HISTORIETA
Con un dibujo retro y a la vez contemporáneo, un ritmo reflexivo, casi otoñal, y una capacidad para fundir entre ambas la historia de una vida y de los lugares en que ella transcurrió, el excéntrico dibujante canadiense Seth formó parte de la primera serie de novelas gráficas que el New York Times se dignó publicar en sus páginas. Ahora, ese trabajo llega a la Argentina en forma de libro: George Sprott. 1894-1975 es la melancólica historia de un hombre mayor contando una vida, una época y una forma de sabiduría que se extingue.
› Por Martín Pérez
Aunque la portada original diseñada en estilo art déco brille por su ausencia, la flamante edición española de George Sprott sigue siendo un objeto hermoso. Un libro de grandes dimensiones –novella gráfica (sic), avisan en tapa– que permite reunir en sus amplias y generosas páginas todas las virtudes de Gregory Gallant, un dibujante de historietas canadiense conocido mundialmente bajo el nombre de Seth. Artista, diseñador y narrador consumado, Seth ha dicho alguna vez que la clave de esa narración en cuadritos llamada historieta no reside en los dibujos o en los textos, sino en el ritmo –“por eso tiene más que ver con la poesía que la literatura”, agregó–, en la decisión de qué y cómo se cuenta. A la hora de capturar el mundo perdido del protagonista de su libro, Seth se permite romper el ritmo de la escritura alternando dos clases de tiras: una en la que comprime la narrativa en una sola plancha desbordante de información, y otra en la que en dos o tres páginas desarrolla alguna anécdota aparentemente mínima. Pero además incluye dibujos que ocupan dos páginas y hasta fotografía modelos realizados en cartón de edificios que aparecen en la historieta. Al servicio de la narración, todos estos recursos le permiten recorrer la vida de George Sprott, una pequeña celebridad televisiva de una época perdida en el tiempo. Un tema –las pequeñas vidas de hombres perdidos en el tiempo– que es un clásico en la obra de Seth, un artista fascinante, diseñador tanto de una edición de bolsillo de los cuentos de Dorothy Parker para Penguin como de la reedición definitiva de Peanuts, la tira de Charles M. Schultz. Y una de las figuras excluyentes de una generación de historietistas que, en la última década, ha ayudado a que el género comience a abandonar la comiquería y encuentre, cada vez más, un lugar propio en las librerías.
Nacido en la ciudad de Clinton, Ontario, en 1962, recién adoptó su apodo después de pasarse tres años estudiando arte en Toronto. “Si hoy pudiese cambiarlo lo haría, porque me parece demasiado pretencioso. Tanto por ser el nombre del hermano de Osiris en la mitología egipcia, como por el hecho de ser una sola palabra. Pero ya es muy tarde”, ha dicho Seth, el hijo menor de cinco hermanos, el mimado por la madre, encerrado en casa leyendo y dibujando sus propias historietas. Como todos los futuros historietistas, creció obsesionado por los superhéroes, de los que rápidamente renegó. “La existencia de superpoderes que nadie puede ver es algo que encaja demasiado bien en la fantasía del adolescente solitario. Es tan revelador que casi da vergüenza.” Cuando llegó el momento de ir a la universidad, siempre supo que sería para estudiar arte. “Cuando llegó el momento del ingreso, mostré mis acuarelas y esa clase de cosas. ‘Todo bien’, me dijeron, ‘ahora mostrá lo que tenés en realidad’. Y ahí saqué mis comics. Así fue como me gané un lugar.” Si los comics fueron la puerta de ingreso a la universidad, también fueron la de salida. Pero antes, disfrutó de los privilegios de vivir en una gran ciudad y de encontrarse por primera vez entre pares: dejó de ser el nerd del pueblo y pasó a ser sociable, dejarse el pelo largo, salir casi todas las noches. Tal vez por eso es que, cuando decidió abandonar la universidad y adoptar un nuevo nombre, también cambió totalmente de personalidad. Desde entonces y hasta hoy en día, Seth va siempre de traje, corbata e incluso sombrero. “Todo empezó cuando me puse a investigar la música de los años ’20, ’30 y ’40”, explica el dibujante, que desde 1991 publica sus historietas en una revista indie llamada Palookaville. Y, aunque los primeros números fueron autobiográficos, rápidamente comenzó a investigar el pasado, adoptando en sus trabajos una estética acorde con su curiosa vestimenta.
“Coleccionista, miniaturista, melancólico, narcisista, tecnófobo, sentimental, troglodita, alarmista y fanático de los gatos.” Así es como el propio Seth se define en la biografía incluida en su libro Wimbledon Green, una historia de un coleccionista de historietas que tal vez sea el inmediato antecesor de George Sprott, ya que su historia también está contada a partir de declaraciones de gente cercana al protagonista. Pero es verdad que Wimbledon Green es casi una nota al pie de su obra, cuya columna vertebral son La vida es buena si no te rindes y Ventiladores Clyde, dos historias de búsqueda del tiempo perdido, serializadas en su revista Palookaville. “Cuando pienso en una historia, en realidad siempre pienso en momentos de la vida de alguien”, ha confesado Seth. “Creo que tiene que ver con el hecho de que mis padres me hablaron mucho de sus vidas. Y ambos eran bastante mayores. En el último tiempo me he dado cuenta de que tal vez sea por eso que las historias que hago son de una persona mayor contando su vida.” Esa es la historia que se cuenta en Ventiladores Clyde, la vida de dos hermanos dueños de una fábrica de ventiladores que Seth aún sigue dibujando.
“Yo soy los dos hermanos Clyde”, confiesa. “Pero George Sprott es una mezcla de varias personas que conocí en mi vida, entre ellos mi padre”, explica el dibujante sobre una historia que, originalmente, se publicó en la revista dominical del New York Times, diario que durante la segunda mitad de la década que acaba de terminar honró el lugar que las novelas gráficas comenzaban a ocupar haciéndole un sitio en sus páginas (que hasta entonces, orgullosamente, nunca habían publicado comics). Su historia apareció luego de dos grandes del género como Chris Ware y Jaime Hernández, el mejor representante de la nueva generación y un ejemplo de la resistencia under durante la década anterior, respectivamente. “Decidí utilizar páginas autoconclusivas, para no tener que recurrir al continuará”, explicó Seth, que forma parte de una suerte de cofradía canadiense, junto a sus colegas Joe Matt y Chester Borwn. “Eso me permitió ampliar más fácilmente la historia para poder convertirla en un libro.” El resultado es el retrato crudo y melancólico de un hombre en el final de su vida, ni elegíaco ni miserable, simplemente la vida de un viajero que visitó el Polo Norte alguna vez, y luego se pasó casi cuatro décadas contándolo en un programa de televisión de una pequeña cadena zonal, y durante el que solía dormirse cuando estaba en el aire. “Es una historia de cosas que van decayendo con el tiempo, y su pequeña fama me permitió tener otra cosa para dejar caer”, ha dicho su autor de esta pequeña obra maestra de la nostalgia y las posibilidades de la historieta. Ese arte que es mitad poesía y mitad diseño. Palabra de Seth.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux