VALE DECIR
Acaso por época, costumbre y buenos modos, Truman Capote no era especialmente aficionado a la milenaria costumbre de tatuarse. Sin más, consultado por el tópico en cierta ocasión, respondió que, a su entender, había algo “realmente problemático con la gente los llevaba”. “Es terrible. Psicológicamente, es una locura. Estas personas (la mayoría de ellas) tienen algún sentimiento de inferioridad e intentan así crear una marca de virilidad en sí mismas.” De cara a una recentísima selección realizada por el sitio Dangerous Minds, aquellas sentenciosas sentencias cobran el beneficio de la duda. Finalmente, solo cierta actitud de macho podría explicar por qué anónimos cargan en brazos, espaldas y piernas determinados horrores. Bajo el (autoexplicativo) título “Tatuajes de porquería de tus músicos favoritos”, la web reúne las presuntas pruebas de (des)amor de fanáticos empedernidos con a) pésimo gusto o b) horrible suerte. Porque, aun cuando la belleza yace en la mirada del que mira, algunos resultados no necesitan verse dos veces para ser decretados un espanto. Desde un Kurt Cubain pasado de ¿botox?, un Marc Bolan más parecido a Martín Lousteau que al finado cantante T-Rex, un Iggy Pop que podría ser cualquier persona (salvo Iggy Pop) o un Freddy Mercury pura mandíbula, hasta un George Harrison símil (de nuevo) Lousteau, un James Brown verde, un presunto Dave Grohl o un envejecidísimo Mick Jagger, las pruebas son irrevocables. La fealdad tiene muchos rostros, y es obra y desgracia de malos tatuadores que, en vez de caras, reconstruyen muecas asimétricas, listas para perseguirnos por décadas. Y décadas. Y décadas.
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