Dom 03.06.2012
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SALí

A comer con estilo (arquitectónico)

Cultura nórdica de la A a la Z

Olsen, fiel a su historia

Con un diseño inspirado en el arquitecto finlandés Alvar Alto, Olsen abrió sus puertas allá por 2001 en un barrio que por ese entonces recién comenzaba a perfilarse como polo gastronómico. François Nouzille y Robert Schlaefe, dueños del lugar, unieron sus talentos con quien es hoy tal vez el chef más reconocido en la Argentina, Germán Martitegui, para dar forma a esta idea, proponiendo un estilo culinario escaso en nuestro país: la cocina del norte europeo.

En 2011, Olsen cumplió diez años, convertido ya en un clásico de Buenos Aires, y lo festejó con una gran reforma que le exigió cerrar por varios meses. Hoy, con las puertas nuevamente abiertas, vuelve a mostrar su mejor cara. Techo alto y blanco, barra de azulejos, pisos de roble americano, lámparas de cobre, sillas laqueadas cubiertas en cuero suela y, en lo alto, la obra El oso de Cinthia Cohen. Gran protagonista, la chimenea nórdica con forma de gota negra está en el centro del salón, y se prende sin excepción en las noches frías. Otro de sus encantos, si de espacios hablamos, es el enorme jardín repleto de abedules y coníferas, que se ve desde todo el salón a través de un enorme ventanal.

La cocina de Olsen es de autor con influencia nordeuropea. Esto significa recetas creadas por el genio de Martitegui a base de materias primas de la cocina escandinava. Arenque, vodka, salmón, remolacha, ahumados, papa y eneldo se unen con reversiones de platos típicos como los smØrrebrØd (suerte de sándwich abierto de pan negro), pastrami y tartare de lomo, entre otros. La carta también se permite algunas transgresiones con sabores más cercanos al paladar argentino, en especial en lo que hace a las carnes rojas. De esta mezcla sale por ejemplo un recomendado de la casa, la bondiola Olsen, con salsa de frutas rojas, puré de papas, krein y chicharrones. O un postre como el helado de crema americana, compota de ruibarbo y crème brûlée de vainilla. El cubierto promedio es de $ 160.

Un buen momento para acercarse a Olsen es de mañana, y aprovechar su ya famoso brunch dominguero, mix de desayuno y almuerzo que tiene entre sus opciones waffles, omelette, papa rellena, pastrami caliente, para comer acompañado de jugo de naranja, café, té, espumante o incluso un energético Smoked Bloody Mary.

De hecho, el Bloody Mary en su versión ahumada es una de las estrellas de la barra de Olsen, especializada en vodkas. Allí, en un freezer especial vidriado y a la vista hay más de sesenta variedades de diferentes lugares del planeta. El menú del mediodía cambia todas las semanas, y después del horario del almuerzo se puede aprovechar el deck y el jardín para probar las tortas y la repostería casera.

Olsen es sinónimo de una arquitectura prolija y modernista atravesada por el estilo nórdico de los años ’50. Materiales nobles que acompañan una cocina inteligente y original. Un restaurante que, ya con más de diez años encima, sigue cumpliendo.

Olsen queda en Gorriti 5870. Teléfono: 4776-7677. Horario de atención: martes a sábados de 12 a 1. Domingos de 10.30 a 1.


Simetría en estado puro

Virasoro, fotografía de los años ’20

“En los años ’80 trabajé en un bar de jazz y desde ese momento mi mayor deseo fue ser el dueño de uno”, explica Alejandro Reija, dueño y fundador –junto a su mujer– de Virasoro. El bar nació en 2001 y al principio funcionó como clásico resto-bar pero, con el paso del tiempo, se fue gestando un espacio exclusivo para que varias bandas de jazz explotaran todo su talento en las noches porteñas. A partir de 2005 se convirtió en lo que es hoy: un club de jazz hecho y derecho.

El local funciona en la planta baja de una casa en la que prima de forma indiscutible el estilo art déco de los años ’20. El salón principal se encuentra en lo que anteriormente fue el living, una lógica que permitió que la arquitectura sea en su mayoría genuina. Sólo se hicieron algunas reformas inevitables, que respetaron el estilo original. Este respeto por la identidad edilicia le valió al bar ser premiado por el Museo de la Ciudad como “testimonio vivo de la memoria ciudadana”, manteniendo el carácter estético de los años ’20, y homenajeando así al innovador arquitecto Alejandro Virasoro.

El diseño interior está marcado por las líneas duras, aerodinámicas. Mucha solidez en todos los objetos: sillas, mesas, barra, ventanas, puerta. El ambiente es ecléctico y algo bohemio, con luces tenues, gente hablando bajo, leyendo el diario o algún libro, con un café en mano que en muchas ocasiones se convierte en cerveza.

La carta es acotada, sin grandes pretensiones, pero satisface a todos con platos abundantes y comida casera. Lejos de la ostentación, podría definirse como clásica y resuelta.

Lo más recomendado son los guisos, los woks y las ensaladas, con precios que rondan los $ 50 por plato y que compiten con la especialidad de la casa, la pizza en todas sus variedades, desde $ 35. Obviamente, a tono con la idea del club de jazz, de escenario y de comida simple y efectiva, las tablas de picadas junto a cervezas nacionales y extranjeras están entre lo más pedido. Porque no se debe olvidar lo inolvidable: el gran atractivo de Virasoro es, sin dudas, la música en vivo. “Lo mejor del jazz nacional se presenta de miércoles a domingos”, cuenta Alejandro, y aclara que el servicio de salón siempre acompaña al show, tanto desde la propuesta estética hasta la lógica del servicio; por ejemplo, el momento indicado de encender la máquina de café. “El salón es chico y se llena, y nos esforzamos en sacar la mayor cantidad de platos antes de que comience el show”, agrega.

Por las noches, el público es muy variado, pero con algo en común: el jazz. Es típico ver en las mesas a personas de diferentes edades y nacionalidades disfrutando del jazz, que no obstruye las voces que se escuchan todo el tiempo a modo de murmullo, creando una especie de burbuja única de sonidos que logran su propia armonía.

Virasoro Bar queda en Guatemala 2348. Teléfono: 4831-8918. Horarios de atención: miércoles a domingos de 20 al cierre.


Detalles, detalles y más detalles

El Ultimo Beso, la apuesta rococó

Colores luminosos, pálidos y claros. Formas irregulares. Una inmersión en un mundo romántico, íntimo y refinado. Así es entrar al restaurante El Ultimo Beso.

Inspirado en la película italiana que le da su nombre, El Ultimo Beso tiene un marcado estilo renacentista que se traduce no sólo en lo arquitectónico sino también en todos y en cada uno de los recovecos decorativos y ambientales.

El restaurante funciona en una antigua casa chorizo reformada, muy luminosa y de techos altos. Mantiene un trazado externo simple, pero en el interior la decoración se desborda y se impone el rococó: la acumulación de elementos decorativos basados en líneas ondulantes y asimétricas, objetos de talla reducida, figuras de porcelana, platería, vajilla de mesa.

El local está ubicado en pleno Palermo y cuenta con diferentes espacios. Un salón principal con sus mesas bien dispuestas y una curiosa lámpara que cuelga del techo, repleta de papeles con inscripciones hechas a mano de frases románticas en distintos idiomas. Un patio techado, una boutique y otro patio al aire libre con esculturas renacentistas, fuentes, sillas de hierro y enredaderas. Todo en blanco y verde.

La propuesta de la cocina es de estilo mediterráneo, pasando por rissoti, cordero, lomo y pastas rellenas. Dos de las especialidades de la casa son el salmón con champagne y limón con milhojas de vegetales ($ 85) y el cordero braseado en reducción de vino tinto ($ 85). De postre, un clásico de clásicos: volcán de chocolate con helado y frutos rojos ($ 40).

Quizá lo más interesante desde el punto vista creativo es la carta de tés, que cuenta con blends que llevan el nombre de películas famosas. Los más pedidos son “Before Sunrise” (con bergamota y miel) y “Lo que el viento se llevó” (con flores blancas y cítricos). Para acompañar, ricos scones, budín de naranja, brownies y el chessecake. Pero, sobre todo, no hay que perderse las delicadas mermeladas caseras, algo simple, pero no por ello menor. De hecho, la mesa de té parece sacada de un cuento de hadas y, haciendo honor al rococó, en cada mesa hay arreglos florales, tazas con diseños y estampados de estilo francés, mantelería fina y más detalles que hacen al concepto.

Ideal para una cena romántica a la luz de las velas, para encontrar de tarde un refugio del frío invernal, El Ultimo Beso ofrece su ambiente tranquilo y cálido, cargado, pero en armonía. Todo, sin dejar de lado el placer de una buena comida.

El Ultimo Beso queda en Nicaragua 4880. Teléfono: 4832-7711. Horarios de atención: lunes a jueves de 9 a 24; viernes y sábados de 9 a 2.


Fotos: Pablo Mehanna

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