FAN › UNA ACTRIZ ELIGE SU ESCENA DE PELíCULA FAVORITA: MIMí ARDú Y SOLOS EN LA MADRUGADA, DE JOSé LUIS GARCI
› Por Mimi Ardu
Entre muchas otras cosas y maestros que me marcaron en la vida (podría mencionar a Pizarnik, a Alfredo B. Palacios y su Almafuerte), hay una película que me estremeció en su momento: Solos en la madrugada, de José Luis Garci. Se estrenó a fines de los ‘70, y fue muy importante para mucha gente en España y en la Argentina; muy emblemática de su época. Garci gestó el film, lo hizo crecer y lo expuso en un momento de transición que vivieron ambos países, que estaban saliendo o empezando a salir de las dictaduras. Nos dirigíamos lentamente hacia un camino de libertad y democratización.
En un cine de la calle Lavalle, sola, vi la película protagonizada por Sacristán, quien pronuncia un monólogo final que es simplemente memorable. En él decía cosas que uno sentía que era lo mismo que podría decir o sentir cualquiera de nosotros. Hay una parte muy linda en la que habla de que todos nosotros tenemos que hacer aquello que queremos en nuestra vida; con nuestros trabajos, con el amor; que la vida dura muy poco. Que a veces por estar mirando hacia atrás todo el tiempo nos olvidamos de mirar el presente. Fue una de esas obras que nos dicen que hay que jugarse entero por las convicciones.
Pero además la película llegó en un momento que fue para mí una época de muchos y grandes cambios. En lo personal, el encuentro con Solos en la madrugada, se produjo pocos años después de que llegué a Buenos Aires.
Yo me había criado en un pueblo pequeño en Sunchales, en la provincia de Santa Fe; un pueblo que luego fue creciendo hasta transformarse en ciudad, pero que yo recuerdo por sus calles de tierra, por las vacas que pasaban por la puerta de mi casa y eran llevadas a la fábrica más grande de leche de Latinoamérica para ser ordeñadas. Allí asistí al colegio de monjas y todas las tardes a mis estudios de piano para recibirme de profesora. El jardín de mi casa era todo el pueblo, un lugar donde lo lúdico y la fraternal relación con los compañeros y amigos llenaban mi vida de un profundo y entrañable amor. Un día, abruptamente, mi padre decidió que nos mudáramos a Buenos Aires; y acá, con gran sufrimiento, logré terminar el secundario, e ingresé a la carrera de Psicología.
Demasiadas cosas acontecieron justo después, en muy poco tiempo, que transformaron mi mundo. Una noche mi padre se quedó dormido y murió. Mi primer novio me abandonó después del compromiso, a punto de casarnos. Mi madre hizo lo que pudo, y a veces no pudo hacer demasiado. Yo traté de restaurar las imágenes masculinas perdidas, pero los dolores del alma tienen sus vaivenes y a veces nos dejan inmersos en la desdicha, inertes y anestesiados. Estaba, también, el clima de violencia: después de un tiroteo en el patio de la facultad dejé por un año con la idea de esperar a que todo se calmara un poco; pero en ese año empecé a trabajar en teatro. Me presentaba a las audiciones porque sí, para ver, sin ningún plan en particular, y de pronto estaba haciendo más y más, y me encontré en este mundo nuevo, entre gente importante. Asustada, pero ya metida, para siempre, en la actuación.
Para salvarme necesité rescatar la voluntad para cambiar, incentivar mi capacidad de adaptación; dejar de planificar la manera de morir y aferrarme a la imperiosa necesidad de tratarme con ternura a mí y a los demás.
Entre muertos y abandonos, desarraigos que, voluntarios o no, son siempre dolorosos, la maternidad eternamente postergada, amores y desamores, aciertos y errores y una pavorosa manera de jugarme a cada paso a todo o nada, aparece algo o alguien que nos hace pensar y accionar. En ese contexto, el guionista de Solos en la madrugada, con gran inteligencia les puso oraciones simples a mis pensamientos complejos; tal vez José Luis Garci escudriñó en su alma y en la de varios hombres y mujeres y logró una síntesis exacta, con palabras justas para llegar al corazón de todos. En el monólogo dice: “Ya no vamos a reunirnos para contar nuestras penas, para seguir siendo mártires, para mirarnos el ombligo, para sufrir, a partir de ahora y aunque sigamos siendo minusválidos, vamos a intentar luchar por lo que creemos, hay que luchar por la libertad, por la felicidad, por lo que sea (...) Hay que empezar a tratar de ser libres. Yo también quiero ser libre, no tener que mentirme tanto. Hay que escuchar a la gente y hablar de las cosas de hoy, no podemos pasarnos 40 años hablando de los 40 años”.
Y como dice el monólogo, tenemos que hacerlo, y no preocuparnos si cuesta un poco al principio, porque tal como vivimos estamos fracasando. Vamos a intentar algo nuevo y mejor, vamos a cambiar la vida y vamos a empezar por nosotros mismos.
El próximo estreno de Mimí Ardú será, con fecha a confirmar,La plegaria del vidente, película de Gonzalo Calzada.
Testimonio recogido por Radar
Dirigida por José Luis Garci (Madrid, 1944)
Solos en la madrugada fue la película que Garci escribió y estrenó un año después de su opera prima, Asignatura pendiente, que había sido un gran éxito, también con José Sacristán. El título proviene del programa radial nocturno que conduce el protagonista, José Miguel García Carande (Sacristán), y en el que plasma una serie de crónicas derrotistas en las que refleja su crítica al franquismo y los años de transición, a la vez que las frustraciones de su vida personal. “Queridos inútiles, ahí os quedáis: cansados, aburridos, sin esperanza, llenos de problemas, hechos una mierda; como siempre: solos en la madrugada. Como debe de ser. Soñando, eso sí, con que un día os pasarán cosas maravillosas y vuestra vida cambiará”, le dice a su público.
Un fragmento del recordado monólogo del final:
“Se van a acabar para siempre la nostalgia, el recuerdo de un pasado sórdido, la lástima por nosotros mismos. Se acabó la temporada que ha durado treinta y ocho hermosos años, estamos en 1977, somos adultos, a lo mejor un poquito contrahechos, pero adultos. Ya no tenemos papá.
¿Qué cosa, eh? Somos huérfanos gracias a Dios y estamos maravillosamente desamparados ante el mundo.
Bueno, pues hay que enfrentarse al mundo y con esa cepa que nos da ese aire garboso tenemos que convencernos de que somos iguales a los otros seres que andan por ahí, por Francia, por Suecia, por Inglaterra.
(...) Hay que hacer algo ¿no?, para alguna cosa tendrá que servirnos el cambio; pues venga, vamos a cambiar de vida. A ti, Rosi ¿qué te pasa? Que tu vida con Andrés y los chicos no te gusta ¿no? Pues fuera, cada uno por su lado pero con dos ovarios, como si fuésemos mayores.
Y tú Nacho ¿qué?, ¿no te ha tirado siempre lo otro? Pues venga, guerra, pero sin tapujos. Ponte peineta y a ello, pero con dignidad, con la cara bien alta, que no pasa nada.
Hay que comprometerse con uno mismo, hay que tratar de ser uno mismo, hay que ir a las libertades personales.
Margarita de mi vida, ya no me sirve eso que me dices siempre, de que te pasas la vida metida en casa, que Vicente no te saca. ¿Qué pasa? ¿Quieres ir al cine y Vicente no quiere? Pues vete al cine, fíjate qué sencillo: ese metro, ese autobús, me da una butaca y ya está, ya has visto a Paul Newman, que era lo que querías.
(...) No soy político, ni sociólogo pero creo que lo que deberíamos hacer es darnos la libertad los unos a los otros, aunque sea una libertad condicional. Pues vamos, yo creo que sí podemos hacerlo, creo que sí. No debe preocuparnos si cuesta al principio, porque lo importante es que al final habremos recuperado la convivencia, el amor, la ilusión. (...) Pues no cabe duda: al vegetar estamos acabando. Vamos a vivir por algo nuevo.
Vamos, vamos a cambiar la vida por nosotros. Vamos.”
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