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› Por Joaquin Hidalgo
Aldo’s, a precio de vinoteca
Flamante apertura en microcentro, debe su nombre a Aldo Graziani, reconocido sommelier que escribe sobre vinos, tiene su propio programa de radio y elaboró las cartas de bebidas de importantes proyectos gastronómicos, entre ellos Casa Cruz y el Bistró de Faena Hotel + Universe. Esta es su primera apuesta como socio propietario.
Abrió a fines de mayo pasado, a muy pocas cuadras de Plaza de Mayo, y su propuesta convoca a turistas, empresarios, oficinistas y varios funcionarios de primera línea como Amado Boudou y Guillermo Moreno, que aprovechan la posibilidad de largas sobremesas con muy buenos vinos. Porque si una cosa resulta sorprendente en este restaurante es, justamente, su carta de bebidas. Cuarenta y dos páginas de vinos, incluyendo 500 etiquetas distintas, ordenadas por variedad y tipo. El sueño hecho realidad para cualquier enófilo. Arrancan en los 45 pesos y no tienen techo. Desde un espumante fresco y tirante como Norton Cosecha Especial ($53) a un Dom Perignon Vintage 2002 ($940). O etiquetas poco conocidas que apuestan a la relación calidad precio, como el excelente Kaikén Reserve Malbec 2009 ($45), el Barrandica Malbec 2009 ($53), o el impactante Jean Bousquet Grande Reserve 2008 ($83).
Pero no sólo se trata de variedad, sino de precios. No importa si el vino se elige para consumir in situ o llevarse a casa, en todos los casos el valor es el de la góndola de un supermercado. En rigor, más que un restaurante, Aldo’s es una vinoteca con buena oferta gastronómica.
Su estética cruza la imagen de un bar del Hollywood de los ’50 con una boutique moderna, en la que una barra de mármol separa dos salones muy blancos y las paredes están cubiertas por botellas de vino.
Y si bien la gran apuesta está en la copa, los platos también dicen lo suyo. Aldo’s propone una gastronomía escrita en porteño, desde desayunos con café y dos medialunas ($23) o huevos revueltos ($28), a sabrosos chivitos uruguayos ($40) para el almuerzo, junto con unos ricos ravioles de mascarpone ($52) o un potente cordero braseado al vino tinto ($58). Una gastronomía que no busca deslumbrar, sino acompañar la oferta de vinos. Ideal para una larga sobremesa donde la bebida nunca falte. Al mediodía, esto lo convierte en muy buen lugar para almuerzos de negocios o discusiones políticas. A la noche, para ir con amigos y saciar la sed.
Aldo’s queda en Moreno 372. Horario de atención: todos los días de 7 al cierre. Teléfono: 5291-2380.
Siamo nel Forno, 100% napolitano
Néstor Gattorna comenzó dedicándose al negocio de los accesorios del vino. Produjo bolsos de cuero para botellas, vendió sacacorchos nacionales e importados y hasta desarrolló una cuna decantadora que es una pieza de ingeniería. Pero un día la cabeza le hizo crack y decidió que lo suyo era la pizza. Con la obsesión propia del que quiere cambiar su vida, estudió en Italia con los mejores pizzaiolos napoletanos, trajo un horno a leña desde México –donde fabrican los mejores con losa volcánica– y seleccionó entre las harinas del mercado para dar con la ideal. Así, a principios de 2010, abrió en Palermo, no sin cierta ironía, Siamo nel Forno, una pizzería distinta a las porteñas. Una pizzería con espíritu de Nápoles.
Gattorna arranca todas las mañanas el amasado de la pizza, con al menos ocho horas de anticipación, según dicta la receta napolitana. Por la tarde caldea el horno con leña, y ya en el momento del servicio arroja dentro unas pizzas finitas en las que todos los ingredientes entran crudos y salen cocidos en exactos un minuto y medio, con piso crocante y burbujas de aire en la masa liviana.
Ofrece focaccia ($20, con oliva y romero, una entrada perfecta), Patate ($55, con láminas de papas, pimienta y queso peccorino, un manjar), Margherita ($46, mozzarella fior de late, tomate y albahaca), Spinaci ($60, con queso feta de cabra, parmesano, oliva extra virgen y espinaca cruda). Pocas variedades, pero todas impecables. Son pizzas muy delgadas y se debe contar una por persona para una cena correcta.
Pero Gattorna no abandonó su gusto por el vino. Seleccionó personalmente una serie ideal de etiquetas para comer con pizzas, en la que abundan tintos ligeros, fragantes y frutados, y blancos punzantes. Contra lo que pueda suponerse en un país de pizza&cerveza, aquí la apuesta va por los vinos. Y funciona.
En bodegas nacionales se puede elegir Amalaya Blanco 2010 ($58) y Punto Final Sauvignon Blanc 2010 ($75), dos fuera de serie, ideales para acompañar pizzas con vegetales. En tintos, el Malbec de Ricardo Santos 2008 ($90) para los que busquen sabores clásicos, o los muy frutados Colonia las Liebres Bonarda ($70) y Padrillos Pinot Noir 2009 ($72). También hay etiquetas importadas de Toscana y Chianti, denominaciones italianas que muestran su precio en euros. Pero si la ocasión amerita, por qué no gastarlos. Siempre es más barato que un viaje a Roma.
Siamo Nel Forno queda en Costa Rica 5886. Horario de atención: martes a domingos de 20 al cierre. Teléfono: 5290-9529.
Miramar, con 60 años de servicio
Ahora que los bodegones viven una suerte de revival, cabe hacer una aclaración: en Miramar no hay pose. No es una conveniencia del momento que en las paredes estén las mismas boiseries de la rotisería que abrió en esta esquina en 1950; ni es por pintoresco que las botellas de ginebra, Pineral y Ferroquina estén amuchadas en las estanterías de madera. Todo lo que está allí tiene al menos cinco décadas de ver pasar tangueros, poetas, diplomáticos, entusiastas y vecinos por sus mesas. Incluso lo que se bebe y se come es historia; ni caricatura ni homenaje, que son lo mismo pero con distinto signo.
Otros méritos de Miramar son sus ventiladores Marelli de 1920, el mostrador de mármol, la charcutería a la vista, el spiedo de leña y algunos habitués de carnet, como Frondizi, Olmedo y Piazzolla. No en vano en 2009 obtuvo el Premio de la Academia Argentina de Gastronomía al Mejor Bodegón Tradicional.
Fundado primero como rotisería cuando Perón entraba a su segundo mandato, Miramar fue el restaurante de la barriada durante décadas. El país cambió, la ciudad cambió, Boedo cambió. Pero Miramar sigue en la esquina de Sarandí y San Juan, ofreciendo clásicos porteños a buen precio.
Como entradas, las opciones incluyen berenjenas al escabeche ($15) y el jamón crudo de jabalí ($18), que ofrecen cortado a cuchillo directo de la pata apoyada sobre el mostrador. Entre los principales, célebre es el abundante rabo de toro ($47) que preparan con cebollas y morrones, y que sirven dos días después de cocido para que se deshaga al contacto con el tenedor. O el conejo a la cazadora ($45), tradicional plato desde que abrieron y que tiene sabor a clásico.
Con todas sus credenciales, Miramar esconde un detalle poco conocido: tiene una carta de vinos que envidiaría cualquier restaurante top de barrio top. Su sótano atesora joyitas nacionales e importadas, que en la casa llaman “los incunables”: Cavas de Weinert 1997, Patrón Santiago 1999, por citar dos ejemplos. Vinos raros y caros que no se encuentran con facilidad. También, para el bebedor de carne y hueso que no quiere gastar tanto, hay muy buenas opciones de la carta “moderna”: ricos y desconocidos vinos como el Familia Cecchin Malbec ($65), Alta Vista Premium Malbec (la botella de medio sale $50), o Viñas de Narváez, cuyo Cabernet Sauvignon 2009 ($50) es muy rico. Comer bien, beber bien. Mucho más no se puede pedir.
Miramar queda en San Juan 1999. Horario de atención: martes a domingos de 12 a 16 y de 20 al cierre. Teléfono 4304-4261.
Fotos: Pablo Mehanna
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