Se ve que el escocés Brian Ettles, de 46, era un enamorado de su oficio: como operario en la empresa Glenfiddich, el hombre no sólo dedicó 23 años de su vida a fabricar gustoso whisky de malta; también encontró en la destilería escocesa el escenario perfecto para acabar con su vida. Porque de las muchas maneras de morir (y sí que hay muchas), la suya resulta una oda al alcohol; a fin de cuentas, no todos los días alguien decide suicidarse tirándose en un tanque de madera con 50 mil litros de whisky dentro. Tras saltar en una cuba –conocida como “washback”– que se utiliza en las primeras etapas del proceso de destilación, sus compañeros de trabajo dieron alerta y rápidamente paramédicos y bomberos asistieron a la escena. La operación rescate, sin embargo, no fue exitosa: Ettles ya se había ahogado.

Ahora, mientras la policía de Grampian descarta circunstancias sospechosas y la familia se niega a hablar (al parecer, su mujer Irene había cumplido años el día anterior a la tragedia y, al igual que sus hijos, Julie, de 25, y Stuart, de 21, se mostró demasiado perturbada para hacer declaraciones), los dueños de la prestigiosa destilería –inaugurada en 1886 por William Grant, en Dufftown, Banffshire– decidieron cerrar la fábrica “como señal de respeto”. “Nuestros pensamientos están con los familiares”, aseguró su portavoz a la hora de pronunciarse sobre el hecho. Si durante ese cierre por duelo tomarán la decisión de reemplazar el tanque, difícil saber; pero –de seguro– los consumidores lo agradecerían.

“Estoy muy sorprendida. Es una manera horrible de morir y ha molestado a todos los que se han enterado”, se pronunció Eileen MacKenzie, de 67 años, vecina de Brian, para luego agregar: “Era un hombre joven; no sé qué pudo haber ocurrido para que decidiera acabar con su vida de semejante manera”. Quizás el hombre haya querido descubrir si se iría del mundo con tremenda borrachera; pero ahora que no está, imposible averiguarlo.