SALí
Patinaje al filo de la madrugada
Por Natalí Schejtman
Primero, una aclaración: probablemente más que ningún otro de los posibles festejos por aquí propuestos, la pista de patinaje es un terreno demasiado proclive a evidenciar defectos estéticos (la indumentaria cómoda para patinar es un arma de muchos filos), bajezas emocionales (intolerancia a las caídas: sin metáforas) y, sobre todo, vergonzantes tosquedades físicas. Mejor, entonces, que éste sea un festejo más o menos íntimo, cosa de no estar llorando a cada paso patinado por esa persona que alguna vez quisimos ser y de la que pocas veces estuvimos tan increíblemente lejos. O sea: desde el momento mismo en que salimos del vestuario, o como se llame ese recinto frío y mojado donde uno deja los zapatos, se calza los patines, y se recibe de valiente. Dicho esto, el patinaje es una opción explosiva porque revisita una enérgica actividad infantil. Porque es, en serio, algo excepcional para hacer en esta ciudad. Y además incita un viaje a películas que transcurren en países con nieve, brinda la posibilidad de reírse impunemente de los otros (excepto que haya alguien que aspire a ser televisado por ESPN, al que mejor ignorar, porque nos inhibe) y hasta contempla el paradisíaco espacio de descanso llamado baranda, cosa de no romper con el esquema tradicional de fiesta. En My Way, una de las tres pistas que todavía sobreviven de Buenos Aires, confían en que el patinaje es una opción de festejo multiedad, y estiran los tiempos de la pista los viernes hasta las 3 AM y los sábados hasta las 5, a $ 11 la hora y $ 13 por tiempo libre. Para los que quieran hacerla completa, el flash back puede incluir una cena previa en la confitería (pizza y patinaje libre + una cerveza cada dos: $ 25 por persona). Otro aviso: es prácticamente inevitable un porrazo ridículo por invitado. Por suerte, el hielo es un socorro inmediato.
My Way: Cabildo 20, Tel.: 4773-0236
Un par de horas de fama gracias al videoké
Por N. S.
Es altamente improbable que Scarlett Johansson o Bill Murray nos animen la fiestita, pero bien podemos hacer algo para evocarlos. Luces bajas, estruendosas pelucas flúo y un protagonista: el karaoké o videoké, su versión más sofisticada, que incluye televisor con las letras de las canciones, que van pintándose mientras avanza el tema. Claro que si los hits plasmados en una lista interminable de canciones incluyen joyas trash de los ’80, ’90 y ’00, con Vilma Palma e Vampiros, Azúcar Moreno y todo ese repertorio tinellesco entre los más votados, todo indica que estamos mucho más cerca de Cantando por un sueño que del universo chic de Sofía Coppola. El servicio incluye un operador encargado de manejar los equipos, resolver cualquier contratiempo y lidiar con listas y códigos, además de los micrófonos, y cuesta $ 200 por unas dos horas ($ 50 más si hay que llevar televisión y equipos de sonido. En Capital, el traslado está incluido). Si se le pide que este operador alardee, además, sus aptitudes de animador (eso cuesta otros $ 50 más), habrá que estar preparado para una parafernalia de arengas, gritos de guerra de canciones, incitación a la competencia e intempestivos tironeos hacia el centro de la pista. En cambio, si se avisa que por favor evite esta vez el despliegue de histrionismo, y se repliegue en su rol operario, a no sorprenderse con el panorama resultante: un asistente devenido obrero del videoké y relegado a una esquina, con índice de euforia subcero que responde dócil tecleando el número de tema pedido y que, mientras chicos y chicas juegan a ser Madonna, Cristian Castro o Marcela Morelo, se dedica a mandar mensajes de texto a quién sabe uno. El agregado de alcohol, pelucas y disfraces va por cuenta propia, pero se sugiere contar con ellos para que la fiesta sea un éxito. Y en ese orden.
Shows Videoké: 4798-6423 o 15-5-830-6270
Hay un barman en mi living
Por N. S.
Esta es la solución a las deliberaciones de cualquier cumpleañero indeciso, de esos que se matan indagando en la diferencia entre “reunión”, “fiesta” y “previa”. Cuando una barra de alcohol se convierte en algo transportable, la primera y más convencional opción es hacerla caminar hasta una quinta o galpón generoso y plantarla ahí, para emborrachar a los invitados. Vaquita, entrada o eufemismo mediante, para estos festejos, Barra bar ofrece tragos libres de calidad a $ 14 por persona, con un mínimo de 80 asistentes. Pero la segunda y más tentadora es imponerla en el medio del living propio. La canilla libre de tragos, de champagne, de cerveza o de vino, asegura un saludable in crescendo de excitación que, gracias al escenario doméstico, no impone como mandato terminar tambaleando, y permite a los moderados agruparse y okupar un sillón para conversar sobre la educación de sus hijos con una misma copa toda la noche, como si se tratase de la recepción de un embajador. Además, si la barra va a Mahoma, hay menos riesgo de que los representantes de un gremio controvertido como el de los bartenders se comporten con toda esa animosidad que los caracteriza. En general, responden con calidez a los pedidos de los invitados, dejando descansar a su Tony Manero interior. A menos que se lo pida como extra: hay bartenders malabaristas (el nombre técnico del revoleo de botellas es flair) o especialistas en barmagic (trucos aplicados a la barra). El servicio se abarata cuanta más gente haya, por eso es ideal para armar una espontánea sociedad de cumpleañeros: si llegan a los 40 invitados, El Club del barman propone barras nutridas a $ 10 por persona durante 7 horas de servicio, sin gastos de traslado para Capital. Es una inversión, cierto, pero una fiesta con alcohol libre, baños limpios y cuartos disponibles te hará muy popular.
Club del barman: 4776-3891.
Barra bar: 4867-5332
Guerra de pintura en la ciudad
Por N. S.
Estrenando su estatuto de deporte, la opción de la guerra de pintura gana adeptos cada fin de semana. Cuando terminan de llegar todos los invitados, el protocolo obliga a suspender por unos minutos los tintes fiesteros y agruparse delante de un hombre contundente encargado de la charla inicial sobre medidas de seguridad, en la que los participantes deberán convertirse en serios depositarios de la confianza del árbitro, que al tiempo que agarra el rifle que en unos minutos va a escupir pellets (pelotitas de pintura flúo) a 200 km/h, les baja el copete a los que tengan “complejo de Rambo” y tranquiliza al auditorio con el curioso dato de que según las versátiles estadísticas yanquis, “el Paintball, señores, ¡es más seguro que el bowling!”. En general, los escenarios para Paintball están alrededor de la Capital (Pilar, Ezeiza), pero hace menos de un año también hay una opción en un predio del Club Defensores de Belgrano, en Núñez. Los $ 50 por persona incluyen el acceso al campo (una especie de baldío artificial, con fardos, parapetos de madera y tachos de metal, todos ellos babeados con restos de pintura vieja endurecida), máscara y equipo (tipo militar, algo que ahora los dueños van a cambiar para quitarle carga bélica al asunto) y 100 pellets. Una vez que se ingresa al juego, todos van a ser irreconocibles, así que aquí las torpezas (múltiples, sumado a que el look mezcla de cazafantasma y soldador lo ridiculiza todo mucho más), de última, son anónimas. “Es un juego de estrategia y lealtad entre los jugadores”, dice el árbitro, impasible. Habrá equipos, misiones que cumplir, y un ascenso de dificultad, que ya desde el vamos requiere buenos reflejos. Eso sí: para los que se animen con esta opción de festejo, es bueno que sepan que aun jugado con toda ironía, algún tipo de agilidad y esfuerzo físico tendrán que poner en juego. Así que el alcohol y las tortas, para el post.
Urban Paintball: Av. Comodoro Rivadavia 1420 Tel.: 156 094 4466
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