brillantes fueron siempre muy importantes en mi vida; casi como un referente estético indiscutible. Algo, diría yo, fundamental dentro de mi propia iconografía.
Esta imagen de un oso con brillantinas fue mi gran compañía en mi primer año de escuela. Tal vez uno de los períodos más difíciles de mi vida, por ser el primer paso hacia el mundo social, cuando uno deja temporalmente la casa y los padres, para iniciar nuevos vínculos con chicos de su misma edad.
Me acuerdo que en el Jardín, cada chico tenía su caja de madera y dentro de ella todos sus objetos. Cada caja y cada elemento –cuaderno y carpeta– tenían una figurita con el mismo personaje, que identificaba de esa manera las pertenencias de los alumnos. En Jardín, donde ninguno sabía aún leer o escribir, era una imagen la que signaba y referenciaba nuestros objetos. Era una época marcada por el goce extremo, con mucho tiempo para realizar dibujos, collages y experimentar con las técnicas básicas de enchastre y expresión, las cuales tuvieron un gran significado en mi carrera.
Mi figurita era la de este oso simpático, vagabundo y juguetón. Este dibujo brillaba sobre todos mis instrumentos de creación: una luz que emanaba de los lápices y crayones. Cada una de mis pertenencias venía con este dibujo, como un sello imborrable. Oso: Nora Iniesta.
Después de muchos años, un día andando por los puestos callejeros de mi barrio, San Telmo, en medio de antigüedades y recuerdos, descubrí mi imagen perdida. Y fue todo un shock ese encuentro. Hacía mucho tiempo que había perdido contacto con esa imagen y sus historias. Encontrarla significó redescubrir y reconocer una parte de mi vida que estaba presente, pero en silencio. Me di cuenta de que mi utilización de los materiales hoy, las técnicas de pegar con goma o recortar papeles y armar collages son iguales a las que hacía en el Jardín, e incluso provienen de allí. Una puesta en escena de lo que solía hacer de chica, con mi delantal a cuadritos, mis trenzas y las herramientas de creación: la tijera roma –esas que vienen sin punta, para no lastimarse–, los lápices gastados y la goma de pegar en frasco de vidrio con pincel.
El ingreso al Jardín fue un momento que me marcó. Mi mamá peleó mucho para que yo pudiese entrar, porque eran muy pocas las vacantes. Mis dos hermanos, mayores que yo, ya estaban cursando el primario en la escuela Normal de Lomas de Zamora. Por eso, yo tenía derecho a una vacante pero que tardó mucho en llegar. Recién en el mes de agosto pude ingresar a la sala de cinco años, con mucha ilusión acumulada. Y fue una fiesta para mí y toda la familia. Atrás quedaron las tardes sola, en mi casa. Desde ese momento pasé a pertenecer a un mundo nuevo: un micro repleto de chicos nos recogía a mis hermanos y a mí por la puerta de casa; y era el mismo que nos devolvía al finalizar el día escolar, ya cansados, pero contentos de estar de regreso.
Hoy, a la distancia, cuando fui convocada para elegir mi obra de arte favorita, me di cuenta de que no había duda de que ese oso otra vez iba a ser parte indiscutible de mi vida, de mi imagen. Y entonces esa figurita retomó su protagonismo, como un símbolo de todas las técnicas creativas que me han marcado, permitiendo a mis manos volver a sentir el juego y la diversión inocente y desinteresada de esos años.
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