VALE DECIR
En algún momento de la vida, entre la creciente cantidad de correo basura que inunda las casillas de correo electrónico, por lo menos la mitad de los usuarios del mundo ha recibido el llamado Fraude 419, o el fraude nigeriano o el “fraude de tarifa avanzada”, como se conoce a esta trampa en los países anglosajones. Y, aunque parezca increíble, todavía hay gente que sigue cayendo. El fraude está construido de forma altamente profesional y es casi una obra maestra de criminalidad algo ingenua, que en ocasiones desemboca en mayores disparates, y a veces en finales trágicos.
Pero lo más espeluznante es la credulidad de los estafados: veinte años después de que empezara a circular la 419, siguen cayendo. La operatoria es altamente sospechosa: los estafadores contactan “inversores” por e-mail –hace algunos años, sólo por carta– con una oferta tentadora: un rico nigeriano necesita depositar dinero fuera del país lo más discretamente posible, y solicita la cuenta bancaria de quien recibe el e-mail. En otros casos, la solicitud es de compra de una propiedad fuera de Nigeria. La suma casi siempre supera los 10 millones de dólares, y puede llegar hasta 80 millones. Por supuesto, al generoso proveedor de caja de ahorros se le ofrece una comisión generosa, habitualmente un 40 por ciento. Los estafadores tienen una organización montada en Nigeria, con oficinas, fax y hasta contactos con funcionarios del gobierno. Así, cuando la víctima que presta la cuenta trata de chequear si la oferta es cierta o no, encuentra que todos los datos y direcciones existen, en efecto. Lo que no existe es el dinero. Nunca. Muchos, para cuando se dan cuenta, ya les dieron un número de cuenta bancaria a los estafadores. O transfirieron grandes suman de dinero para, supuestamente, coimear a empleados bancarios o pagar costos de papeleo legal. A veces, los estafadores invitan a la víctima a Nigeria para completar la operación. Muchos de los que viajan son virtualmente secuestrados dentro del país, porque se los hace pasar sin visa –la pena por entrar a Nigeria sin visa es muy severa– y se les sigue sacando dinero para comprar su salida sano y salvo.
Algunos, claro, montan en cólera. Enojarse con los estafadores –que últimamente ya no sólo operan en Nigeria, y tienen oficinas en otros países africanos como Ghana o Costa de Marfil, y socios en Londres, Amsterdam, Madrid y Australia– puede ser peligroso. E inútil. Algunos estafados contratan investigadores privados en Nigeria o viajan personalmente para recuperar su dinero o su cuenta (sin resultados). Un ciudadano norteamericano fue asesinado en 2002 cuando intentaba dar con los estafadores. Otra víctima, de nacionalidad checa, asesinó a un oficial de la embajada nigeriana en febrero de 2003, en un ataque de ira.
Mucho más no pueden hacer. Las víctimas de la 419 tienen pocos recursos. Desde 1995, los servicios secretos de Estados Unidos –país con la mayor cantidad de víctimas; en 1997, los nigerianos obtuvieron más de 100 millones de dólares de ilusos norteamericanos– ha tratado de combatir el fraude, pero sin embargo no pueden investigar a menos que les hayan robado más de cincuenta mil dólares. Apenas hay arrestos internacionales. Sólo la policía sudafricana tiene un sistema más o menos eficiente de investigación y arrestos, pero para febrero de 2005 sólo habían atrapado a 100 estafadores. En Nigeria, la multa por hacer uso de la 419 es de unos tres mil dólares, y en casos de evidencia apabullante, tres años de cárcel (rara vez se aplica).
Los orígenes de la 419 todavía son motivo de debate. Pudo haber sido introducida en Nigeria en los años ’80 por las compañías petroleras asociadas con bandas criminales; pero otros piensan que es una combinación de varios métodos de la estafa en la región, de cientos de años de antigüedad.
Sin embargo, no deja de ser asombrosa la ingenuidad de los estafados. Aquí, un modelo de la carta más habitual: “Querido señor: sé que mi mail le puede resultar sorpresivo porque no nos conocemos. Lo contacté mientras buscaba a un socio confiable que pudiera manejar un negocio confidencial para nuestro mutuo beneficio. Sin embargo, éste es un urgente y apasionado pedido a usted, para que me asista a mí y a mi hijo Moses... Mi nombre es Madam Edith Marculey, la viuda del Dr. Marculey, ex director general de la Corporación de Diamantes de Sierra Leona, que fue asesinado por los rebeldes por ser leal a Foday Sankoh, el líder de R.U.F. Antes de su muerte depositó una caja metálica con 25 millones de dólares en una compañía de seguridad privada de Abidjan, cuyo certificado dice que el beneficiario tiene un socio de negocios extranjero. Por saber esto, los parientes de mi difunto marido me han amenazado de muerte, y necesitamos ese dinero para heredar y huir del país a Abidjan, la capital de Costa de Marfil...”. Luego, la estafadora pide que el inversor viaje, la ayude a reclamar la caja, con promesas de un 50 por ciento del contenido.
Esta carta, y muchas otras, se pueden conseguir enteras en www.419ea ters.com, un sitio que se encarga de jugar con los estafadores: les contestan los mails con evasivas, prometen y no cumplen, desaparecen por temporadas, mienten y a veces les solicitan una foto, que más tarde publican en el sitio. La idea es vengarse y también –dicen, falsamente bien intencionados– hacerles perder el tiempo a los estafadores para alejarlos de potenciales víctimas. Son como una versión demencial de ahorristas estafados argentinos.
Desde que se interesó en la Kabala, Madonna está cada vez más rara. Un reportero de la BBC –de riguroso incógnito– acaba de ver a la diva pop dirigiendo un rito religioso para librar a Chernobyl de la radiación. Según el periodista, fue “un extraño ritual que comenzó con plegarias y cánticos, para culminar con toda la congregación mirando hacia el Este y empujando el aire con las manos mientras gritaban ‘Cheeer-nooo-byyyl’”. Sin paaaaaaaaa-laaaaaaaa-braaaaaaaas.
¿Asfixiado por el control social? El argentino promedio puede quedarse tranquilo: en eso de legislar la vida cotidiana, este triste país es pulcramente democrático. En Irán, por ejemplo, el Gran Ayatolá Alí Sistani –que tiene demasiado tiempo libre– no para de emitir fatwas con fuerza de ley que prohíben las cosas más insólitas. La 2479 prohíbe casarse con una mujer que haya tomado la teta de su madre y de su abuela paterna. La 2648 penaliza levantarse a la noche y tomar agua “de pie”, aunque sí se puede acostado. En Singapur se pagan 600 dólares de multa por escupir en público y Corea del Norte acaba de lanzar una campaña con el slogan “Cortémonos el pelo para un estilo socialista de vida”. Este estilo de vida parece ser muy similar al de las secundarias de Videla: el socialismo coreano pide una media americana. Pero también la democracia tiene sus pavadas profundas. El estado norteamericano de Virginia votó una ley prohibiendo usar pantalones que dejen ver la ropa interior (y luego la vetó por las interminables cargadas en televisión). El Congreso de EE.UU. tiene en mesa una propuesta para que cada chico en el sistema escolar reciba un boletín con su grado de gordura, para tener una nación sin obesos. Alabama acaba de ganar un caso de derechos civiles y va a poder prohibir la publicidad de sex shops. Hawaii está estudiando prohibir fumar en parques y playas, y Virginia, otra vez Virginia, votará para prohibir escuchar música muy fuerte en los autos.
El 10 de diciembre se anuncia el Premio Nobel de la Paz y los inefables irlandeses ya están apostando fuerte. Paddypower.com, el sitio de apuestas virtual que recibe millonadas del mundo entero, ya abrió el book de candidatos y la sorpresa es que el mejor colocado es Bono, el cantante de U2 (que, de paso, juega de local, porque es irlandés). Paddypower ofrece apenas siete a uno para el que podría ser el primer artista ganador de este Nobel. Otra curiosidad es el 33 a 1 que se paga por Juan Pablo II, el fallecido Papa. Las reglas de la Fundación Nobel prohíben nominar muertos, pero Wojtyla se murió durante el período de elección de este premio, por lo que podría participar. La tercera sorpresa es que haya apuestas por Hugo Chávez, con la chance mediana de 25 a 1; Ravi Shankar, 20 a 1 pero sin la menor militancia política; y Bob Geldorf, con 16 a 1. En la lista hay varios políticos, como Colin Powell (14 a 1) y a los que peor les va son George Bush y su socio en Irak, Tony Blair: Paddypower ofrece 250 a 1. Si sale, un batacazo. Y el acabóse.
En el comienzo, la culpa la tuvo Pinochet. En los ‘80, el dictador desreguló la pesca en Chile, con lo que su rota costa se llenó de buques grandes, multinacionales, masivos. A los pequeños pescadores les quedaron las sobras y comenzaron a salir cada vez más adentro del Pacífico. Allí, en las honduras heladas de la corriente de Humboldt, encontraron un pez feísimo, del tamaño de un perro grande, con escamas prehistóricas y dientes enormes. Pero tenía sus ventajas: el bicho era delicioso y rendidor, y pronto se comercializaba bajo el nombre Dientudo patagónico. Para cuando llegó a las selectas mesas de restaurantes norteamericanos, en los ‘90, tenía un nombre más chic: róbalo de mar chileno. El éxito fue una desgracia para esa especie de predadores, que está al borde de la extinción, perseguido por pescadores piratas y hasta con una nota en el New York Times defendiéndolo.
El róbalo reemplazó al abadejo como el pescado más popular del mundo por el simple hecho de que en 1990 la población de abadejos del Atlántico norte colapsó totalmente. En pánico, las pescaderías del mundo comenzaron a buscar otra cosa que lo reemplazara –era el pescado más comido– y se fijaron en esa novedad chilena, que vendía bien y salía barata. Hoy, el kilo de róbalo dientudo se vende a 40 dólares en una pescadería de Newark, y un pez entero puede pagarse hasta mil.
Los pesqueros pronto aprendieron que no sólo en Chile se pescaban dientudos. El pez está en todas las aguas antárticas, en Sudamérica, Sudáfrica, Australia y, lo más conveniente, en aguas que no tienen bandera. Pronto, a las flotas legales se les sumaron vastas flotas de piratas, barcos oxidados de banderas congoleñas, capitanes chilenos, tripulaciones reclutadas en los peores piringundines de Indonesia y financiamiento de capitales fantasmas que siempre resultan ser españoles. Las armadas de cinco naciones ya se acostumbraron a capturar estos buques chatarreados, y los ingleses en Malvinas comenzaron en marzo a hundirlos con cargas de dinamita, como para que ya no molesten.
En EE.UU., el pobre róbalo es sujeto de una campaña ecológica que con el slogan “Pasá del róbalo” comenzó a sacarlo de moda al menos en los restaurantes top, tan sensibles al quemo. La campaña tiene un argumento fuerte: ya nos comimos hasta extinguirlas por lo menos el 10 por ciento de todas las especies del mar. Peor aún, nos comimos el 90 por ciento de los predadores, que por razones que inquieta pensar son los peces que más nos gustan.
La aduana norteamericana empezó a pedir certificados de origen a las cargas de róbalo. Y los chilenos respondieron criando en tanques todo tipo de especies rentables, lo que alegró a los ecologistas hasta que alguien les acercó un dato: cada kilo de pescado de criadero necesita tres de otro pescado para alimentarse. Con lo que la cosa se pone cada vez más dientuda.
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