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Por Cecilia Sosa
Si las opciones gastronómicas más exóticas ya pululan por toda la ciudad, la mayoría no está al alcance de cualquiera. Radar le ofrece aquí un delicado surtido intercontinental (con un plus de aventura) que lo hará brillar entre sus conocidos. A tomar nota.
Si tiene la fortuna de quedar adentro del rectángulo dibujado por Corrientes/Libertador/Federico Lacroze/Scalabrini Ortiz, las delicias asiáticas se rendirán ante sus pies –o ante la habilidad de su dedo para acertarle a ocho dígitos en el teléfono–. Asiandelic ofrece platillos indonesios, tailandeses, vietnamitas e indios auténticos; más una delicada selección de saludables platos vegetarianos y veganos. Todo llega exclusivamente vía delivery y a precios más que razonables. ¿Qué más se le puede pedir a Oriente?
La casa se especializa en woks, currys, arroces, satays y sopas, cada uno más tentador que el otro. Al punto que exigen el recitado de un mantra antes de acercarse al teléfono. Para los atrevidos, ideal el wok de pescado blanco, langostinos y calamar que viene con zanahorias, zuccinis, puerros, soja y cilantro. Entre los currys (carnes guisadas), brillan el “Amarillo cerdo” llegado directamente de Malasia (cazuela de cerdo con curcuma y azafrán) y el originalísimo “Saag allo” de la India (cazuela de cuadrados de pollo macerados en especias y yogur, cocidos con espinacas frescas). ¿Una sopita? No lo dude: pida Lauk pindang (consomé de salmón con puerros, pescado blanco y papas, hierbas frescas y brotes de soja crocantes) llegada de Malasia y siéntase un Tigre de Momprasén.
Como entrada, nada mejor que los chapatíes con paté, los crocantes de amapolas o las ostras fritas. ¿Postres asiáticos? Imperdibles las cremitas de vainilla y canela (bajas calorías) y la imponente mousse de mascarpones (con peras y jengibre cristalizado). Algo más. Para acompañarlo todo, Asiandelic le acerca una botellita de champagne a su casa.
Decláreles la guerra a las empanadas.
Asiandelic queda en Godoy Cruz 1646, 4831-1838 (sólo delivery)
Por C. S.
¿En busca de una experiencia extrema? A probar los platos rusos y ucranianos preparados por Alekseyev Vyacheslav, un ruso de 24 años, cocinero diplomado, nacido en el desierto siberiano, pasado por Ucrania y aterrizado inexplicablemente en BA. Que además llegan servidos por su hermana Ksenia, un hada rubia de 16 años. ¿Dónde? En Absolut, un inexplicable y casi imposible local de apenas seis apelotonadas mesitas de madera y una indisciplinada bandera de la URSS (con hoz y todo) que tiñe Almagro de rojo.
Además de platos típicos, en Absolut también se consiguen minutas, pizzas, sandwiches y parrilla para entusiasmar resquemores. Pero desde hace algunos meses no hay quien se resista a los varenikes de papa con salsa de hongos (vienen seis y son indescriptibles), el strogonoff (carne cortada finita con zanahorias, cebolla que viene sumergida en salsa de tomate y acompañada de puré de papas), el chukrut o los brochettes de cerdo. Con todo y a pesar de las preferencias locales, Aleks recomienda los pelmenis (pasta rellena con salsa de queso blanco y hongos) cocinados y servidos en unas preciosas cazuelitas ucranianas, el bolsillo de cerdo (relleno con manzana y ciruela) y la suprema Kiev que llega con diploma: para graduarse en el Colegio de Cocineros de Rusia, Aleks le dedicó una tesis de 90 páginas.
Absolut no sólo es un hallazgo en su rubro: sólo hay un restaurante cosaco en Recoleta –a precios cosacos–, mientras que aquí no hay platillo que pase los 9 pesos. Pero lo que pone contentos a todos es el modo en que se insta a compartir costumbres ajenas: haciendo honor a su nombre en Absolut cada plato típico viene acompañado por una medida de vodka congelada que “pasa como agua”.
Eso sí, noches de sábado abstenerse. Cita obligada de la joven comunidad rusa. Póngase el gorro y súmese al baile.
Absolut queda en Bulnes 873, 4866-2300. Abre de martes a sábados de 10 a 16 y de 20 a 24. Domingos de 18 a 24. Tiene delivery.
Por C. S.
Casi en la esquina de Godoy Cruz y Cabrera hay un pequeño edén de comidas árabes caserísimas cocinadas por Marie Françoise, una libanesa que hace 35 años aterrizó en Ezeiza para sembrar la esperanza (al-amal en árabe).
En Al-amal todo es lindo: desde las pequeñas mesitas montadas sobre barriles y adornadas con manteles azules de tela hasta las delicias que poco a poco van poblando la mesa. El ritual empieza con los clásicos pancitos calientes para embadurnar en esas indescifrables pastas de humus y beteyen. De a poco, van llegando el falafel, las kepes (bolitas de trigo y carne), la ensalada tabule, los imponentes kaftas (unos enormes pinchos de carne cocinados con morrones y especies exóticas) y los niños envueltos en hojas de parra. Se recomienda pedir surtido y entregarse a placeres de nombres inciertos, lejanos e inquietantes.
Mientras el comino, el jengibre y la canela hacen efecto, cierre los ojos y decida por dónde volar montado en una de esas magníficas alfombras que cuelgan de las paredes. Pídale a Leonardo, hijo pródigo de 22 años y cocinero suplente, que le deje probar un turbante fantasía. O, aunque todo deseo parezca cumplido, pruebe frotar una de las lámparas que adornan los estantes. Si sueña con envolverse en una sábana transparente y bailarle al que tiene enfrente, los cuartos viernes de cada mes contará con ayuda profesional: auténticas odaliscas le mostrarán cómo comportarse cuando suenen las voces de Fairuz o Uncalsum.
No vale irse sin un café a la turca. Corto, oscuro, a base de semillas de cardamomo y sobreviviente a tres hervores. Si está de suerte la tía Fredia le leerá la borra de café. ¿Un secreto? Además de cocinar riquísimo, Marie Françoise es estilista profesional. Espere a que vuelva del Líbano a dondepartió en busca de especies, telas y más pócimas inspiradoras, pídale consejo y enfrente al destino con peinado nuevo.
Al-amal queda en Godoy Cruz 1601. Abre de martes a domingos de 13 a 16 y de 20 al cierre. Reservas al 154 058-6210.
Por Paula Porroni
Sobre la calle Roosevelt, y como a la sombra de la mole del Showcase Cinemas Belgrano, subsiste airosamente desde hace un año y medio el todavía no tan conocido Primavera Trujillana, restaurante peruano de platos típicos. A diferencia de lo que sucede en su populoso par de Barrancas, entrar a Primavera Trujillana, que está instalado en la PB “A” de un clásico PH, es como entrar en el living de la casa de la Sra. Marta, cocinera y “alma mater” del lugar. Allí, sobre sus prolijas y bien distanciadas mesas (intimidad no tiene por qué ser apretujamiento) o en la comodidad del hogar (el restaurante hace delivery) el comensal podrá disfrutar de alguna de las tantas delicias de la comida peruana, en particular los platos hechos a base de mariscos y pescados, que son la especialidad de la casa. Todo con ingredientes bien frescos –la Sra. Marta hace sus compras a diario en el cercano Barrio Chino– y hecho en el momento.
Ya sea que uno se decida por el ceviche (pescado cocido en jugo de lima), el chicharrón de cerdo o de pescado, el chupe de camarones (que es como una sopa) o el arroz chaufa (que efectivamente suena como “chaw fan”: la comida peruana es una mezcla o fusión de tradiciones culinarias africanas, precolombinas, chinas y españolas) todos los platos (de precios bien accesibles, dicho sea de paso) pueden ser servidos con distintas intensidades de picante, según el gusto o la tolerancia del comensal, de todos modos, es sabido que no importa cuán suave sea la comida, siempre habrá alguien que pondrá el grito en cielo y la encontrará “picantísima”: así de difícil es la relación del porteño con el picante. A la hora de los postres, uno puede deleitarse con la mazamorra morada (una suerte de compota hecha a base de maíz morado) y luego, con la excusa de aplacar el calor de la boca, refrescarse con uno (o varios) traicioneros pisco sour.
Primavera Trujillana queda en F. D. Roosevelt 1627 “A” (entre Montañeses y Arribeños), 4706-1218. Abre todos los días de 11 a 24.
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