VALE DECIR
Se detuvieron con la camioneta a media cuadra del banco. Ya había pasado la medianoche en el pequeño pueblo alemán de Malliss: la ambición descansaba pero no para estos pequeños emprendedores.
Dejaron los explosivos en la puerta del banco; más tarde, la policía iba a deducir que habían sido preparados con petróleo o acetileno. Pero es fácil analizar las cosas luego de que han sucedido: en ese momento crucial, en la hora cero de su posible riqueza, los ladrones descubrieron que se les había ido un poco la mano. Esperaban una detonación pequeña, tan discreta como puede ser una explosión, pero suficiente para franquearles la entrada al banco.
En cambio, el estallido fue bestial; dañó a los coches cercanos y a los edificios vecinos. La BBC reporta que el banco quedó totalmente destruido. El cajero automático, presunto objetivo del golpe, quedó intacto en medio de los escombros. Los ladrones ni siquiera trataron de llevárselo: huyeron despavoridos ante la magnitud de la explosión, tan fuerte que los vecinos pensaron que un avión se había estrellado en el barrio.
Es fácil imaginarse el próximo golpe de estos muchachos. Obnubilados por la prudencia, con la memoria fresca de la desmesurada explosión, lo más probable es que traten de errar para el lado de lo seguro: pondrán una cantidad de explosivos tan ridícula que apenas van a rayar los vidrios del lugar. Quién sabe, más vale maña que fuerza: sería divertido que el cajero automático, ante la cosquilla de explosivos, esa vez escupa el dinero y los deje atónitos en el silencio de la noche.
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