MIRá
› Por Mariano Kairuz
La historia de Perros de guerra (Silmido, en el original) está inspirada en un best-seller que a su vez estaría basado en un caso real que el gobierno surcoreano mantuvo en secreto durante tres décadas, lo cual le aporta a esta superproducción (un tanque que arrasó en los cines de su país) un carácter potencialmente explosivo. Todo empieza en enero de 1968, con una “unidad especial” norcoreana infiltrada en el palacio presidencial del Sur y un intento de magnicidio frustrado. El único miembro de la célula capturado con vida apareció en la televisión en vivo gritando “¡Vine a rebanar el pescuezo del presidente Park Chung-hee!”. A continuación, asistimos al salvaje proceso de entrenamiento de la unidad surcoreana diseñada como respuesta al fallido atentado: una célula compuesta por reos, ex criminales en algunos casos condenados a muerte, cuya misión será asesinar a Kim Il Sung, el jefe de gobierno de Corea del Norte. Un material suficientemente dramático de por sí para una gran película, y un argumento destinado inevitablemente a innumerables comparaciones con Los Doce del patíbulo. Aunque lo más atrapante es lo que viene después, cuando la operación queda cancelada y llega la orden de que no quede rastro de ella; lo cual implica ejecutar a todos aquellos que pudieran atestiguar la existencia del proyecto.
Perros de guerra está escrita, dirigida, montada y musicalizada con el pulso (y muchos de los lugares comunes) de una superproducción de acción hollywoodense. Su director, Kang Woo-Suk, es un poderosísimo productor surcoreano, a juzgar por lo que está a la vista en esta película, y que como realizador vendría a ser una especie de equivalente de Michael Bay (un hombre estrechamente ligado al poder de los estudios, el director de La roca, Armageddon, Pearl Harbor). Es decir, un creador de personajes de cartulina, sin mucha alma que digamos, aunque sí capaz de poner a sus “héroes” en una oscura escena de violación que enturbia y provee de una dimensión un poco más real y moralmente más ambigua a su relato de lo que, por lo general, están dispuestos a arriesgar los grandes tanques de acción norteamericanos de cada verano.
Richard Linklater admite haber llegado hace apenas unos años a la obra del gran novelista norteamericano de la ciencia ficción paranoica, Philip K. Dick. Su primera obsesión fue Ubik, libro de 1969 que en principio parece infilmable y del que sin embargo el propio Dick ensayó un guión en 1974, cuya producción jamás se concretó. Lo cierto es que lo que podría parecer absolutamente “infilmable” es la totalidad de la obra de Dick, y es con ese desafío en mente que Linklater emprendió su proyecto de llevar al cine A Scanner Darkly, una novela del ’77. Por un lado, porque jamás consiguió asegurarse los derechos de Ubik; pero fundamentalmente porque su premisa funcionaba, al menos en parte, como una reacción contra lo que el cine había hecho hasta el momento con los libros del autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Esto es, entre otras: Blade Runner, El vengador del futuro, Minority Report; todas grandes películas con grandes agujeros en ellas, que rediseñaron sus tramas a partir de los elementos más evidentemente cinemáticos de los relatos en los que se basaban, transformándolos en películas de acción. El proyecto de Linklater empezó por experimentar con la forma, filmando dibujos animados “rotoscopiados” (es decir, filmando las escenas con actores y “dibujando” sobre ese material filmado) lo cual inyecta en toda la narración una atmósfera que no termina de hacer pie en el mundo real, ni tampoco en el de la animación. Como si sus personajes —un agente antinarcóticos del futuro, interpretado por Keanu Reeves, que se vuelve adicto a la droga que investiga, y su grupo de amigos drogones— habitaran dos mundos simultáneamente, sin saber nunca del todo en cuál de ellos se encuentran. Linklater ya había hecho una prueba en Despertando a la vida (2001), que metía los cameos de sus estrellas en este proceso de rara animación digital y desembocaba en un extenso y confuso diálogo sobre Dick. En Una mirada a la oscuridad (título con el que la editora AVH lanzó A Scanner Darkly en DVD), los resultados obtenidos por el mismo procedimiento son mucho más sugestivos: no sólo le permite inventar un disfraz que oculta la identidad del agente secreto bajo una multiplicidad esquizofrénica de personalidades, sino que además retiene, a pesar de la mediación del dibujo digital, la belleza de Winona Ryder y la potencia de las increíbles actuaciones de Woody Harrelson y Robert Downey Jr.
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