La canadiense Shary Boyle es una dama de muchas materias, incurriendo en pintura, dibujo o performance multimedia para abordar lo que la compete: desde el terreno de las ansiedades adolescentes hasta evocadores reinos de –posibles– cuentos de hadas. Reinos aún más crudos que los de, por caso, los hermanos Grimm; lo cual, se sabe, es bastante decir. Reinos sellados a fuego, fabricados artesanalmente como figurines de porcelana. Porque, además de todo lo citado, la canadiense se destaca en la escultura del susodicho material, con el que da forma (o deforma, según) a todo tipo de peculiaridades fantásticas, satíricas, oscurísimas ¿Un muchachita que, cual Ripley, pare otro cuerpo de su pecho, que a su vez da vida a otro cuerpo desde el torso? Hecho ¿Un cacajao gigante sin isla Calavera, sosteniendo a su desfallecida Ann Darrow? Listo ¿Dos afables y plácidos peregrinos rodeando una fogata donde se cuecen cabezas de adolescentes y niños? Ok ¿Damitas con párpados kilométricos, con rostro de elefante, con cuerpo de araña? Sí, ajá, sí. Ni qué decir de las manos embrujadas, donde los dedos –algunos, todos, varios, acorde al caso– se alargan y alargan y alargan…

“Son criaturas fantásticas, pero también representaciones literales de nuestra realidad. Estoy intentando llegar al corazón a través de las grietas, porque hoy todo está cubierto por una capa tan superficial. Es la propia vida la que se ha vuelto totalmente irreal, pulida, estilizada. Mires por donde mires, nada es real”, ofreció la dama en una nota donde, como corresponde, le halagaban los bichos. Por lo demás, están sus chapas: representó a Canadá en la Bienal de Venecia edición 2013; laburó con las músicas Feist, Peaches y Christine Fellows haciendo dibujos en vivo durante sus shows; estudió; exhibió en cantidad de sitios a lo largo y ancho; ganó premios. Todo el cuento. Con personajes estelares que ponen los pelos de punta, un genuino placer.