FAN › UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA: ALEJANDRO GUYOT Y “OMERTá”
› Por Alejandro Guyot
Soy consciente de que la canción que elijo es políticamente incorrecta.
“Omertá” llegó a mis oídos gracias a un gran amigo mío, Hernán Triñanes, que vive en Europa hace más de veinte años. Al regreso de uno de sus tantos viajes me regaló un CD diciéndome: “Chabón, estas son ‘canzonettas carcelarias’. Escuchá el disco y después me contás”. Al principio no terminaba de entender muy bien de qué se trataba. El disco se llamaba Il Canto di malavita - La música della mafia. Algunas canciones eran efectivamente canzonettas y otras más bien tarantelas. Melodías alegres o sumamente melancólicas que evocaban la tranquilidad de paisajes mediterráneos. Guitarras, panderetas, acordeones, una especie de gaita antigua y una voz aguardentosa que cantaba en dialectos del sur de Italia sobre ciertas “reglas sociales”: la “Omertá”, o sea, el “código del silencio”, por el cual uno es ciego, sordo y mudo ante los crímenes de la mafia (incluso si te inculpan a vos en lugar de al verdadero criminal). Cuando empecé a identificar algunas palabras (que también existen en nuestro lunfardo), cuando entendí de qué se trataba en particular esa canción titulada “Omertá”, me heló la sangre.
La letra prescinde prácticamente de todo tipo metáforas –salvo cuando habla de la “Lupara”, que es la escopeta recortada con la que se cazan lobos (lupo)–: “Mientras canta la Recortada”. Hasta la metáfora es terriblemente explícita. Entonces empecé a tratar de descifrar la letra del calabrés en que estaba escrita, ayudándome con las traducciones en inglés y francés del booklet que acompañaba al CD. Y sí, efectivamente, al investigar un poco al respecto terminé de entender que esa canción tenía en particular la misión de instruir a los recién iniciados en la “honorable sociedad” y sobre todo la función de atemorizar al pueblo intimándolo a respetar los códigos de silencio, sangre y honor. Me pareció terrible. De repente, detrás de ese pacífico y pintoresco paisaje de los pueblitos de Calabria y Sicilia asomaba toda una realidad negrísima en forma de canción. La “honorable sociedad” de la que “parlaba” no era otra cosa que la ‘Ndrangheta, la mafia calabresa.
Me enteré de que las letras de estas canciones fueron compuestas en la cárcel, y se fueron transmitiendo oralmente de generación en generación. Nosotros con 34 Puñaladas estábamos justamente en nuestra época de interpretación de los Tangos Carcelarios, de Slang y Argot. Eran todos tangos que hablaban de la cárcel, de la prostitución, chorros, drogas, mujeres y hombres de avería.
Entonces lo empezamos a poner al disco por cábala, como para musicalizar las “previas” a nuestros shows. Nuestra canción favorita era “Omertá”, de hecho varias veces en el camarín nos poníamos a cantarla en joda imitando la voz del cantante mafioso mientras sonaba de fondo en la sala. Hubo algunos seguidores que se quejaron de la música. Sin embargo, otros venían entusiasmados preguntando cómo se llamaba ese grupo que cantaba la canción “Omertá, Omertá”. Era como un chiste y a la vez una manera de ir caldeando al público. A mí me gusta particularmente esa mezcla de melodías y ritmos aparentemente inocentes y que de repente la letra te sorprenda con frases como: “Mientras canta la Lupara, la carroña grita y muere” o en otra canción “La sangre llama a la sangre”.
Me parece tremenda esa combinación, esa amenaza latente que viene envasada en una simple canzonetta: “Nadie ve ni sabe nada, y el que lo haga irá a parar con Dios y con los Santos. Sea culpable o inocente, nadie dice una palabra. Omertá, Omertá”. En la canción se respira una atmósfera similar a la de un policial negro. Tiene algo de narcocorrido y algo de tango carcelario.
También algo de logia, de pacto secreto, de código sólo apto para iniciados. La fascinación que me produce su leyenda también tiene que ver con sus orígenes: al principio la mafia funcionaba como una especie de “sociedad de socorros mutuos” que operaba ante los abusos de los señores feudales fuertes del sur de Italia o ante la ausencia total del Estado, y si se cometía un crimen era para defender a los habitantes del pueblo, por eso nadie veía ni oía nada. Luego estas asociaciones devinieron terribles organizaciones criminales sangrientas sin ningún tipo de código ni honor.
Creo que me gusta la canción por eso, por el halo que la envuelve. Si a eso sumamos el hecho de que uno de los cantantes, Fred Scotti, la primera estrella de este género, fue asesinado en 1971 en la calle porque andaba revoloteándole demasiado cerca a la hija de un “capo mafia”, la canción se vuelve aún más legendaria y a la vez peligrosa.
En nuestro repertorio de tangos lunfardos los protagonistas cantan su derrotero, sus historias de eternos perdedores en esa jerga originalmente creada en la cárcel, en prostíbulo. Y al cantar sus historias en ese dialecto del lumpenaje que es el lunfardo, ellos se redimen, jactándose hasta de sus propias desgracias, las cuentan con el orgullo de ser lo que son. En las canciones de la mafia también hay mucho de eso. Sus textos están narrados en siciliano, napolitano o calabrés, y hablan de la historia mítica de las organizaciones. Del honor de pertenecer a estas “honorables sociedades”. Hablan de las penas de presos que van a la cárcel por un asesinato que no cometieron y que sin embargo, a pesar de esto, se niegan a quebrar la “Omertá”, la ley del silencio. Igual que con los tangos carcelarios, es imposible escuchar estos testimonios en forma de canzonetta y no quedar hipnotizados por las melodías, presos del drama que cuentan esas historias.
34 Puñaladas empezó los ensayos para terminar un doble trabajo discográfico que será editado este año. Estará compuesto por un CD y un DVD que se grabará en vivo el 3 de junio en el CAFF (Sánchez de Bustamante 764). Entre fines de junio y principios de julio realizarán su sexta gira europea. Más información en www.34punaladas.com.ar - www.myspace.com/34punaladas - www.alejandroguyot.com.ar
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