VALE DECIR
En una semana, el camionero David Dropp, de Utah, Estados Unidos, logró salir en las noticias dos veces y por motivos diametralmente opuestos: primero, un golpe de buena suerte; segundo, un golpazo signado por la mala fortuna. Tras participar en un sorteo del mini-supermercado Maverik, el hombre ganó un Lamborghini Murciélago Roadster de 640 caballos de fuerza, valuado en 380 mil dólares. Un joyita que, en su primera vuelta por el vecindario, seis horas más tarde, acabaría por chocar.
Tras recibir las llaves del automóvil verde lima, Dropp, de 34 años, decidió pasear con su esposa y unos amigos; en las afueras de Santaquin, sin embargo, quiso tomar una curva a 80 kilómetros. Mala decisión: perdió el control, dio un trompo, chocó contra una cerca y terminó de bruces en un terreno baldío. Ninguno de los pasajeros resultó herido, pero el vehículo acabó con un cárter de aceite perforado, un neumático roto y varias abolladuras y raspones. “Mi corazón casi se detiene. Al ver el daño, quise llorar”, contó David en sus (segundos) quince minutos de fama.
Ahora, el convertible yace en un patio de remolques, retenido por su compañía de seguros, a la espera de ser enviado a un distribuidor autorizado de Las Vegas para su reparación. Así y todo, una vez puesto en marcha, Dropp planea venderlo. No porque tema a la mala fortuna sino por miedo a la chequera: entre impuestos y seguro, el chiche le cuesta 3500 dólares cada seis meses. “Por eso la gente rica tiene coches como éste; no gente pobre como yo”, explicó el hombre que invierte su salario en “cosas más importantes, como mantener a seis hijos”. Al menos, ya ha recibido ofertas.
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