SALí
› Por Cecilia Boullosa
Facundo Rodríguez Pereyra fantasea con el día en que los porteños caminen por las calles comiendo cremonas. Las cremonas que prepara él, claro, junto a su mujer Fiona, y con manteca en lugar de grasa, bien hojaldradas. “Como los parisinos que van caminando con sus baguettes”, dice, mientras no deja de vender la pastelería fresca que trajo en la bici que estacionó en la puerta del café Lattente, en Palermo. Lo más buscado son los cannoli, delicia siciliana, que rellena con ricotta y luego pasa por pistacho, chocolate (Fénix) y decora con unas naranjitas confitadas. Pero también, según el día, puede despachar impecables sfogliatelle espolvoreados con azúcar impalpable o sus inventos inspirados en Italia, pero que no existen allá, como la “futuka”, una confitura a base de pistachos; el “bronzo”, una torta húmeda de chocolate y aceite oliva con damascos, naranjas, almendras; o la “torta polentina”, con almendras, polenta de Colonia Caroya y limón. Cada ítem cuesta $ 20.
Antes de ser un panadero y pastelero rodante, Facundo fue consultor en Tecnología Informática. Luego, granjero en Suffolk, Inglaterra. Y una vez viajó a Sicilia, donde probó por primera vez los cannoli. “Se me ocurrió volver a Buenos Aires y hacerlos acá. Así empezó todo”. Un sábado de septiembre de 2012 se instaló con su bici y sus 75 cannoli en los Bosques de Palermo. En dos horas los vendió todos.
Además de su proyecto Cannoli de Palermo, tiene también la Xitanería, cuyo propósito es estudiar, rescatar y revalorizar recetas locales, con una vuelta actual. La cremona, los sacramentos (que, en su versión se llaman sacramentos pacanos y vienen con dulce de leche y nueces pecan), los churros (que prepara con cerveza). Además, con un grupo de amigos, también pequeños emprendedores del rubro alimentario, tiene un plan más ambicioso: conformar una cooperativa y contar con un espacio donde cada uno pueda ofrecer su producto fresco, cada día. Y luego, andar en bicicleta para bajar las calorías.
Cannoli de Palermo “estaciona” todos los sábados, de 15.30 a 19, en la puerta del café Lattente, en Thames 1891.
Hay pocas cosas más versátiles que un crêpe, ese invento bretón que supo dar la vuelta al mundo, adaptándose luego a los gustos de cada localidad. Puede ser dulce o salado. Para cualquier hora del día: almuerzo, merienda, pre o posboliche. Rápido, para comer al paso. Eso mismo pensaron Marcela Di Bernardi y sus dos hijas, Ximena y Martina Perazzo, cuando decidieron abrir su primer Crêpas, en diciembre de 2012. Para el debut eligieron un pequeño local –cuatro metros de frente– en La Barra de Punta del Este, y lo pusieron a funcionar las 24 horas. Les fue muy bien y al poco tiempo inauguraron un segundo local en Punta. En septiembre de 2014 finalmente desembarcaron en Buenos Aires (también hay locales en Montevideo y Martínez, pero bajo la modalidad franquicia).
En ocho creperas traídas de Francia los “creperos” preparan la especialidad del lugar. El sistema es simple: se pide en caja, se espera (no más de diez minutos) y se recibe el crêpe relleno y doblado dentro de un cono de cartón. No hay cubiertos involucrados. Algunos clientes se quedan comiéndolo in situ –el local de Palermo tiene patio, terraza, vereda con mesas y salón intervenido con dibujos de Julio Molina–, otros prefieren llevárselo para el camino.
¿Sabores? Entre los dulces, hay clásico de manteca y azúcar, de DDL, frutilla, banana, coco y almendras, de chocolate blanco y arándanos o el golosísimo de chocotorta. Entre los salados, desde el prosaico de jamón y queso hasta el invernal de cordero y cebollas caramelizadas o el más liviano de pollo al curry con pepino y yogurt. Una peculiaridad es que, más allá del ingrediente elegido, todos cuestan lo mismo: $ 80. “Queremos que el cliente elija por lo que le gusta y no por el precio”, dice Ximena. Además, hay ensaladas, sandwiches y jugos de frutas. La masa de los crêpes es crocante y bastante adictiva. ¿Qué ingredientes usan? Es lo único que se niegan a revelar.
Crêpas queda en Gurruchaga 1791. Teléfono: 4833-3435. Horario de atención: domingo a jueves, de 9 a 12; viernes y sábados, de 9 a 2.
Hace cuatro meses la paulista Rose Coutinho abrió su casa de budines en Barrio Norte, la única de la ciudad enteramente dedicada a esta especialidad que, en sus peores versiones, viene en paquete, saturada de saborizantes artificiales y conservantes. Los budines de Rose son otra cosa. Lindos por fuera y ricos por dentro. “Me di cuenta de que es un producto que se puede consumir todos los días y que aquí faltaban sabores, todo lo que había era bastante aburrido”, cuenta, en un casi perfecto español tras ocho años de vivir en Argentina (llegó para estudiar Diseño de Interiores y luego se anotó en pastelería en la Escuela Mariano Moreno). Además quería apostar por el negocio monoproducto que, según cuenta, en Brasil funciona muy bien. Enseguida, atraídos por el perturbable aroma a masa horneándose –que se llega hasta la esquina– los clientes comenzaron a llegar a Divino Budín.
El local es chiquito y luminoso. Fotos en blanco y negro enmarcadas, una barra baja con cuatro sillas esterilladas a un costado y, lo principal, un mostrador con los budines. De diseños originales y formas geométricas –los moldes que usa son nórdicos–, primero entran por los ojos. Vienen en dos tamaños: familiar (12 porciones, entre $ 100 y $ 130) y pareja (4 porciones, $ 50). Y hay más de 20 sabores: limón con coco, limón con menta, naranja con cubitos de membrillo, zanahoria con naranja, ananá con coco, peras con chips de chocolate, maracuyá o manzana con canela, entre otros. Otra opción es probar una porción ($ 15) del budín del día, acompañada de un té o un café, mientras se hojea alguna de las revistas de la semana.
Todos los budines se preparan con frutas y buenos ingredientes, nada artificial ni industrial entra en la mezcla. “Quise darle una vuelta a un producto que es clásico y sofisticado, muy inglés”, dice Rose. Para regalar o regalarse, da lo mismo, el upgrade del budín llegó a Buenos Aires.
Divino Budín queda en Austria 2028. Teléfono: 4827-9305. Horario de atención: lunes a viernes, de 10 a 20; sábados, de 9 a 13.
Fotos: Pablo Mehanna
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