SALí
Por Cecilia Sosa
Las mudanzas siempre deparan alguna sorpresa. Justo en la esquina de Solís y Cochabamba, a pocas cuadras de la nueva redacción de este diario, en medio de una colorida colección de hoteles familiares y no tanto, resiste un viejo almacén de barrio. Un hermoso edificio del siglo XVIII, donde vino a caer, en 1952, la dinastía Kochi, una familia de japoneses que desembarcó de Okinawa y ahí no más se dedicó a cultivar la más cara tradición de la picada criolla.
Ahora que los antiguos almacenes –alguna vez llegaron a 40 mil– se cuentan con una mano, el Sr. Kochi devino en toda una institución del barrio. Entonces, no vale vacilar cuando pide que se le tome nota: “Acá se sirven las mejores picadas del país. Traigo los quesos y fiambres elaborados por las manos sabias de los mejores maestros argentinos y del exterior” dice. Sólo hay que probarlos: jamones crudos sin filo, cocidos y de bellota, cantimpalo ibérico, tiernos salamines, serranísimas bondiolas y hasta mortadelas italianas. Y ¡los quesos! Rambol (con pimienta verde y nueces), Roquefort Saint Agur (de cremosa y picante leche de oveja), Chedar al whisky o Carcarañá con pimienta y oliva, además de una amplia variedad de Camemberts y Ementhals.
¿Cómo acompañar tanta delicia? El Sr. Kochi no lo duda ni un instante: “Con champagne”, instruye sin ningún atisbo zen. “Es la bebida perfecta para acompañar una picada. Y no sólo es para la aristocracia, acá está al alcance de todos”, se dulcifica.
En el almacén de Kochi sólo hay unas pocas mesas de manteles blanquísimos, cortinados, copas de vidrio y muchas pero muchas filas de botellas en las ventanas para dar una pista del hit de la casa. Además de sus míticas picadas –que se sirven a toda hora– también se consiguen salchichas bañadas en mostaza Dijon acompañadas de chukrut, selectas conservas (atún, sardinas y anguila) y sandwiches que salen cargadísimos. ¿De postre? Flan, natilla y jalea real.
La esquina también tiene un maravilloso almacén de paredes altísimas y estanterías que trepan al cielo y ofrecen las más burbujeantes promociones de Baron B, Don Perignon y Rutini. Si viene por el barrio, ya lo sabe, acuérdese del Sr. Kochi: “Picada con champagne: la combinación que trae alegría al corazón”.
El almacén de Kochi queda en Cochabamba 1701 (esq. Solís), 4304-4841. Abre de lunes a viernes de 10 a 16 y de 18 a 24, y sábados de 10 a 16.
Por Julieta Goldman
Stéphane es arquitecto, oriundo de París y vivió diez años en distintos países de Africa, principalmente en Madagascar. Emilie es ingeniera informática, nacida en Toulouse. Ambos llegaron a Buenos Aires hace dos años, cuando aún eran novios. Hoy sólo son afectuosos y cordiales socios. Hasta acá pareciera ser la sinopsis argumental de una película francesa. Pero no. Es sólo la historia que da origen a un restaurante de cocina del suroeste de Francia, inaugurado hace un año y que tiene al frente a estos dos jóvenes europeos.
¿Su nombre? Mêlée, en francés, “mezcla”. Justamente la oferta gastronómica del lugar combina regiones, sabores y variedades, fusión de platos típicos franceses y comida local. Las especialidades de la casa son la pata de pato confit, la ensalada de queso crottin y miel, el pateé Mêlée (de mollejas), el boeuf bourguignon (símil guiso) y la infaltable creme bruleé. Los clientes que visitan Mêlée también son pura mezcla.
Los mediodías están dedicados a aquellos que prefieren almorzar de forma abundante, sin tener que caer en un triste pancho o comida rápida. Menúes ejecutivos de dos pasos (plato principal y postre, incluyendo bebida) o de tres pasos (entrada, plato a elección y postre) son las opciones de este mundano bar perdido entre oficinas. A la tarde/noche, una gran barra semicircular, pintada a mano por el propio Stéphane, con motivos de El beso de Gustav Klimt, invita a degustar alguno de los tragos de la extensa carta, que puede acompañarse de una picada o sándwiches. Tequilas, licores, daiquiris, cocktails, vinos o infaltables aperitivos franceses: kir, kir royal y la típica bebida de anís, el Pastis Ricard, difícil de encontrar en bares porteños.
Mêlée podría ser uno de los tantos bares de Palermo, con la diferencia de que está en pleno Microcentro, en una callecita bastante escondida, frente al edificio de Rentas y con la fama de ser un tugurio no del todo radiante en su anterior vida. Pero le llegó la hora de aggiornarse y ahora luce con orgullo un sector más íntimo con sillones irregulares y auténticas butacas de cine, otro más tradicional de sillas y mesas y la opción de banquetas, clásica del horario happy hour (de 18 a 22). Y, por supuesto, la mezcla de idiomas que recorre el salón a toda hora.
Mêlée queda en Viamonte 852 (esq. Suipacha), 4326 0183. Abierto de lunes a viernes, del mediodía hasta el cierre.
Se sabe que los lugares aptos para fumadores últimamente tienen un plusvalor. Si a eso se le suma la posibilidad de probar alguna variedad de habano y alguna de las múltiples exquisiteces que prepara el cocinero colombiano José Alfredo Carrero Villamil, ¿qué más puede uno exigir en el mundo de los placeres y el buen vivir? ¿Cómo desplazarse por un rato a Cuba y sumergirse en sus delicias del humo y en el rito ancestral de ingerir 100% de tabaco puro?
A mitad del año pasado inauguró una nueva sucursal de La Casa del Habano, que en la actualidad cuenta con 103 locales distribuidos en cincuenta países. El local de Palermo propone una pequeña huida a tierras caribeñas en todo su esplendor: habanos cubanos, tragos de todo tipo y una cocina con especialidades de Latinoamérica. Imperdible el Chicken Bayou (pollo rebozado relleno de camarones con salsa de champagne) o la Ropa Vieja (carne de res al estilo cubano con arroz). Además hay cantidad de sándwiches, ensaladas, risottos y pastas del día. Para un dulce final, un Parfait de café o coronas de membrillo y almendras alegrarán los paladares.
Un humidor a la vista, donde se guardan los habanos a la temperatura adecuada, entre 16 y 18 C, expone gran variedad de marcas cubanas, como un gran museo y paraíso absoluto para todo fumador. Y quien quiera aprender un poco más sobre el tema, el staff de La Casa del Habano brinda explicaciones a modo de cuentito, que incluye sabor de cada puro, formas de cultivo y secado, normas de calidad, hojas seleccionadas, variedades de clima. Alumnos aplicados, es recomendable tomar apuntes del tema porque la clase es exhaustiva y muy completa.
El gran absurdo de este cigar bar es que no hay olor ni humo, rareza ideal para aquellos no fumadores que accedieron a ser acompañantes de un fumador, feliz de encontrar su lugar. Otra tentación extra de este lugar atípico es su sector living, con sillones mullidos y quizás mejores que los del hogar propio. Además, adornos y decoración very british, con mesa de ajedrez incluida, modular de madera (auténtico mueble de colección), pipas y todo tipo de accesorios del universo del habano, que además están a la venta en una mini tienda dentro de este gran recinto donde, por supuesto, no se escatiman ceniceros ni encendedores o fósforos.
La Casa del Habano queda en Thames 1920, 4776-8129. Abre mediodías y noches.
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