VALE DECIR
El trabajo de la neoyorquina Heather Dewey-Hagborg bien podría inspirar un spin-off de la serie CSI, si sus recolectores y analistas de ADN dejasen de utilizar las mentadas bondades de la ciencia para resolver crímenes y se dedicaran a las –casi siempre– menos sangrientas artes plásticas. Es que, cual detective, la norteamericana recolecta pedazos de chicle descartados, restos de cabello, colillas de cigarrillo desechadas, uñas, entre otros residuos de la vía pública que extraños han dejado atrás y analiza las muestras y su contenido genético para realizar retratos en tres dimensiones inspirados en dichas personas. En un sentido nada arbitrario, valga la aclaración: la mujer trabaja con un laboratorio para extraer el ADN y luego se basa en algoritmos de modelado facial para dar con resultados que imprime en tres dimensiones.
Consultada acerca de la particular idea, Dewey-Hagborg asegura que su trabajo es una provocación sobre el tema de la biovigilancia y el determinismo genético y titula a su serie “Visiones extrañas”, una reconstrucción de perfiles étnicos, colores de ojos y de cabelleras, con una queja: dejamos huellas físicas de nosotros mismos en todos lados y las herramientas para destrabar sus secretos pronto serán más accesibles que nunca. Un proyecto paranoico con musas y musos involuntarios.
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