SALí
› Por Rodolfo Reich
Vale la pena recorrer el Museo Malvinas. No sólo por su valor simbólico –que es grande y doloroso– sino por la calidad de su puesta y estética. Pantallas interactivas, films en 360, objetos históricos como el Cessna 185 con el que Miguel Fitzgerald aterrizó en 1964 en las islas, o una de las banderas que los integrantes del Operativo Cóndor izaron en tierra malvinense en 1966. Surge entonces la pregunta: ¿se disfruta una comida luego de recorrer tanta lucha y sufrimiento? La respuesta la da el propio guía: “La guerra es apenas un año de estas islas. Buscamos mostrar más que la muerte. Hay pasión, hay flora y fauna, hay lucha y resurrección”.
El restaurante del museo se llama Puerto Rivero, en homenaje directo al Operativo Cóndor e indirecto al Gaucho Rivero (quien en 1833 lideró un alzamiento contra los colonos británicos en Malvinas). A cargo del lugar hay dos gastronómicos de pura cepa: Javier Urondo y Alexis Jara. Y en este espacio ofrecen una cocina propia, deliciosa y con tal vez la mejor relación precio/calidad de la ciudad.
El espacio sigue los lineamientos del museo: mucho blanco, líneas netas y grandes ventanales que dan a un patio, ideal para pasar una tarde al sol, resignificando el predio de la ex ESMA. La carta es breve y contundente. Algunos ejemplos: para picar, empanadas de carne cortada a cuchillo a $17, papas con aioli y ensalada a $40 o una fantástica provoleta con morcilla y verdes a $60. Luego podrá ser una polenta dorada y verduras salteadas con salsa de menta ($40), una bondiola con papas, batatas, zanahorias, tomates asados y salsa de mostaza ($40) o un roast beef braseado ($50). Queso y dulce o un budín del día (por ejemplo, banana con chocolate, arándanos y frutillas con crema) marcan un muy buen final. Buenos vinos a precios competitivos (el Vicentín Reto Malbec sale $30 la copa, $92 la botella), cerveza artesanal o limonada casera.
Sea como final o interludio a una visita al museo, o sea como destino en sí mismo, Puerto Rivero ya es parte del mejor paisaje gastronómico de la ciudad.
El Museo Malvinas está en el predio de la ex ESMA, con entrada por la calle Pico. Horario de atención: miércoles a viernes, de 10 a 18; sábados, domingo y feriados, de 12 a 20.
Las sandwicherías son una institución en Perú. Clásicas y variopintas, se desparraman por todo el país, con sabores que ahondan en la cultura más nac&pop de su región. Económicos y sabrosos, esta comida callejera dice presente en Buenos Aires. Y el más nuevo ejemplo está en pleno barrio de Abasto.
Ka*Lou ofrece un salón pequeño con TV encendida, cuatro o cinco mesas que los clientes suelen llevar a la vereda, exhibidoras con gaseosas de litro y medio y cervezas multimarca. Una chica está a cargo del servicio y de la caja, mientras que una escalera tras la barra adivina el acceso a una cocina bajo tierra. Hay que decirlo: la escenografía no resulta demasiado tentadora. Pero en la puerta un cartel muestra fotos y nombres de los sandwiches que se ofrecen. Y eso sí es tentador. Son trece opciones, entre ellas el sandwich de lomo salteado con huevo acompañado de papas fritas, el de bistec de carne con huevo frito o el de guiso de cerdo con criolla y fritas. Cuestan $65 y son muy generosos (fácilmente se comparten entre dos, especialmente si de entrada se piden unas alitas de pollo con ensalada y fritas, $48). El de chicharrón de cerdo con batatas fritas, salsa criolla y guarnición de fritas es una delicia, con la carne repleta de sabor peruano. Aparte sirven una mayonesa de la casa y una salsa picante, de color verde y alta intensidad. Una opción tal vez algo más ligera es el de pan de miga con pollo deshilachado, con abundante palta, huevos y mayonesa, que en su tamaño equivale fácilmente a cinco o seis sandwiches de miga de panadería juntos. También hay opciones porteñas como para sumar voluntades, entre ellos el de milanesa o la hamburguesa completa (que acá suma salsa criolla peruana), además de especiales muy recomendables: tanto la salchipapa como el pollo broaster –con una crujiente costra de harina frita– serán las delicias de los menores de edad.
Lo esencial es invisible a los ojos, dicen. Más allá de sus flaquezas estéticas y desprolijidades varias, la esencia de Ka*Lou está en lo rico de sus sandwiches.
Ka*Lou queda en Anchorena y Valentín Gómez. Horario de atención: lunes a sábados de 19 al cierre.
Van quince años desde la apertura de Sudestada, con un pequeño y moderno local en el (por aquel entonces) Palermo menos transitado. En esos años, los restaurantes “blancos” –de estilo limpio, minimalista, con cierto aire escandinavo en el contraste con la madera clara de las sillas– no eran todavía una moda. Sudestada arrancó ofreciendo una cocina del Sudeste asiático, con Vietnam, Tailandia, Malasia y Filipinas en la mira. Hoy mantiene la senda, convertido ya en un grupo gastronómico, con restaurantes muy prestigiosos en Madrid.
Sudestada no es barato. Cenar platos como el Tom Katsu (un cerdo frito con una especiada salsa de mostaza) cuesta entre $300 y $400 el cubierto (para darse una idea: en el Sudestada de Madrid una degustación arranca en los 70 euros por persona). Pero, en simultáneo, este restaurante ofrece un secreto que circula a través del boca en boca gastronómico: almuerzos ejecutivos que están entre los mejores de la ciudad. Por $80 (entrada, principal y bebida) o $90 (sumando postre), se puede comenzar un recorrido por un mundo repleto de aromas y sabores.
Al sentarse, el camarero entrega un papel con las opciones del menú y una simpática agujereadora para marcar lo deseado. Entradas como una ligera sopa de pollo y vegetales. Entre los principales, un fantástico Ca Sot (trozos de pescado blanco rebozados y salteados con vegetales y albahaca) o un curry hindú de pollo. El picante es a gusto, y para beber ofrecen una copa del muy buen vino Los Cardos (de Doña Paula), cerveza, agua, gaseosa o un vaso de limonada con jengibre. El postre varia según el día, y se adapta al paladar occidental, como sucede con el arroz con leche de coco y banana.
Sin dudas, lo mejor de Sudestada es ir a cenar y entrar de lleno en sus platos repletos de albahaca, menta, cilantro, galangal, salsa de pescado, hojas de lima kaffir y demás maravillas aromáticas. Pero también vale ir al mediodía para atisbar, por menos de $100, una versión menos compleja de ese mundo ajeno y repleto de sabor.
Sudestada queda en Guatemala 5602. Teléfono: 4776-3777. Horario de atención: lunes a sábados, mediodía y noche.
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