VALE DECIR
La aventura del fotógrafo neocelandés Amos Chapple congela (literalmente) la sangre. Porque, amén de registrar el pueblo siberiano que ostenta el record de ser el sitio permanentemente habitado más frío del planeta, el muchacho viajó de Yakutsk a Oymyakon, en Rusia, y gatilló tutti: la escarcha de su cámara pocos segundos después de salir del estuche, los gélidos bigotes de un can, automóviles constantemente encendidos (porque de apagarse, el riesgo es que nunca vuelvan a prender), entre otras bondades del lugar que supo alcanzar los -67.7C en 1933, según la web arty Beautiful Decay. Con inviernos de nueve meses y una temperatura promedio en enero de 50 grados bajo cero, anota el Daily Mail que semejante clima subártico significa no poder cultivar la tierra o, para el caso, beber leche líquida, llenarse la panza a base de carne de reno y pescado, necesitar tres días para cavar una tumba en un suelo constantemente congelado, celulares que no funcionan, tinta de birome que se endurece, 500 habitantes acostumbrados a no resfriarse... “En ocasiones, mi saliva se helaba como si fueran agujas pinchándome los labios”, explicó Chapple, cuyo trabajo se viralizó en la web. Posiblemente no dejó de tiritar en las jornadas que requirió la hazaña, aunque del tembleque, ni noticias. Al menos, en las imágenes...
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