VALE DECIR
Parece ser que el mito de Narciso está más vivo que nunca; aunque la contemplación absorta no sea ya el propio reflejo en aguas peligrosas sino aquella devuelta por dispositivos fotográficos en circunstancias diversas. Ocurre que, aunque suene a chascarrillo, una flamante investigación del sitio Mashable destacó que, en lo que va del 2015, más personas fallecieron tratando de tomarse una selfie que siendo devoradas –o heridas de muerte– por tiburones. ¿Su última víctima fatal? Un hombre japonés de 66 pirulos que, intentando capturar(se) en el imponente Taj Mahal, acabó rodando por las escaleras, convirtiéndose en el mártir número 12 del año, frente a los apenas 8 muertos a causa de ataques de tiburón. Atentos a semejante riesgo, el Ministerio de Asuntos Internos de Rusia editó el pasado julio una petit guía que enseña la etiqueta correcta para perfeccionarse en el arte de las famosas autofotos y, por consiguiente, de sus compañeros malignos, los selfie sticks, tras dos muertes vinculadas a su “uso irresponsable”: el primer caso, una mujer de 21 que cayó de un puente en Moscú intentando obtener la toma perfecta; el segundo, un chico de 17 electrocutado por las vías del tren. La portavoz Elena Alekseeva ofreció entonces las siguientes palabras: “Con los avances del mundo moderno, aparecen nuevas amenazas. Queremos recordar a los ciudadanos que la competencia desmedida por ‘likes’ puede convertir a esa fotografía en la última”. ¿Actitud oficial extrema? Sin lugar a dudas. Pero, en miras de los reportes periódicos sobre ridículos accidentes protagonizados por amantes de las selfies, aparentemente necesaria.
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