Aunque el artista Enrique Gómez de Molina, con sede en Miami Beach, no quiera dar vida a sus criaturas, más de uno lo llama un Frankenstein moderno. No es de extrañar: para sus inquietantes “esculturas”, el hombre usa distintas partes de animales disecados que cose, creando ardillas-cangrejos, cabras-gallos, entre otros especímenes dignos de films de terror. Especialista en taxidermia, no sólo ha llegado a exponer sus piezas: al parecer, más de una ha llegado a venderse por alrededor de 100 mil dólares, mientras otras están tasadas en 80 mil.

Con todo, el caso de Gómez de Molina, de 48 años, ha llamado la atención por algo más que su veta artística: el hombre podría pasar los próximos cinco años en prisión y los cargos no son por su mal gusto. Es que, para hacer sus monstruos híbridos, Enrique habría contrabandeado partes de animales protegidos que ingresaron a Estados Unidos ilegalmente desde Bali, Tailandia, Indonesia, Filipinas y China, violando la ley que protege flora y fauna silvestre y prohíbe su comercialización cuando han sido capturados y transportados en forma ilegal.

De ser encontrado culpable, además del tiempo tras las rejas, también le correspondería una multa de 250 mil dólares y un período de libertad supervisada de tres años más. Al momento, las circunstancias no lo favorecen: según las autoridades, entre las pieles y ejemplares que el artista poseía, encontraron un pájaro martín pescador, una especie de águila de Las Azores, y un loris lentos que no fueron declarados en la aduana y, para empeorar la situación, calculan que las irregularidades se suceden desde 2009.

A la espera de una sentencia –que se sabrá recién el 2 de marzo–, Gómez de Molina no desespera. Al fin y al cabo, sus intenciones eran por amor al arte y a la conciencia. Según sus propios dichos, su trabajo busca generar una alarma sobre las especies en peligro de extinción y los efectos de la ingeniería genética. Por qué no encontró una manera menos excéntrica de expresarse, es la pregunta de todos.