Dom 05.08.2012
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FAN › UN ARTISTA PLáSTICO ELIGE SU OBRA FAVORITA: MARTíN LEGóN Y SIN TíTULO (PLACEBO), DE FéLIX GONZáLEZ-TORRES

UN AMOR SE DESVANECE

› Por Martin Legon

Si la música ha sido creada para la gente sin hogar, la pintura es, en cambio, el arte de los sedentarios que se complacen en la contemplación de la tierra natal. Para mí, sin embargo, todas las obras de Félix González-Torres son musicales, comparten eso de ser piezas poco unidas a un lugar concreto y ser sospechosamente cosmopolitas. Y esto es así, en definitiva, porque dialogan con un tópico que las artes plásticas del siglo XX esquivaron: el lado trágico del amor. Sus obras tienen la fuerza de una canción interpretada por un frontman que sabe que lo perdió todo y canta con ese dolor y una guitarra.

Quiero hablar de la que quizá sea su obra más famosa, un rectángulo de veinticinco metros cuadrados de caramelos colocados en el piso. Quien quiera puede llevarse algunos. La pieza es de 1991 y se llama Sin título (Placebo). La luz rebota en los envoltorios plateados y, desde lejos, la visión es tan llana que podría ser un desierto o el reflejo de un río. A medida que los caramelos se van consumiendo, se agota también el brillo de la obra.

Vale preguntarse, más en el arte contemporáneo, hasta qué punto uno puede obviar las lecturas de los autores sobre sus propias obras. Pero, al margen de lo que González-Torres haya contado sobre la pieza, es claro que estamos ante una obra trágica. Sin título (Placebo) es la historia de un amor que comienza su curva descendente y se desvanece, es la hemorragia de un amor no correspondido. Ese dolor único y a la vez universal en el que uno sabe que la otra persona se va y se pierde para siempre.

Pero ése sería el final, el último suspiro de Werther. La pieza nos muestra en carne viva, prolijamente ordenada, la entropía del amor. Lo que vemos es una obra en tensión, el momento inflexivo donde ya no es posible hacer nada, pero el otro todavía está ahí. El amor como continente del desamor mismo, el phármakon griego donde veneno y remedio son la misma cosa, a la vez antídoto y enfermedad. Es interesante en ese sentido que el título (casi todas sus obras llevan un “Sin título” y entre paréntesis otro título que resignifica ese vacío) incluya la noción de placebo. Me parece que invita a pensar en la idea de soledad, en el amor como una droga para soportar la conciencia de estar solos.

En ese desgranar de los espectadores llevándose caramelos, la obra condensa un tiempo casi proustiano. Para mí cada caramelo es un recuerdo con alguien a quien alguna vez amamos o con alguien que nos amó profundamente, y me pregunto adónde va o cómo entra la esperanza en la obra de Félix González-Torres, porque todo tiende a desaparecer, mientras las cosas frágiles que supieron estar juntas se diseminan: el brillo desaparece, lo dulce desaparece, el orden desaparece. Quizá la última esperanza sea, en definitiva, saber que todo va a ser olvidado.

Cuando un artista modifica con semejante simpleza todo un sistema, no queda más que arrodillarse. Aunque no deje de hablar del amor, González-Torres logró que su obra sea política. El, gay y cubano disidente exiliado en Estados Unidos, se llevó consigo el comunismo. Sus piezas evaden la idea de original. Cada vez que son expuestas fuerzan conscientemente la redistribución del capital y ya no hay símbolo de status en el objeto artístico. Si lo hay, está al alcance de muchos sin que medie el dinero.


Félix González-Torres nació en 1957 en Guáimaro. Su infancia transcurrió en la Cuba revolucionaria, hasta que fue enviado por sus padres a España, donde se hospedó junto a su hermana en un orfanato católico. De adolescente vivió en Puerto Rico, y desde allí, a los veintidós años, se mudó a Nueva York. Marxista, latinoamericano y gay en la época de Reagan, supo construir una obra que discurre entre lo público y lo privado y que es siempre tan activista y militante como íntima y sentimental.

Realizada en 1991, Sin título (placebo) es una de las piezas en las que Félix González-Torres alude al estallido del sida en los años ’90. No sólo porque la palabra placebo remite a los controvertidos programas de evaluación de drogas contra el VIH que el gobierno de Estados Unidos implementaba en ese momento, sino porque, según explicó el artista, la cantidad de caramelos que deben cubrir el piso pesan exactamente lo mismo que Ross Laycock, la pareja de Félix González-Torres, quien era portador del virus y moriría poco tiempo después.

Los apilamientos de caramelos y papeles se volverían comunes en la obra de Félix González-Torres a principios de los ’90. Con ellos, usaba y desviaba la herencia minimalista contaminando las formas geométricas con referencias metafóricas, autobiográficas y políticas. A la vez, empezaba a desarrollar una poética del desprendimiento y la pérdida, sobre la que ha dicho: “Estaba perdiendo lo más importante en mi vida –Ross, con quien había construido el primer verdadero hogar que he tenido–. Entonces, ¿por qué no castigarme todavía más para que, de alguna manera, el dolor disminuya? Así es como empecé a dejar que el trabajo se vaya, que desaparezca. La gente no se da cuenta lo extraño que es cuando hacés tu obra y la sacás para que sea vista y diga, simplemente: ‘Llevame’. Mirás a la gente tomar pedazos de la obra –pedazos tuyos– y salir por la puerta. Y entonces querés decirles ‘Perdón, pero eso es mío. Devuélvamelo’”.

Félix González-Torres murió en 1996, en Miami, también víctima del sida.

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