Dom 12.01.2003
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VALE DECIR

VALE DECIR

Memorias gatunas

Será que la cartelera cinematográfica porteña casi no sufrió modificaciones en las últimas semanas (a excepción de la contundente incorporación de Las Dos Torres) y que los muchachos del suplemento Espectáculos de La Nación deslizaron una expresión de deseo en la publicación del top ten del fin del primer fin de semana de 2003, el martes pasado. O se tratará de algún estreno que efectivamente ocurrió y pasó absolutamente desapercibido. La cuestión es que nadie aclara si esas Historias mininas (sic) que ocupan el quinto puesto del ranking narran las aventuras de tres felinos que se cruzan en paisajes del interior del país y Carlos Sorín tuvo algo que ver en el asunto, si se trata de una remake de las aventuras de Chatrán, o si se trata de un documento testimonial acerca de las vicisitudes que el destino deparó a aquellos adorables cretinos de Don Gato y su pandilla.

Dé qué te quejás

El fabuloso mundo de la ciencia se ha visto convulsionado en los últimos meses por las declaraciones del doctor en psicología Richard Wiseman, quien ha dedicado sus últimos diez años al sesudo trabajo de desentrañar los complejos mecanismos del hasta ahora misterioso y al parecer sobrevalorado “factor suerte”. En efecto, el Dr. Wiseman ha invertido una década de su vida –mucho menos tiempo que el que algunas personas pasan en el casino o en el hipódromo– a entender qué es eso de la buena fortuna. Lo hizo a través de una unidad de estudios en la Universidad de Hertfordshire, donde sometió a diversos análisis a cuatrocientas personas, de las dos variedades principales: con y sin suerte. ¿Y qué encontró? Que algunos que la llevan algo mejor que el promedio están en realidad aplicando, sin saberlo, los “cuatro principios básicos para crear buena fortuna para uno mismo”. El primero de estos principios de título tan riguroso consiste en “maximizar las propias oportunidades”: estar abierto a nuevas experiencias y llevar una actitud relajada por la vida. En segundo lugar, el Dr. Wiseman descubrió que la gente que parece tener buena suerte suele hacer elecciones efectivas apelando a su propia intuición y sus corazonadas, y suelen favorecer estos procesos mediante técnicas de control mental o meditación. En tercer lugar, la gente “afortunada” al parecer atraviesa la vida con optimismo y la seguridad de que el futuro será positivo, y esa misma actitud convierte esas expectativas en profecías autocumplidas, al autoayudarse “a enfrentar los fracasos y darles forma a las interacciones con otros de maneras positivas”. El cuarto y último principio tendría que ver con que la gente con suerte tiene en realidad la habilidad de convertir su mala fortuna en buena, empleando varias técnicas psicológicas para lidiar con cualquier experiencia negativa que se le cruce en el camino. Después de presentar oficialmente esta investigación que es más que nada una receta para la buena vida, el tal Wiseman no espera menos que el Nobel de Psicología 2003. Y si no se lo dan, bien lo sabe Wiseman, no será porque no se lo merezca sino porque hay alguna gente que por mucho que se esfuerce, no hay caso: está meada por los perros.

Para qué te voy a mentir

Paren las rotativas: una mujer acaba de ser coronada como la Campeona Mundial de las Mentiras por decir que sus ovejas producían lana de acero, maravilloso material que deja rayas en las sartenes de teflón y que se conoce popularmente como “virulana”. Ahora bien: ¿quién le preguntó? Ocurre que en la septuagésima edición del campeonato mundial y anual de mentiras, auspiciado por el Club Burlington de Mentirosos, celebrada a fines del año que se acaba de ir, al parecer no hubo participaciones muyocurrentes que digamos. La Reina de los Embustes, la norteamericana Sandi Wels, ganó con la siguiente “pieza”: “Cuando me mudé a Iron Mountain (“Montaña de Hierro” en inglés), Michigan, me traje mi pequeña ovejita conmigo. Se nutrió de un césped rico en minerales. Cuando llegó el momento de esquilarla, durante la primavera, terminé acumulando cuatro kilos de virulana”. La idea, dice, la obtuvo de su hijo de siete años de edad, Ken, quien, cuando tomó conocimiento de la existencia de este material de uso cotidiano, le preguntó de qué tipo de oveja provenía. Entre las primeras menciones del campeonato figuraron un tal Eimermann, quien aseguró que su hermano puede resolver palabras cruzadas sin leer las pistas y un tal Gene Lasch se llevó otra medalla por escribir que, cuando él habla, su esposa realmente lo escucha.

Bolas de ratón reemplazan a la cigüeña

Noticias en el mundo de la fertilización asistida: por un lado, un grupo de mujeres del condado sureño de Pingtung, Taiwan, ha adquirido la sana costumbre de ingerir testículos de ratones para quedar embarazadas –claro que preparados en sofisticados platos–. Todo comenzó cuando una pareja con problemas de concepción narró su experiencia personal. Al parecer, todos sus problemas se solucionaron tras comer seis kilos de pelotas de ratón crudas, cansados ya de la impericia de los médicos occidentales que no encontraban el origen de su aparente esterilidad. Por otro lado, y en otro lado del mundo, el matrimonio inglés de Fiona y Darren Burke exclamó por estos días: “Un experto en Feng Shui nos ayudó a tener un hijo”. La historia, que no incluye gónadas de roedores, es más o menos así: cuando la pareja ya había perdido toda esperanza de concepción, llegó a sus vidas un tal Paul Darby, en cuyo prontuario figura el rol de ex consultor de la casa del Gran Hermano y otros experimentos televisivos. Todo fue una cuestión de realinear las energías dispersas en el hogar de los Burke, a quienes les recomendó deshacerse de las elementos negativos tales como flores secas, así como la creación de un pequeño espacio de fotografías y recuerdos felices de sus vidas compartidas, entre otros detalles. Pero según declaró el matrimonio, el secreto de su éxito habría radicado en la última sugerencia de Darby: que los Burke corrieran su cama de lugar, de manera tal que sus pies no enfrentaran la puerta (¿?). Que es, en otras palabras, una de las maneras más antiguas y artesanales de fabricar bebés: mover el catre.

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