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› Por Joaquin Hidalgo
Antigua Querencia, imposible equivocarse
La ciudad abunda en parrillas barriales. Y por barriales en Buenos Aires se entiende desde un brasero en la calle que vende vaciopán hasta las impostadas casas en rincones turísticos de la ciudad. En un punto medio, está Antigua Querencia.
Hace más de 30 años que esta “parrillita” familiar de Almagro hace lo que mejor sabe: dar de comer. No es poco en materia de carbones y carne chirriando sobre los fierros. Aquí manda la materia prima, elegida con una dedicación que contrasta con el aspecto del local, compuesto por dos salones pequeños; en uno están ubicadas las parrillas, junto a la entrada; el otro parece una habitación caída en el olvido, con un gran cuadro de una paisaje alpino como horizonte. Un dato menor si lo que se busca es la famosa ecuación costo-calidad, que sitúa a Antigua Querencia como un favorito para reuniones de amigos post-fútbol, estudiantes de Comunicación “sede Parque Centenario” y vecinos de la zona.
Desde el año pasado, cuando el restaurante cambió de dueño, la casa invita con una empanadita soufflé incluso antes de que el mozo deje la carta: cinco hojas fotocopiadas en las que las opciones de parrilladas para dos, tres y cuatro personas resultan tentadoras. Pero no hay que dejarse engañar: si bien son abundantes, no todos los cortes salen bien en este amontonamiento de carnes y achuras. En plan de elegir, conviene apuntar a la entraña ($ 39), corte estrella en la casa desde que se tenga memoria. La sirven sin cuero y a punto, y de un tamaño que no es para alardear, aunque cumple y satisface. El vacío es otra buena opción, siempre que se llegue temprano. A 26 pesos la porción, es abundante y en la primera franja horaria sale bien jugoso.
Como en toda parrilla de barrio, las ensaladas que vale la pena probar son las clásicas: la criolla, con tomate, lechuga y cebolla (apenas hervida para bajarle la acidez), y una de rúcula y parmesano, que conviene condimentar por cuenta propia. Imposible olvidar las consabidas fritas ($ 12), otro plato muy pedido: lejos de las versiones congeladas, son cortadas bien finitas y hechas en el momento.
Para romper un prejuicio de consumo, en este último tiempo la casa apostó algunas fichas a su carta de vinos, y fue más allá de las típicas botellas de Vasco Viejo y Selección López, sumando etiquetas modernas como Elementos y Latitud 33º, y clásicas como Benjamín, Trapiche y Norton. Un pequeño gesto que dice mucho: Antigua Querencia está más viva que nunca.
Antigua Querencia queda en Yatay 602. Horario de atención: martes a domingo, mediodía y noche. Teléfono: 4861-4502. Sólo efectivo.
Rolaso, grandes vinos, una buena herencia
En la gastronomía hay oficios que se aprenden estudiando y otros que se heredan. El de parrillero está entre estos últimos. Así, muchos de los actuales propietarios de parrillas fueron antes parrilleros en lugares ajenos. Un gran ejemplo es el de Hugo Echevarrieta —dueño de La Brigada—, que se formó junto a Carlos Vinagre en la icónica La Raya. Del mismo modo, el joven propietario de Rolaso aprendió antes su oficio en Don Julio, la muy visitada casa palermitana. Y de allí se trajo varios secretos.
Rolaso es propiedad de Isidro Eugenio Andicoechea y de su padre, y ocupa la esquina de Julián Alvarez y Aguirre. Que una parrilla sea esquinera no es novedad, pero que tenga todas las paredes de vidrio, como en una gran pecera, es distintivo. El otro diferencial, más inquietante, es la abundancia del color verde como nota del ambiente: manteles, cortinas, paredes internas, todo está matizado en una pálida clorofila que debe leerse en código futbolero: Isidro es fanático de Ferrocarril Oeste y Rolaso es su templo de devoción.
Por suerte, ahí termina la parafernalia futbolera: el restaurante no apuesta a los banderines para ganar adeptos. En cambio se ha hecho famoso entre los entendidos por tres variables: su excelente carne, un servicio profesional y su completa carta de vinos.
De atrás para adelante: no existe otra parrilla de barrio donde se puedan beber vinos como RD de Tacuil, Durigutti Reserva Malbec, Xumek Syrah, Primogénito Malbec y Finca Morera Cabernet Franc, entre otros. Todos conservados en una cava vidriada con humedad y temperatura controlada. Una verdadera apuesta para el barrio y el segmento de precios.
Los mozos de Rolaso son del tipo “el cliente siempre tiene la razón”. No invaden y recomiendan con buen tino sobre los cortes del día. La entraña (700 g, $ 65) sale jugosa y alcanza para dos personas. También aconsejan el bife de chorizo (500 g, $ 66). En la carta forrada de tela verde también hay platos que van más allá del carbón, como salmón a la crema de puerros ($ 60) o un matambre tiernizado al verdeo ($ 50). Y no fallan las papas fritas ($ 10), grandes, doradas y esponjosas.
Rolaso es una muy buena opción para reuniones familiares y cenas de amigos. De hecho, si la mesa es grande, se puede hacer speto corrido por un precio especial. Carnes al por mayor, ricos vinos y todos contentos.
Rolaso queda en Julián Alvarez 600. Horario de atención: todos los días, mediodía y noche. Teléfono: 4854-8411.
Social La Lechuza, refugio de bohemios y turistas
Al dueño todos lo conocen por Pedro a secas, sin mencionar apellido. Un signo de familiaridad, de amistad, algo que se forja en el trato continuo. Es que Pedro está todos los días en su Social La Lechuza, la parrilla con menos pose de Palermo, que a su vez resulta una de las perlas mejor escondidas en este barrio gastronómico, que por estar tan de moda muchas veces resulta aburrido.
La Lechuza es un típico bodegón-parrilla, y conserva ese hálito bohemio que supo tener el barrio antes de que los alquileres se midieran en dólares. Ese es ya todo un mérito. El otro, más importante, es que se come bien, barato y con onda. La parte de la onda la pone una “cuidada desprolijidad”, que incluye un piano, muñecas y posters en la entrada, pero también un compendio de cuadros con ilustraciones de lechuzas en sus salones. Al principio puede parecer un abuso en la autorreferencia, un acto ombliguista, pero basta mirar las firmas de los ilustradores para darse cuenta de que son pequeños y queridos homenajes: Langer, Caloi, Parés y un admirable “salón de la fama” que vale la pena escudriñar.
Como en todo bodegón, aquí no escatiman en la porción, ni en los ingredientes, algo que siempre atrae gente a sus mesas. De las brasas sacan una entraña tierna y bien jugosa de 700 gramos, o un bife de chorizo de medio kilo —favorito de los extranjeros—, ambos a $ 46. También gustan las mollejas partidas al medio y doradas, cuatro unidades a $ 48. Para acompañar, marchan las ensaladas de la casa. Entre ellas, la mejor es la “Todo verde”: radicheta, rúcula, berro, lechuga de todo tipo.
Bar de viejos y bodegón de jóvenes, el ambiente es ideal para ir entre amigos con ganas de larga sobremesa. El consejo es sentarse en el segundo salón, donde aún hay más lechuzas ilustradas, porque la parrilla —y su consiguiente humo— están en el salón principal.
En caso de que alguno de la mesa quiera evitar la carne, puede optar por las pastas. Las hacen caseras y las sirven al dente. Los fusili fierrito con bolognesa o los ravioles de ricota con pesto son platos muy bien elaborados, gustosos y potentes.
Cualquiera sea la elección, comer en La Lechuza obliga a pedir un sifón de soda y un vaso de vino. Un sello de una argentinidad que de a poco se está desdibujando.
Social La Lechuza queda en Uriarte 1980. Horario de atención: martes a la noche, miércoles a sábados mediodía y noche; domingos sólo mediodía. Teléfono: 4773-2781. Sólo efectivo.
Fotos: Pablo Mehanna
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